viernes, 28 de marzo de 2014

VERDAD CALIFICADA

VERDAD CALIFICADA

José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Oímos estos días hablar con machacona insistencia de la verdad judicial.  En la verdad judicial como la verdad de los hechos juzgados. El asunto pone en guardia y los pelos de punta. Resulta espeluznante que la verdad admita calificativos. Las cosas son lo que son con independencia de lo que conciba la mente.
El tema no tendría trascendencia si quedara reducido a lo que es: la adopción de una verdad de conveniencia en tanto se aclaran las cosas, una concesión inocente a la demanda humana de respuesta, pero resulta insoportable si de lo que se trata es de imponerla como la VERDAD, así con mayúsculas.
Yo entiendo el recurso al más allá, al mito, como modo de hallar un lenitivo a la angustia del hombre acerca de su futuro, pero lo que no acepto es la imposición de lo legendario a todo hombre cualquiera que sea su forma de pensar.
La historia del hombre esta repleta de verdades calificadas tenidas e impuestas por verdaderas. La verdad religiosa ha sido una de ellas y ¡ay, del que no la aceptara! La verdad religiosa lo explicaba todo y aún lo no explicado quedaba explicado por la incapacidad natural del hombre para entender. Lo cual ya era una explicación. ¿Deberé ahora hacer ver lo peligroso que resultaba contrariar antaño a la Iglesia, ir contra la verdad eclesial; o sea, la VERDAD? ¿Deberé hablar de nuestro Miguel Servet vilmente asesinado en Ginebra por pensar de modo propio? ¿Deberé hacerlo de Savonarola, también vilmente asesinado en Florencia por denunciar la corrupción de la Iglesia, por atentar contra la verdad? ¿O, quizá, del gran Galileo a quien su defensa de la teoría heliocéntrica casi cuesta la vida? Aquí hablo en pasado porque la verdad religiosa afortunadamente, entre nosotros, ha perdido observancia.
Otra, la verdad política, lo políticamente correcto. ¡Ay de aquel que no la acepte! Inicialmente deberá prestarse al hostigamiento permanente y a ser tratado como un apestado; luego, tras un periodo de lavado intensivo cerebral, de persistir en el error, “en la mentira”,  su nombre será escrito en un óstrakon y será apartado de la sociedad, desterrado, declarado persona non grata.  Si uno osa, poner en cuestión, un solo párrafo, ¡qué digo, una palabra!, del catecismo estatal, de los textos educativos vigentes, aténgase a las consecuencias. Cuando menos será tenido por facha, cavernícola, retrógrado, de izquierda extrema, etc…. ¿Por qué, si la verdad política es solo pura convención, mero acuerdo que debería contemplar la discrepancia? Pues porque el acuerdo es solo aparente y escamotea intereses privados que se ocultan tras la pantalla de la verdad política y otras. La verdad política, la oficial, utilizada para mentir. ¡Qué paradoja! A propósito de este tipo de verdad, Hitler dijo: “Ante Dios y el mundo el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad”. ¿Les parece mentira que la dijera? ¿Por qué no, si era su verdad?
Recuerdo ahora, y me alegro porque es justo romper una lanza en su favor, de esa pobre mujer, Camille Clodel, querida que fue de Rodin, al que la verdad oficial hizo un genio de la escultura, que fue apartada de la sociedad, desterrada en un manicomio hasta morir, por el mero hecho de disentir en sus hechos y palabras de la verdad social, otra verdad calificada que a tantos ha quebrado, ha triturado, ha engullido. Que es costumbre que la mujer se entregue sin descanso, hasta la extenuación, que se inmole en el altar de la familia… Pues que se atreva a hacer lo contrario y ya veremos, dicen los de la verdad social. Que se lleva el pantalón hasta los tobillos… Pues, ¡ay, del que los lleve bombachos! Que es costumbre que ande hombre con mujer y mujer con hombre… Pues, ¡ay del hombre que ande con hombre y de la mujer que ande con mujer! ¡Que cosas del hombre, señor! Conductas absurdas que harían reír si no fuera por el enorme mal que han reportado a la humanidad aunque, eso sí, armadas con la verdad. No por históricas dejan de poner los pelos de punta las matanzas de Hugonotes en la Francia católica de Catalina de Médicis y de su hijo Carlos IX y, más recientemente, el Holocausto. Ejemplos entre miles que deberían de ponernos en guardia permanente y en prevención contra la verdad calificada. De hecho, en el mundo civilizado, pretendidamente un mundo que desterró la violencia como elemento para dirimir los problemas, el reino de la cortesía y del fair play, la verdad calificada ha sido la gran coartada para cometer todo tipo de fechorías.
¿Frente a todo esto, la verdad científica, la absoluta, la verdad que debiera asentarse en la objetividad, en lo obvio para todos? Pues no. Tampoco. La ciencia se ha mostrado, y supongo que se seguirá mostrando, también dogmática y excluyente en tanto ciencia oficial y obra humana. Sin embargo, la crónica de la ciencia da cuenta de cómo las teorías tienen sus días contados pues pronto surgen otras explicaciones mejores de los hechos observados. Por ejemplo, la teoría del flogisto para explicar la combustión de los cuerpos no fue capaz de soportar la comprobación experimental de Lavoisier y se derrumbó, pero hasta entonces era tenida por la verdad científica y, por tanto, indiscutible, verdadera, para algunos científicos dogmáticos. Recordemos asimismo la reticencia a aceptar la teoría evolutiva de Darwin en un momento en el que imperaba la teoría creacionista. También la oposición a Semmelweis y sus propuestas antisépticas por parte de la medicina oficial, a su cabeza el doctor Klein. Así, pues, ¡ojo! también, con la verdad científica que deberá ser tenida siempre como provisional hasta tanto no arribe otra mejor que la sustituya, pero  este principio no es respetado siempre, ya sea por la   inercia del hombre y su tendencia a no dar su brazo a torcer, ya sea por  intereses ajenos al mundo de la ciencia: el prestigio y todo lo que comporta, que llevan incluso a falsificar los resultados, al fraude científico y al plagio. El caso del cráneo del hombre de Piltdown es un ejemplo entre muchos. A este respecto, recomiendo el excelente trabajo de Schutz y Katime, Los Fraudes científicos.
En conclusión. Existen dos verdades: una, la verdad objetiva, la verdad de lo mensurable, la que se impone por la evidencia y es objeto del método experimental, también con las debidas salvedades para no incurrir en dogmatismo científico; otra, la verdad subjetiva, la verdad de lo no mensurable, la verdad en absoluto evidente por si misma, objeto de la especulación; con una única excepción: la verdad del poeta. Cuando este género de verdad afecte a muchos, verdad política deberá ser consensuada con carácter siempre eventual. En los demás casos, esta verdad correrá de cuenta de cada cual y quedará reservada para el ámbito especulativo, la filosofía, la religión, etc.
Pero mientras esto suceda, mientras la verdad sea una patraña en la mayoría de las ocasiones bueno será que como santo Tomás digamos: “No creeré nada de lo que me dicen, hasta que vea las marcas de los clavos en sus manos y meta mi dedo en ellas y ponga mi mano en la herida de su costado.”
Ante estos hechos, ante la mentira dominante, solo cabe la denuncia y la educación. La función de esta ha de ser lograr ciudadanos críticos, autónomos, difíciles de gobernar porque no comulguen con ruedas de molino.
Esta es mi verdad.



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