José Francisco Luz Gómez de Travecedo
El caso de los clérigos repatriados sin
duda merece una ponderada reflexión al respecto.
De entrada, resulta incomprensible la
actitud de unos religiosos que, dicen ellos, han hecho del servicio a Cristo;
es decir, de la difusión de la fe cristiana, su objetivo primordial.
Resulta lamentable ver como, en
circunstancias de riesgo vital, desaprovechan una magnífica oportunidad de dar
testimonio de su fe. En efecto, cuando tanto predican acerca de la beatitud eterna, de la
visión de Dios, del cielo, de este valle de lágrimas, de esta cárcel y estos
hierros en que el alma esta metida (Santa Teresa), el apego a la vida, incluso
contra toda esperanza racional, desconcierta, desmoraliza, a una grey que, con
la vista puesta en sus pastores, se pregunta: ¿vista la actitud de estos
clérigos que se aferran a la vida con uñas y dientes, será todo un camelo?
¿Creen acaso estos religiosos, rehuyendo
el sacrificio y exigiendo para si el esfuerzo de todo un país en situación
difícil, haciendo gala de una falta total de solidaridad, que su actitud no
resulta escandalosa para sus acólitos?
A la primera ocasión de dar ejemplo,
doloroso desde luego, de su fe defraudan.
Se me dirá que estos casos son
excepciones, gotas en un océano de altruismo y caridad extremos. ¡Cómo no! Pero
los hechos revelan aquí y allá el comportamiento en general torpe de una
clerecía cuya conducta explica el fenómeno de una religiosidad en retroceso
como muestra el escaso número de seminaristas y el porcentaje de católicos
practicantes: tan solo un 12,1% acude a misa domingos y festivos.
Lo curioso es que tales actitudes absurdas
de quienes se dicen seguidores de Aquel
que dio la vida por nosotros, no han merecido el más mínimo comentario en
los medias. Es más, han instado al gobierno para que llevara a cabo una
repatriación más que criticable; a los hechos recientes me remito.
¿Cuando las necesidades de lo básico:
alimentación y habitación, nos acosan y desuelan, se justifica el costo de
semejante operación…?
En nuestro criterio estos pacientes
debieron haber sido tratados in situ y
el importe costeado por la organización en la que prestaban sus servicios.
Máxime, cuando no se podía asegurar la imposibilidad de la propagación de la
enfermedad. Ahora, lo sucedido me da la razón, y ya gozamos del lamentable
título de ser el primer país del mundo no africano con un enfermo de ébola de
producción propia.
La actitud del gobierno, que quiso
apuntarse un tanto de necia bonhomía y de pulcritud técnica, fue inadmisible
entonces. Ya veremos, las consecuencias.
¿Cómo puede hablarse de un control
exquisito de la situación cuando el asistente enfermo de ébola, aún
sintomático, pudo deambular sin restricciones? ¡Qué torpeza que exige
dimisiones inmediatas!
¿Consecuencias? ¿Podemos asegurar ahora
que no se producirá una contaminación en cadena, que Europa no nos declare país
en cuarentena?
¿Qué necesidad había de meterse en
semejante jardín?
Pero así sois, españoles. Desde Unamuno y
su celebre: Que invente ellos, seguís
igual. Lo vuestro es la mística, la sabiduría, la constante reflexión sobre la
muerte y su sentido. Lo de ellos, la ciencia y sus inventos que, en palabras
del filósofo procura la vida y, por tanto, antes o después, el éxito en la
lucha contra el ébola. Pues bien, esta actitud retrograda nos pasará factura.
Sin duda. Esperemos que esta no sea luctuosa.
Por último, si preocupación del gobierno ha sido restaurar
la maltrecha imagen de España, esta desastrosa actuación sanitaria solo ha
conseguido desacreditar al gobierno y manchar a una institución tan prestigiosa
como la sanidad pública española.
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