jueves, 30 de enero de 2014

COMPARANDO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Mi estimado español, señoría, prosigo en esta tarea de haceros ver las diferencias notables entre vuestro país y el mío. Por supuesto, en el mío Montesquieu vive y con él El Espíritu de la Leyes, pero, también, hay una distribución del voto en base a criterios racionales y no geográficos, como en el vuestro. Quiero decir, que aceptando, como vosotros, la fragmentación del voto, este se distribuye en razón del nivel académico del ciudadano, en absoluto por vivir aquí o allá.  Pero aún somos, mi estimado español, más originales e impedimos que cualquiera se suba al carro de la política. Por supuesto, en mi país se exige más que el certificado de estudios primarios y la nacionalidad, se exige, además de hallarse laboralmente activo, una licenciatura académica y para ciertos cometidos el haber cursado estudios en la Escuela Nacional de Administración. ¿Recordáis, señor, a les énarques franceses? Algo así. Tratamos de evitar que analfabetos funcionales puedan desembarcar en la política y aún en el gobierno. Entendemos que si para conducir un automóvil se precisa un permiso, ¡cuánto más para conducir el Estado, aunque sea en calidad de comparsa! Bien, señoría, aún más. En mi Luzlandia, cada ciudadano que accede a la política percibe el sueldo que por su labor venía cobrando. Ni un luz más (es la moneda de mi país). Naturalmente, se le obliga a residir en su lugar de trabajo y se le compensa por los inconvenientes económicos que su tarea pública comporta. Referente a los automóviles, el célebre coche oficial, no hay. El político usa el servicio público y para aquellos casos de desplazamiento inevitable que no pueda ser realizado con el transporte público, se recurre a un modelo popular. En vuestro país, algún modelo del segmento C. Tampoco hay asesores (acabo de leer con estupor que la alcaldesa de Madrid y sus concejales cuentan con 1500 asesores con sueldo medio de 47.000 €. ¡Inaudito!). Si se precisa asesoramiento se recurre a la Universidad. Esta, mi estimado español, está costeada por todos y atendida por las mejores mentes del país que cuando son requeridas emiten el pertinente informe. Por último, nada de guardaespaldas (creo, señoría, que eufemísticamente los llamáis escoltas). El servidor público decente no debe temer por su integridad física, por más que haya excepciones. En vuestro país algún médico ha sido agredido y aún asesinado, ¿deberían todos llevar protección? Pero hay más, mucho más.  Y así, otro día, señor, os hablaré del organigrama ostentoso y afectado de algunas instancias de vuestro país. Con mis respetos.



miércoles, 29 de enero de 2014

LEY DE SAY


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Mi querido español: perdonad esta tardanza en escribiros pero he debido permanecer en mi país, Luzlandia, más tiempo de lo previsto. Fui allá precisado de meditación y contraste. Debía reflexionar acerca de vuestra situación y, sobre todo, contraponer vuestro lamentable estado sociopolítico con el nuestro buscando soluciones, pero fue inútil.
Como las manos cuyos dedos es imposible hacer coincidir a no ser que demos a una la vuelta, vuestro sistema y el nuestro resultan incompatibles salvo que demos a uno u otro un giro total. En un intento por evitar los prejuicios ponderé ambas situaciones llegando a la conclusión de que la vuestra es inaceptable. Vivís, señoría, en la falsa creencia, alimentada por vuestros políticos, que de esta falacia se nutren, de que son ellos los que pueden crear empleo recurriendo a la demanda, pero no es verdad que esta cree la oferta sino la oferta a aquella.
Es una ley, la Ley de Say, economista francés nacido en 1767. Las recesiones económicas no son pues debidas a una mengua de la demanda sino a una reducción de la oferta. En consecuencia, la acción de gobierno debe reducirse a favorecer la oferta deparando ilusión y ayuda; en absoluto, a entorpecerla con mil trabas administrativas y una voracidad recaudatoria sin límites. Voracidad que solo se justifica por unos gastos estatales colosales de muy dudosa justificación. Veamos. En vuestro país, señor, sufrís los efectos devastadores de una plaga de los que se dicen servidores públicos. Os digo, mi estimado español, que una epidemia no ocasionaría mas estragos entre ustedes. Costeáis 73.515 cargos públicos y a 1 de enero de 2011, según el Ministerio de Política Territorial y Administración Pública, 2.638.370 empleados públicos que desde el 2002 al 2011 han crecido en casi medio millón. A esto deberemos sumar los empleados en las 2500 empresas publicas (¿400.000?) y los 58.000 de Correos y Telégrafos. Aún más: representantes sindicales: 350.000 pero, de ellos, ¿cuántos liberados sindicales? Decidme, ¿para qué? ¿Para qué son necesarios 350 diputados nacionales (y autonómicos) si todos votan a una? Si todos votan a una, con uno basta, con el jerarca de turno sobra.
A señalar que respecto a las cifras de empleo el barullo es enorme y es imposible conocerlas con exactitud. Basta con hacer un seguimiento en la red para cerciorarse. Cuando esto escribo, enero del 2014, las cifras, no parecen haber variado sustancialmente
Señoría, si el dinero recaudado fuera el debido no dude de que la perspectiva de ganar dinero aumentaría la oferta de bienes apetecibles para la demanda generando empleo. Lo contrario, pensar que la demanda crea empleo nos lleva a preguntarnos: ¿demanda de qué, demanda para qué, con qué dinero?
Nos guste o no, las cosas fluyen según leyes propias y es propio de hombres sabios, estimado español, acomodarse a ellas para vencer. Las plantas esparcen sus semillas merced al viento que nunca dominarán. El hombre prudente, señoría, capta bien su entorno y se adapta en su beneficio. El político sensato, ese filósofo que quería Platón, que hace política, sabe de política y se acopla a la ciencia económica es útil a la comunidad. El otro, o bien ignora y resulta peligroso o bien sabe y es un timador. Pero no os preocupéis, mi querido español, os queda, no obstante, un último remedio, la comuna: apropiación por el Estado de la propiedad privada a cambio de la comida en el refectorio a horas determinadas por el abad. Pero me pregunto: ¿está hecho el hombre, dotado de voluntad, para la vida comunitaria? ¿Es el hombre una abeja presta a alimentar a la reina (porque sin duda habrá reina)? A este respecto, mi pobre español, son muy útiles las enseñanzas acerca de ese simio próximo al hombre, el chimpancé. Son fruto de las observaciones de Frans de Waal en el zoo de Arnhem que ilustran acerca del mono que llevamos dentro. Bien haríais en conocerlas.



martes, 28 de enero de 2014

LIBERALISMO ECONÓMICO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Mi estimado español, señoría, permitidme que os continúe exponiendo, en este permanente cotejo entre vuestro país y el mío, las múltiples diferencias que observo. Tal parece que en el vuestro se propugna el liberalismo económico, al menos en el ámbito político. Liberalismo aceptado como un magnífico sistema para determinar el precio de los bienes de consumo mediante el tira y afloja que supone la ley de oferta y demanda. Mecanismo idóneo sobre el papel dado que no genera vencedores ni vencidos. Cada cuál obtiene parte de lo que quiere. Es la mano invisible de Smith que hace posible la distribución equitativa de los recursos. Pero no es así. Cuando se trata de bienes de consumo absolutamente imprescindibles la parte adquiriente se ve siempre sometida a extorsión. No es posible la libertad cuando se nos va la vida en la opción. Puedo poner ejemplos sencillos de ello: alimentación, energía y vivienda. ¿Quién deja de comprar pan porque sea caro o energía vital que proporciona calor, luz y fuerza? Quién en su sano juicio puede prescindir de la habitación?  En estos casos la mano invisible de Smith se mueve a favor de los ofertantes que imponen sus precios más allá de cualquier consideración racional, diríamos política.
Precisamente por ello, en mi país, ¡bendito país!, la acción de gobierno en su día logró constituir asociaciones de compradores y vendedores, demandantes y ofertantes, cuyo respectivos representantes acuerdan desde la libertad proporcionada por la fuerza de la unión, a un lado y otro de la mesa, el precio de los bienes de consumo inevitables.
Por el contrario, en vuestro país, mi estimado español, no solo no existe tal modo de resolver el problema sino que, además, para agravarlo, la parte ofertante, esta sí, se agrupa en corporaciones que, aún más poderosas, que sus integrantes, fijan el precio mínimo de tales bienes. La acción de gobierno es aquí, una vez más, absolutamente nula, ¡Dios que políticos sufrís! Siempre atentos  a sus ombligos, nunca mirando vuestro interés. Clase nefanda, torpe, que os ha llevado y os lleva a la ruina. Eso sí, mirando siempre por vuestro bien .
Puesto que hablamos de economía no quiero dejaros, señoría, sin antes deciros de la antigua letra de cambio. Ese documento mercantil tan utilizado en Luzlandia en momentos de reducción del crédito bancario. Yo os pregunto: ¿Por qué ha caído en desuso entre ustedes? ¿No resulta razonable que quien quiera venderos algo os fie? ¿Para qué la banca? ¿Quiere usted vender su coche? Pues fie al librado y hágale aceptar las pertinentes letras de cambio. ¿Quiere usted vender sus pisos? Pues fie al comprador y hágale firmar las correspondientes letras. Es fácil. Considere esto, señoría, y hágalo ver a sus compatriotas antes credirricos y  ahora credipobres.



lunes, 27 de enero de 2014

UNOS Y OTROS



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

¿Qué os sucede señor? Me asombráis una y otra vez. Es público y notorio que dos no discuten si uno no quiere. También que un partido político solo lo es si es votado para ello. ¿Cómo, pues, decidme? ¿Cómo se explica que entidades políticas de discurso absurdo, irrelevante, vacío de contenido, pero cargado de denuestos contra el contrario, únicamente, sean votados una y otra vez? Unas y otras. ¡Cómo es posible creer en la pulcritud política del que diciendo defender el Estado lo vendió en almoneda…! Lo han desgarrado para vos, señor. Unos y otros. ¿Andáis preocupados acaso por vuestra jubilación, señor? Pues no votéis a quienes han encarecido la administración hasta resultar insoportable. No votéis a quienes os exigen más años de cotización mientras, para sí, consideran suficientes 7. Unos y otros. ¿Aplaudís a quienes han hecho posible, señor, el triste honor, de ser medalla de plata entre los países con más automóviles oficiales? Unos y otros.  ¿Os place acaso saber que vuestros mandatarios pisan moqueta y pretenden depositar sus sensible posaderas en sillas de medio millón de pesetas? Unos y otros. Es ello posible, señor? Fijaos. Un barrio de cualquier ciudad populosa supera en población a algunas autonomías, sin embargo comparte con otros barrios el ayuntamiento, con el ahorro consiguiente. ¿Por qué no hacen, al menos, otro tanto las ciudades autonómicas? ¿Entonces…? ¿O pensáis acaso, señoría, que lo correcto no es refundar el Estado sobre bases razonables, de economía e igualdad, sino multiplicar los parlamentos y las administraciones acá y acullá? ¿Votáis, aplaudís, a partidos, unos y otros, que presentan como un éxito colocar deuda pública a alto interés como si fuera un producto de tecnología financiera de vanguardia cuando de lo que se trata es de comprar dinero fuera, cueste lo que cueste? ¡Qué eufemismo! Llamar a esta vulgar compra, “colocar deuda pública”… ¿Votáis partidos, unos y otros, que elevan el umbral universitario a vuestros hijos al tiempo que disponen la acogida y formación como especialistas de licenciados foráneos, médicos en su mayoría, con independencia de la calidad de su formación? Os invito, señor, a que os mováis por Internet. Hallareis allí razón de lo que os digo , pero os lo repito: no vais por buen camino. Creedme. De no ser yo luzlandés haría tiempo que me habría expatriado. Vos veréis.



viernes, 24 de enero de 2014

OBJETIVIDAD


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Mi estimado español, señor. Para un luzlandés como yo vuestro Estado me desconcierta.  Un Estado estructurado sobre etnias que hablan en  un lenguaje medieval plagado de alusiones al terruño, a la lengua y al mito. Un lenguaje pretérito apto para la superchería y el engaño . Una babel, en suma.
A nosotros, los luzlandeses, modernos como somos, nos ha interesado desde siempre el tema del lenguaje.  La lengua entendida como un medio de expresión y, por ende, de comunicación.  Como un medio, jamás como un fin.  Por esto, ha sido una constante preocupación de nuestro país, Luzlandia, el hablar con objetividad. Hablar y proponer cosas visibles para todos. El lenguaje objetivo, racional, ha sido el resultado. Consideramos, no obstante, que la expresión subjetiva tiene su lugar: la filosofía, la creación literaria y la expresión sentimental, la poesía. Naturalmente, con el riesgo siempre de que no nos entendamos. Por poner un ejemplo. En este soneto de Góngora, ¿quien entendería que: “…hebra voladora que la Arabia en sus venas atesora y el rico Tajo en sus arenas cría” equivale a tus rubios cabellos? 
La subjetividad en la exposición de ciertos temas es inevitable pero mueve a confusión, se nutre y promueve pasiones y, sobre todo, es herramienta al servicio de los embaucadores y la patraña. Si yo afirmo que la circunferencia es el lugar geométrico de los puntos que equidistan de uno llamado centro, todos me entienden. Todos saben a que figura geométrica me refiero. No hay posibilidad ni de confusión ni de camelo. Expongo en un lenguaje objetivo válido para la comprensión general. Es, sin duda, el lenguaje de la verdad ya sea científica o consensuada. Es el lenguaje del hombre moderno, renacentista que, lamentablemente, no abunda. Podríamos decir que en la Edad Moderna desembarcan un puñado de hombres que son lamentablemente, solo eso, una avanzadilla de la Humanidad que se rezaga. Para los demás, el único lenguaje válido es el lenguaje mágico preñado de subjetividad que es lenguaje apto para la mitología y en manos de bribones poderoso útil. El lenguaje objetivo habla a la razón y es lengua de la razón, el otro, habla al sentimiento, a la pasión y es lengua de la emoción. 
Mi estimado español, señor, este nuevo concepto de la lengua como medio al servicio de la verdad y por tanto integrador exige cambios hacia la objetividad incluyente en los otros ámbitos de la concepción humana. Cambios, por caso, en el concepto de Estado. El Estado moderno es una creación racional concebido por sesudos filósofos: Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau… Pioneros que se esforzaron por idear un espacio vital apto para todos desde la consideración más objetiva posible. Un Estado caracterizado por la soberanía popular y la separación de poderes. En él, el político es mero mandatario de la voluntad popular. Un Estado apoyado en la igualdad, la libertad y la fraternidad. Un Estado a la medida del hombre, concebido para el hombre, en absoluto para el grupo, la etnia. El Estado, que no es otra cosa que el pueblo dotado de voluntad y fuerza,  asentado en un territorio (que por huir de sentimentalismos al uso evitaré llamar patria) El Estado es necesariamente  homogeneizador e integrador y nada sabe de intermediarios cualquiera que sea su denominación, autonomía por ejemplo. Cualquier alternativa a esta consideración se consideró una aberración contraria al pueblo y digna de repulsa. Hoy diríamos que se trataría de una consideración pequeño-burguesa y de derechas, en el concepto jacobino.  Según esto, señor:  ¿aún consideráis que vivís en un Estado integrador, moderno, racional, o en una vulgar imitación?