miércoles, 8 de octubre de 2014

ÉBOLA



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

El caso de los clérigos repatriados sin duda merece una ponderada reflexión al respecto. 
De entrada, resulta incomprensible la actitud de unos religiosos que, dicen ellos, han hecho del servicio a Cristo; es decir, de la difusión de la fe cristiana, su objetivo primordial.
Resulta lamentable ver como, en circunstancias de riesgo vital, desaprovechan una magnífica oportunidad de dar testimonio de su fe. En efecto, cuando tanto  predican acerca de la beatitud eterna, de la visión de Dios, del cielo, de este valle de lágrimas, de esta cárcel y estos hierros en que el alma esta metida (Santa Teresa), el apego a la vida, incluso contra toda esperanza racional, desconcierta, desmoraliza, a una grey que, con la vista puesta en sus pastores, se pregunta: ¿vista la actitud de estos clérigos que se aferran a la vida con uñas y dientes, será todo un camelo?
¿Creen acaso estos religiosos, rehuyendo el sacrificio y exigiendo para si el esfuerzo de todo un país en situación difícil, haciendo gala de una falta total de solidaridad, que su actitud no resulta escandalosa para sus acólitos?
A la primera ocasión de dar ejemplo, doloroso desde luego, de su fe defraudan.
Se me dirá que estos casos son excepciones, gotas en un océano de altruismo y caridad extremos. ¡Cómo no! Pero los hechos revelan aquí y allá el comportamiento en general torpe de una clerecía cuya conducta explica el fenómeno de una religiosidad en retroceso como muestra el escaso número de seminaristas y el porcentaje de católicos practicantes: tan solo un 12,1% acude a misa domingos y festivos.
Lo curioso es que tales actitudes absurdas de quienes se dicen seguidores de Aquel que dio la vida por nosotros, no han merecido el más mínimo comentario en los medias. Es más, han instado al gobierno para que llevara a cabo una repatriación más que criticable; a los hechos recientes me remito.
¿Cuando las necesidades de lo básico: alimentación y habitación, nos acosan y desuelan, se justifica el costo de semejante operación…?
En nuestro criterio estos pacientes debieron haber sido tratados in situ y el importe costeado por la organización en la que prestaban sus servicios. Máxime, cuando no se podía asegurar la imposibilidad de la propagación de la enfermedad. Ahora, lo sucedido me da la razón, y ya gozamos del lamentable título de ser el primer país del mundo no africano con un enfermo de ébola de producción propia.
La actitud del gobierno, que quiso apuntarse un tanto de necia bonhomía y de pulcritud técnica, fue inadmisible entonces. Ya  veremos, las consecuencias.
¿Cómo puede hablarse de un control exquisito de la situación cuando el asistente enfermo de ébola, aún sintomático, pudo deambular sin restricciones? ¡Qué torpeza que exige dimisiones inmediatas!
¿Consecuencias? ¿Podemos asegurar ahora que no se producirá una contaminación en cadena, que Europa no nos declare país en cuarentena?
¿Qué necesidad había de meterse en semejante jardín?
Pero así sois, españoles. Desde Unamuno y su celebre: Que invente ellos, seguís igual. Lo vuestro es la mística, la sabiduría, la constante reflexión sobre la muerte y su sentido. Lo de ellos, la ciencia y sus inventos que, en palabras del filósofo procura la vida y, por tanto, antes o después, el éxito en la lucha contra el ébola. Pues bien, esta actitud retrograda nos pasará factura. Sin duda. Esperemos que esta no sea luctuosa.

Por último, si  preocupación del gobierno ha sido restaurar la maltrecha imagen de España, esta desastrosa actuación sanitaria solo ha conseguido desacreditar al gobierno y manchar a una institución tan prestigiosa como la sanidad pública española.

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