viernes, 28 de marzo de 2014

VERDAD CALIFICADA

VERDAD CALIFICADA

José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Oímos estos días hablar con machacona insistencia de la verdad judicial.  En la verdad judicial como la verdad de los hechos juzgados. El asunto pone en guardia y los pelos de punta. Resulta espeluznante que la verdad admita calificativos. Las cosas son lo que son con independencia de lo que conciba la mente.
El tema no tendría trascendencia si quedara reducido a lo que es: la adopción de una verdad de conveniencia en tanto se aclaran las cosas, una concesión inocente a la demanda humana de respuesta, pero resulta insoportable si de lo que se trata es de imponerla como la VERDAD, así con mayúsculas.
Yo entiendo el recurso al más allá, al mito, como modo de hallar un lenitivo a la angustia del hombre acerca de su futuro, pero lo que no acepto es la imposición de lo legendario a todo hombre cualquiera que sea su forma de pensar.
La historia del hombre esta repleta de verdades calificadas tenidas e impuestas por verdaderas. La verdad religiosa ha sido una de ellas y ¡ay, del que no la aceptara! La verdad religiosa lo explicaba todo y aún lo no explicado quedaba explicado por la incapacidad natural del hombre para entender. Lo cual ya era una explicación. ¿Deberé ahora hacer ver lo peligroso que resultaba contrariar antaño a la Iglesia, ir contra la verdad eclesial; o sea, la VERDAD? ¿Deberé hablar de nuestro Miguel Servet vilmente asesinado en Ginebra por pensar de modo propio? ¿Deberé hacerlo de Savonarola, también vilmente asesinado en Florencia por denunciar la corrupción de la Iglesia, por atentar contra la verdad? ¿O, quizá, del gran Galileo a quien su defensa de la teoría heliocéntrica casi cuesta la vida? Aquí hablo en pasado porque la verdad religiosa afortunadamente, entre nosotros, ha perdido observancia.
Otra, la verdad política, lo políticamente correcto. ¡Ay de aquel que no la acepte! Inicialmente deberá prestarse al hostigamiento permanente y a ser tratado como un apestado; luego, tras un periodo de lavado intensivo cerebral, de persistir en el error, “en la mentira”,  su nombre será escrito en un óstrakon y será apartado de la sociedad, desterrado, declarado persona non grata.  Si uno osa, poner en cuestión, un solo párrafo, ¡qué digo, una palabra!, del catecismo estatal, de los textos educativos vigentes, aténgase a las consecuencias. Cuando menos será tenido por facha, cavernícola, retrógrado, de izquierda extrema, etc…. ¿Por qué, si la verdad política es solo pura convención, mero acuerdo que debería contemplar la discrepancia? Pues porque el acuerdo es solo aparente y escamotea intereses privados que se ocultan tras la pantalla de la verdad política y otras. La verdad política, la oficial, utilizada para mentir. ¡Qué paradoja! A propósito de este tipo de verdad, Hitler dijo: “Ante Dios y el mundo el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad”. ¿Les parece mentira que la dijera? ¿Por qué no, si era su verdad?
Recuerdo ahora, y me alegro porque es justo romper una lanza en su favor, de esa pobre mujer, Camille Clodel, querida que fue de Rodin, al que la verdad oficial hizo un genio de la escultura, que fue apartada de la sociedad, desterrada en un manicomio hasta morir, por el mero hecho de disentir en sus hechos y palabras de la verdad social, otra verdad calificada que a tantos ha quebrado, ha triturado, ha engullido. Que es costumbre que la mujer se entregue sin descanso, hasta la extenuación, que se inmole en el altar de la familia… Pues que se atreva a hacer lo contrario y ya veremos, dicen los de la verdad social. Que se lleva el pantalón hasta los tobillos… Pues, ¡ay, del que los lleve bombachos! Que es costumbre que ande hombre con mujer y mujer con hombre… Pues, ¡ay del hombre que ande con hombre y de la mujer que ande con mujer! ¡Que cosas del hombre, señor! Conductas absurdas que harían reír si no fuera por el enorme mal que han reportado a la humanidad aunque, eso sí, armadas con la verdad. No por históricas dejan de poner los pelos de punta las matanzas de Hugonotes en la Francia católica de Catalina de Médicis y de su hijo Carlos IX y, más recientemente, el Holocausto. Ejemplos entre miles que deberían de ponernos en guardia permanente y en prevención contra la verdad calificada. De hecho, en el mundo civilizado, pretendidamente un mundo que desterró la violencia como elemento para dirimir los problemas, el reino de la cortesía y del fair play, la verdad calificada ha sido la gran coartada para cometer todo tipo de fechorías.
¿Frente a todo esto, la verdad científica, la absoluta, la verdad que debiera asentarse en la objetividad, en lo obvio para todos? Pues no. Tampoco. La ciencia se ha mostrado, y supongo que se seguirá mostrando, también dogmática y excluyente en tanto ciencia oficial y obra humana. Sin embargo, la crónica de la ciencia da cuenta de cómo las teorías tienen sus días contados pues pronto surgen otras explicaciones mejores de los hechos observados. Por ejemplo, la teoría del flogisto para explicar la combustión de los cuerpos no fue capaz de soportar la comprobación experimental de Lavoisier y se derrumbó, pero hasta entonces era tenida por la verdad científica y, por tanto, indiscutible, verdadera, para algunos científicos dogmáticos. Recordemos asimismo la reticencia a aceptar la teoría evolutiva de Darwin en un momento en el que imperaba la teoría creacionista. También la oposición a Semmelweis y sus propuestas antisépticas por parte de la medicina oficial, a su cabeza el doctor Klein. Así, pues, ¡ojo! también, con la verdad científica que deberá ser tenida siempre como provisional hasta tanto no arribe otra mejor que la sustituya, pero  este principio no es respetado siempre, ya sea por la   inercia del hombre y su tendencia a no dar su brazo a torcer, ya sea por  intereses ajenos al mundo de la ciencia: el prestigio y todo lo que comporta, que llevan incluso a falsificar los resultados, al fraude científico y al plagio. El caso del cráneo del hombre de Piltdown es un ejemplo entre muchos. A este respecto, recomiendo el excelente trabajo de Schutz y Katime, Los Fraudes científicos.
En conclusión. Existen dos verdades: una, la verdad objetiva, la verdad de lo mensurable, la que se impone por la evidencia y es objeto del método experimental, también con las debidas salvedades para no incurrir en dogmatismo científico; otra, la verdad subjetiva, la verdad de lo no mensurable, la verdad en absoluto evidente por si misma, objeto de la especulación; con una única excepción: la verdad del poeta. Cuando este género de verdad afecte a muchos, verdad política deberá ser consensuada con carácter siempre eventual. En los demás casos, esta verdad correrá de cuenta de cada cual y quedará reservada para el ámbito especulativo, la filosofía, la religión, etc.
Pero mientras esto suceda, mientras la verdad sea una patraña en la mayoría de las ocasiones bueno será que como santo Tomás digamos: “No creeré nada de lo que me dicen, hasta que vea las marcas de los clavos en sus manos y meta mi dedo en ellas y ponga mi mano en la herida de su costado.”
Ante estos hechos, ante la mentira dominante, solo cabe la denuncia y la educación. La función de esta ha de ser lograr ciudadanos críticos, autónomos, difíciles de gobernar porque no comulguen con ruedas de molino.
Esta es mi verdad.



jueves, 20 de marzo de 2014

MOJARSE



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Él ya se ha expresado. Yo quiero, hoy, apoyarlo con mi escrito. Con independencia del fondo y forma de sus cartas, tiene el valor de “mojarse”. Arrostra críticas adversas, como podemos leer, pero resulta indudable que es un hombre libre que, guste o no, expone sus opiniones. Lo hace bien y con ingenio y merece nuestra consideración. De hecho, cuando escribo, yo también busco provocar reacciones en la opinión pública, fomentar la crítica y alentar a que muchos otros se lancen al ruedo y expongan sus juicios. Estoy cierto que del contraste de pareceres surge la luz, la idea genial que permite salir de los embrollos en los que encallamos una y otra vez. ¡Ojala haya muchos Evaristos Torres Olivas, pues a él me refiero, que con su crítica, crispando sí, hagan difícil, por no decir imposibles, las maquiavélicas maniobras de la clase política que hoy soportamos. Es desolador oír decir a los ciudadanos, a la hora de opinar, a modo de excusa, que no entienden de política, pero que... tal o cual. O sea, la política para los políticos que son los que entienden aunque deben ser comprensivos con nuestra impericia. ¡Ellos, a los que solo se les exige la mayoría de edad y la nacionalidad! Ellos, que son incapaces de expresar por escrito sus opiniones sobre los temas de actualidad.  ¿Qué piensan del Estado y su dilución autonómica? ¿Qué piensan de la inexistente separación de poderes? ¿Saben algo de Montesquieu? ¿Qué entienden por nación? ¿Saben algo de la izquierda; por caso, de los ocho modelos de Gustavo Bueno? ¿Quiénes eran los jacobinos? ¿Qué piensan de la disgregación del cuerpo social minado por la continua transferencia de competencias, la primera: la legislativa, y, ahora, por los ataques a la lengua común, el español? ¿Qué piensan del lebensraum, espacio vital, que se nos ha ido al carajo? ¿Qué juicio les merece el Estado moral; han leído la opinión de Schopenhauer al respecto? ¿Y de la ley electoral? ¿Qué piensan de la eutanasia, del aborto más allá de la organogénesis, de la propuesta de conceder “algunos derechos humanos a los grandes simios”? ¿Y del modelo económico? ¿De la energía, qué hay? ¿Es compatible el respeto al Soberano (la nación) con el otorgamiento del voto (expresión de la parte alícuota de soberanía que corresponde a cada ciudadano) sin consulta popular, al extranjero? ¿Qué piensan del fomento de las obras de misericordia en un Estado laico? ¿Es compatible la descentralización con la centralización autonómica de los recursos? ¿Estamos los turolenses en el derecho de autodeterminación e integrarnos donde nos convenga? Son tantas y tantas las preguntas para un silencio tan ruidoso... Mójense, señores, y no teman a sus mayores. Olviden las consignas de partido y vuélvanse la pueblo que les vota: respeten la ley no escrita, la opinión pública. Queremos saber, políticos, quienes sois y como pensáis. Comprometeos como el ciudadano Torres y yo mismo.  



viernes, 14 de marzo de 2014

HYBRIS



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Lo fueron antes Hitler y Mussolini y Franco y Tito y Stalin. Lo fueron antes Idi Amin Dada, Jean Bedel Bokkasa, Margistu Haile Mariam, Pol Pot. Entre otros. Luego, Muamar el Gadadi y Hosni Mubarach. Ahora, Bashar al-Asad y, últimamente, Victor Yanukovich. Todos varones, todos. Lo que sigue a continuación le atañe, pues, al macho humano.
Me pregunto: ¿qué explica en ellos una conducta tan despiadada y cruel, tanta soberbia y desmesura, tanta prepotencia?
No es de ahora. Lo ha sido siempre. El poderoso termina imponiendo su ley, siempre, antes o después.
Sin duda, hay que bucear en la condición animal del hombre, en la entraña, en su biología, para comprender el fenómeno. Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (lobo es el hombre para el hombre y no hombre cuando desconoce quien es el otro) dijo Plauto y justificó el represor Estado de Hobbes. También: Bellum omniun contra omnes (guerra entre todos contra todos).
Esta conducta se ve favorecida por aquellas circunstancias que propician o permiten la impunidad y es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del prepotente. Por  esto es comportamiento propio del gobernante que en su demoledora vanidad se creyó incluso capaz de desafiar a los mismos dioses, pero estos se vengaban. El hombre que se desmanda y, por poderoso, atropella e invade el espacio vital ajeno, que obra con desmesura terminaba mal. Se consideraba que los dioses lo habían castigado. Ya en la Grecia clásica se decía que: “Aquel a quien los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco”. Era la hybris, la desmesura, la extralimitación. Por eso la democracia ateniense conocedora del animal humano coartaba la voluntad del gobernante: “… dividiendo los poderes, limitando a un año el periodo de sus gobernantes, prohibiendo toda reelección y escogiéndolos por sorteo para evitar la demagogia de los oradores y el soborno de los ricos”.
Esta pulsión del animal humano, esta propensión a avasallar, es pública y notoria: la historia humana es básicamente la crónica de una guerra que niega cualquier fundamento a la socorrida expresión: trato humano; como si humanidad fuera sinónimo de filantropía, de altruismo. Mas bien, lo contrario. Salvo que, naturalmente, neguemos la condición de humanos, la humanidad, a los susodichos gobernantes.
Dos mil años de Cristianismo nos han hecho olvidar nuestro entronque natural, nuestra plausible, razonable, genealogía. Seguimos pensando que somos de estirpe divina y mirándonos el ombligo, pero no es así salvo que hagamos a Dios un ser a imagen y semejanza del hombre.
Con independencia de las consideraciones genéticas que incluyen discrepancias acerca del porcentaje de ADN compartido con los chimpancés (presumido en un 97% tras técnicas de hibridación del ADN humano con el del chimpancé y hoy en día cifrado en un 98,4% tras haberse completado la secuenciación del ADN de los grandes simios) nada impide considerar al hombre un animal y ubicarlo según reglas taxonómicas. Pudo así Linneo nombrarlo científicamente homo sapiens y situarlo en la familia hominidae junto a los grandes simios. El criterio utilizado para esta clasificación fue el formal, la similitud estructural, pero es evidente que además de la forma entre las especies próximas existen parecidos comportamientos y que la conducta humana no se va mucho de la de sus parientes los grandes simios; sobre todo, en lo referente a la agresividad, de la de los chimpancés y, expresamente, excluyo al bonobo cuya sociedad matriarcal y modo de resolver los conflictos nos son, por desgracia, ajenos. A este respecto, son esclarecedores los estudios acerca de los chimpancés del biólogo Frans de Waal, en el zoológico de Arnhem. Sus conclusiones están recogidas en su famoso libro La Política de los Chimpancés. Él dice: “Cómo nosotros los monos luchan por el poder, disfrutan del sexo, quieren seguridad y afecto, matan por el territorio y valoran la confianza y la cooperación”.
Esta primitiva valoración de las conductas es un embrión de la conducta moral que ya en el hombre se convierte en un motivo de continua reflexión. Es pues el hombre un primate dotado por heredad de un mínimo moral que hace posible su condición de simio social.
Sí, pero de una sociedad arcaica y jerarquizada donde el macho alfa, macho preponderante, impone su rango con ferocidad mortal (en el citado libro se relata la muerte de un rival tras ser atacado y emasculado por otros machos, el alfa entre ellos) y astucia. Para esto da nuestra heredad, nuestra conducta básica: para mantenernos agrupados y jerarquizados defendiendo a dentelladas privilegio y territorio contra propios y extraños. Sociedad machista además.
¿Es extraño pues que la historia de la humanidad sea la que es: una permanente lucha a muerte por la hegemonía con espacios de paz, mas bien treguas, aprovechados para el rearme con ingenios aún más mortíferos si cabe?
Luchas entre tribus pero también luchas intestinas por el poder: guerras civiles y revoluciones que tanta sangre y destrucción provocaron siempre para nada que no hubiera podido lograrse de otro modo.
Así las cosas, con este mínimo moral que solo el pensamiento reflexivo puede mejorar, ese que tanto escasea por doquier: ¿es posible pensar en otro escenario que no sea el bélico?
Los susodichos políticos se comportaron de una manera absolutamente natural; fueron humanos primitivos esclavos de su pulsión ancestral : la posición alfa en el grupo y la defensa del territorio y su ampliación a cualquier precio. No pararon mientes en destruir cuanto se opuso a su ansia de dominio. Servidos por una tremenda máquina de matar fueron incontenibles y temibles tanto para los propios como para los extraños. Nada pudo oponerse a sus técnicas terroríficas Aislados de las víctimas por la cadena del mal, es decir, el ejercito de adoctrinados subordinados atentos solo  cumplir las órdenes de sus superiores, aquejados de lo que Hannah Arendt denominó la banalidad del mal, cualquier gesto inhibidor de la agresividad fue completamente neutralizado. Desde la altura del poder, aislados de sus víctimas, no podían ver su mirada de terror ni la mano tendida que solicita clemencia ni la sangre derramada ni los destripamientos que ocasionaba la metralla de sus proyectiles ni percibir el hedor de la muerte.
Es cierto, afortunadamente, que el hombre puede plantearse la moralidad de su conducta: si es provechosa o no, para él y los demás, y concluir con Confucio, ya en el 460 a. de C., que no debe hacerse a los demás lo que uno no desee para sí  y llegar al convencimiento, con Albert Camus, de que no es el fin el que justifica los medios sino estos el fin, pero también acordar con Maquiavelo, para el que la política nada tenía que ver con la moral, la ética o la religión. Quiero hacer ver aquí que existe una herencia ligada al pensamiento y a sus conclusiones. Que pensar éticamente y ordenar la conducta personal con arreglo a la reflexión es algo que también se transmite a la descendencia por mor del ejemplo y la palabra. Que es algo que se hereda. La filantropía, el pensar en los demás como personas, se hallen a la distancia que se hallen, esto es, sean más o menos próximos, más o menos prójimos, es una conquista que supone un salto cualitativo y, por tanto, un avance adaptativo en el camino para llegar a una sociedad equilibrada y feliz. El problema radica en que tales cambios se dan en un contado numero de personas que aún tienen escasa capacidad de influir. Mientras, es el hombre agresivo en busca de poder, adaptado perfectamente a una sociedad en la que subyace la violencia de todo tipo, el que medra. Es la sociedad fuertemente jerarquizada que permite todo tipo de fechorías posibles por lo comentado: la cadena del mal y la ausencia de reflexión ética que justifica la banalidad del mal. Esto es, la total falta de interés por las consecuencias últimas de las decisiones adoptadas siempre en provecho del magnate. La sociedad que quería y justificaba Maquiavelo. La que aún prospera.
Se explica así el comportamiento de los responsables de los ayuntamientos de Burgos y Alcázar de San Juan cuyas conductas nos sumen en la perplejidad cuando no, en la indignación más absoluta. Su contumacia, su tenacidad en mantenerse en los proyectos pese a la voluntad popular solo puede entenderse desde el concepto expuesto: la hybris. Naturalmente, cabe otras presuntas razones siempre a incluir en la consideración juiciosa de los actos del animal humano. Y más si se trata de un varón.
Hace tiempo que vengo sosteniendo que, dada la conducta agresiva del macho de la especie humana, tendente siempre a propasarse, a la desmesura, hasta tanto se operen (desde luego, por vía natural adaptativa) cambios genéticos provechosos para la convivencia feliz, debe ser la mujer, que esta dotada mejor que el hombre para el cuidado de la colectividad y sus relaciones con las demás, la que tome el mando. El varón tuvo su oportunidad y generó, y genera, innumerables conflictos que han traído muerte y devastación sin fin. Hoy, al menos en el mundo occidental, su conducta es menos cruenta porque ha encontrado nuevos modos de dominación: más sofisticados, más técnicos, menos primitivos: ayer se robaba la bolsa de modo manual y con intimidación, hoy con procedimientos de ingeniería financiera de los que es un ejemplo clásico el timo Ponzi (otro varón), el timo de la pirámide, pero en el fondo subyace siempre la apetencia del macho por lo ajeno ya sean personas o cosas. Llegados a este punto se me podrá objetar que ya hay mujeres en cualquier ámbito del quehacer humano, pero … ¿qué mujeres? En un mundo de hombres, de patriarcas, son estos los que eligen a sus mujeres y bien se cuidan de que estas sean afines; es decir, machistas. Es cosa digna de ver como las hijas de madres que, hartas de aguantar una situación matrimonial frustrante, dan el portazo y se largan, cargan sobre ellas reprochándoles su actitud que en nada tiene que ver con la abnegación y sumisión que se consideran propias de las buenas madres. ¿Cómo hemos de calificar esta actitud…? 
Son innumerables los casos de mujeres heroicas que pasaron por la vida para construir y, desde luego, escaso el de mujeres violentas y, aún en estos casos, habría que conocer los hechos de primera mano antes de juzgarlas, pero la actitud de la mujer en general ha sido encomiable. No podemos olvidar a esa gran mujer que fue Mary Wollstonecraft, impulsora del movimiento feminista, que ya en 1792 publicó su obra Vindicación de los Derechos de la Mujer y solicitó al Estado cambios en el modelo educativo que posibilitaran una enseñanza primaria gratuita y universal. Murió de fiebre puerperal, ese cuadro clínico de cuyos orígenes y prevención habló Semmelweis, la voz que nadie oyó. Tampoco olvidaremos a las porfiadas sufragistas americanas e inglesas, estas comandadas por Emmeline Pankhurst, y, en nuestro país a Clara Campoamor, que no cejaron hasta lograr el voto para la mujer. Para terminar, por ahora, quiero exponer la opinión que la mujer merecía, en 1931, a un distinguido catedrático de Patología de la Universidad de Madrid, Roberto Novoa Santos:
“Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos título y los mismos derechos políticos que al hombre? ¿Son organismos igualmente capacitados? (…) La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación. (…) Es posible o seguro que hoy la mujer española, lo mismo la mujer campesina que la mujer urbana, está bajo la presión de las instituciones religiosas; (…) Y yo pregunto: ¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás. Y es que a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica. Por eso creo que, en cierto modo, no le faltaba razón a mi amigo D. Basilio Álvarez al afirmar que se haría del histerismo ley. El histerismo no es una enfermedad , es la propia estructura de la  mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer. Y yo pregunto: ¿en qué despeñadero nos hubiésemos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer? (…) ¿Nos sumergiríamos en el nuevo régimen matriarcal, tras la cual habría de estar siempre expectante la Iglesia católica española?”
Pobre hombre este Novoa Santos. Ignoraba lo de la inteligencia emocional de Goleman. Ignoraba que también que: Le coeur a ses raisons que la raison ne connaît point. Debiera haber leído a Pascal.

Esto se escribió en el primer tercio del siglo pasado, ayer aún, pero mucho me temo que es aún la opinión preponderante en los hombres. La misma concesión de la cuota es vejatoria para las mujeres que se ven así astutamente apartadas por el varón taimado de la posibilidad de ocular la totalidad de los puestos si los merecen resultando paradójico que la misma ley de igualdad recurra al criterio sexual para determinar a quien le toca plaza.
He titulado a este escrito Hybris pero debería haberlo llamado La Mujer. De cualquier modo, es la denuncia de una situación de atropello permanente, ya sea del pueblo ya sea de la mujer,  por la desmesura de aquello a los que corresponde velar por el derecho de las personas, cualquiera que sea su sexo.



jueves, 13 de marzo de 2014

ASTUCIAS


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Políticos ladinos, mandatarios astutos, anuncian a bombo y platillo que se proponen conseguir, para sus poderdantes, la excelencia. No mayores cotas de bienestar, no, el súmmum, el colmo, el sumo del bienestar. Menos mal que no nos prometen años, que también, también, porque de ser así nos asegurarían la eternidad. Esto de prometer lo imposible es técnica vieja que, como el timo del tocomocho, sigue dando resultados y son legión los que pican. Es un timo porque la excelencia es un desiderátum, un anhelo siempre por conseguir, el summum bonum clásico. Se nos promete, pues, un imposible, una quimera, el agua en la cesta, un camello que pasa por el ojo de la aguja, una bola cúbica, un cubo esférico, qué sé yo... Pero, es que, además, la inconcreción del término permite esquivar cualquier crítica acerca de los medios. En efecto, borroso el objetivo, oculto a la sagacidad de los críticos, siempre crispando (esta afirmación es otra de las mañas de los mandatarios), la ruta para llegar a este permanece invisible (más bien, no existe). ¿Cómo reprocharles que yerran el tiro cuando ignoramos dónde se halla la diana? Siempre podrán contestar que no solo apuntan correctamente sino que dan en el blanco una y otra vez. ¡Cuánta pillería hecha posible por tanto incauto!  ¿Pondríamos dinero a cambio de excelencia en la gestión de nuestros ahorros? No lo creo si se trata de dinero propio. Sin embargo, el dinero compartido, el dinero de todos, el futuro propio y el de nuestros hijos, aún la vida, los invertimos sin garantías. ¡Qué despropósito! Yo por mi parte, solo doy crédito a quien me ofrece objetivos concretos; que es persona de fiar porque sé a tiempo si me interesan o no, y, sobre todo, porque le puedo tirar de la levita si se despista.
P.E.: bien saben que concretar, mojarse, compromete. Ahí está el NO A LOS TRAVASES, equivalente al NO PASARÁN de la Ibárruri, para demostrar lo que digo.