VERDAD CALIFICADA
José Francisco Luz Gómez de Travecedo
Oímos estos días hablar con machacona insistencia de la verdad judicial. En la verdad judicial como la verdad de los hechos juzgados. El asunto pone en guardia y los pelos de punta. Resulta espeluznante que la verdad admita calificativos. Las cosas son lo que son con independencia de lo que conciba la mente.
Oímos estos días hablar con machacona insistencia de la verdad judicial. En la verdad judicial como la verdad de los hechos juzgados. El asunto pone en guardia y los pelos de punta. Resulta espeluznante que la verdad admita calificativos. Las cosas son lo que son con independencia de lo que conciba la mente.
El tema no tendría trascendencia si
quedara reducido a lo que es: la adopción de una verdad de conveniencia en
tanto se aclaran las cosas, una concesión inocente a la demanda humana de
respuesta, pero resulta insoportable si de lo que se trata es de imponerla como
la VERDAD, así con mayúsculas.
Yo entiendo el recurso al más allá, al
mito, como modo de hallar un lenitivo a la angustia del hombre acerca de su
futuro, pero lo que no acepto es la imposición de lo legendario a todo hombre
cualquiera que sea su forma de pensar.
La historia del hombre esta repleta de
verdades calificadas tenidas e impuestas por verdaderas. La verdad religiosa ha
sido una de ellas y ¡ay, del que no la aceptara! La verdad religiosa lo
explicaba todo y aún lo no explicado quedaba explicado por la incapacidad
natural del hombre para entender. Lo cual ya era una explicación. ¿Deberé ahora
hacer ver lo peligroso que resultaba contrariar antaño a la Iglesia, ir contra
la verdad eclesial; o sea, la VERDAD? ¿Deberé hablar de nuestro Miguel Servet
vilmente asesinado en Ginebra por pensar de modo propio? ¿Deberé hacerlo de
Savonarola, también vilmente asesinado en Florencia por denunciar la corrupción
de la Iglesia, por atentar contra la verdad? ¿O, quizá, del gran Galileo a
quien su defensa de la teoría heliocéntrica casi cuesta la vida? Aquí hablo en
pasado porque la verdad religiosa afortunadamente, entre nosotros, ha perdido observancia.
Otra, la verdad política, lo políticamente
correcto. ¡Ay de aquel que no la acepte! Inicialmente deberá prestarse al
hostigamiento permanente y a ser tratado como un apestado; luego, tras un
periodo de lavado intensivo cerebral, de persistir en el error, “en la
mentira”, su nombre será escrito en un
óstrakon y será apartado de la sociedad, desterrado, declarado persona non
grata. Si uno osa, poner en cuestión, un
solo párrafo, ¡qué digo, una palabra!, del catecismo estatal, de los textos
educativos vigentes, aténgase a las consecuencias. Cuando menos será tenido por
facha, cavernícola, retrógrado, de izquierda extrema, etc…. ¿Por qué, si la
verdad política es solo pura convención, mero acuerdo que debería contemplar la
discrepancia? Pues porque el acuerdo es solo aparente y escamotea intereses
privados que se ocultan tras la pantalla de la verdad política y otras. La
verdad política, la oficial, utilizada para mentir. ¡Qué paradoja! A propósito
de este tipo de verdad, Hitler dijo: “Ante
Dios y el mundo el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad”.
¿Les parece mentira que la dijera? ¿Por qué no, si era su verdad?
Recuerdo ahora, y me alegro porque es
justo romper una lanza en su favor, de esa pobre mujer, Camille Clodel, querida
que fue de Rodin, al que la verdad oficial hizo un genio de la escultura, que
fue apartada de la sociedad, desterrada en un manicomio hasta morir, por el
mero hecho de disentir en sus hechos y palabras de la verdad social, otra
verdad calificada que a tantos ha quebrado, ha triturado, ha engullido. Que es
costumbre que la mujer se entregue sin descanso, hasta la extenuación, que se
inmole en el altar de la familia… Pues que se atreva a hacer lo contrario y ya
veremos, dicen los de la verdad social. Que se lleva el pantalón hasta los
tobillos… Pues, ¡ay, del que los lleve bombachos! Que es costumbre que ande
hombre con mujer y mujer con hombre… Pues, ¡ay del hombre que ande con hombre y
de la mujer que ande con mujer! ¡Que cosas del hombre, señor! Conductas
absurdas que harían reír si no fuera por el enorme mal que han reportado a la
humanidad aunque, eso sí, armadas con la verdad. No por históricas dejan de
poner los pelos de punta las matanzas de Hugonotes en la Francia católica de
Catalina de Médicis y de su hijo Carlos IX y, más recientemente, el Holocausto.
Ejemplos entre miles que deberían de ponernos en guardia permanente y en
prevención contra la verdad calificada. De hecho, en el mundo civilizado,
pretendidamente un mundo que desterró la violencia como elemento para dirimir
los problemas, el reino de la cortesía y del fair play, la verdad calificada ha
sido la gran coartada para cometer todo tipo de fechorías.
¿Frente a todo esto, la verdad científica,
la absoluta, la verdad que debiera asentarse en la objetividad, en lo obvio
para todos? Pues no. Tampoco. La ciencia se ha mostrado, y supongo que se
seguirá mostrando, también dogmática y excluyente en tanto ciencia oficial y
obra humana. Sin embargo, la crónica de la ciencia da cuenta de cómo las
teorías tienen sus días contados pues pronto surgen otras explicaciones mejores
de los hechos observados. Por ejemplo, la teoría del flogisto para explicar la
combustión de los cuerpos no fue capaz de soportar la comprobación experimental
de Lavoisier y se derrumbó, pero hasta entonces era tenida por la verdad
científica y, por tanto, indiscutible, verdadera, para algunos científicos
dogmáticos. Recordemos asimismo la reticencia a aceptar la teoría evolutiva de
Darwin en un momento en el que imperaba la teoría creacionista. También la
oposición a Semmelweis y sus propuestas antisépticas por parte de la medicina
oficial, a su cabeza el doctor Klein. Así, pues, ¡ojo! también, con la verdad
científica que deberá ser tenida siempre como provisional hasta tanto no arribe
otra mejor que la sustituya, pero este
principio no es respetado siempre, ya sea por la inercia
del hombre y su tendencia a no dar su brazo a torcer, ya sea por intereses ajenos al mundo de la ciencia: el
prestigio y todo lo que comporta, que llevan incluso a falsificar los
resultados, al fraude científico y al plagio. El caso del cráneo del hombre de Piltdown
es un ejemplo entre muchos. A este respecto, recomiendo el excelente trabajo de
Schutz y Katime, Los Fraudes científicos.
En conclusión. Existen dos verdades: una,
la verdad objetiva, la verdad de lo mensurable, la que se impone por la
evidencia y es objeto del método experimental, también con las debidas
salvedades para no incurrir en dogmatismo científico; otra, la verdad
subjetiva, la verdad de lo no mensurable, la verdad en absoluto evidente por si
misma, objeto de la especulación; con una única excepción: la verdad del poeta.
Cuando este género de verdad afecte a muchos, verdad política deberá ser
consensuada con carácter siempre eventual. En los demás casos, esta verdad
correrá de cuenta de cada cual y quedará reservada para el ámbito especulativo,
la filosofía, la religión, etc.
Pero mientras esto suceda, mientras la
verdad sea una patraña en la mayoría de las ocasiones bueno será que como santo
Tomás digamos: “No creeré nada de lo que me dicen, hasta que vea las marcas de
los clavos en sus manos y meta mi dedo en ellas y ponga mi mano en la herida de
su costado.”
Ante estos hechos, ante la mentira
dominante, solo cabe la denuncia y la educación. La función de esta ha de ser
lograr ciudadanos críticos, autónomos, difíciles de gobernar porque no
comulguen con ruedas de molino.
Esta es mi verdad.