miércoles, 12 de marzo de 2014

PUNTUALIZANDO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

¡Ah, la izquierda, la izquierda... ! No deja de sorprender que hoy, cuando Internet pone a cada uno en su sitio (¡Bendito sea!), erre que erre, publicistas más o menos encubiertos, se permitan reubicar a los contrarios en posiciones políticamente nefandas, autorizados, al parecer, por la lealtad de su partido a los principios de la izquierda. Como en el caso de los ingenieros de caminos, canales y puertos que debieran denunciar la proscripción sistemática a la que los tiene sometidos la prensa escrita, los políticos señalados tendrían que ser los que dieran la réplica, pero a mí me interesa, en tanto que ciudadano, la precisión en los términos. Combatir con las ideas las ideas y con las palabras las palabras. Porque ideas y palabras, tan inmateriales ellas, sirven perfectamente de pantalla y escudo. Veamos: la izquierda, la genuina, la de pata negra, estaba constituida por los jacobinos, revolucionarios franceses radicales, armados ideológicamente por Rousseau y partidarios del Estado. Del Estado concebido como el cuerpo social, la ciudadanía, dotado de voluntad y fuerza. Fue su objetivo el hombre ciudadano. Prueba de ello, su contribución a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 26 de agosto de 1789. El concepto/palabra nación, en absoluto ligado a historia y cultura sino a derechos ciudadanos, les permitía generalizar, pero, desde luego, no era ella su objetivo sino el hombre ahora manumitido de sus cadenas seculares. Entonces, ¿qué tiene que ver esta izquierda revolucionaria, la izquierda atenta a todo lo que implicara la disolución del Estado (vide Rousseau; El Contrato Social: Libro tercero: Capítulo X) con esta otra, tan en su sitio dice, de los estatutos disgregadores? Hubiera sido preferible, en aras del Estado ciudadano que defendemos, la independencia que reclamo, vía referéndum estatal y regional, para los elementos litigantes (única solución que, curiosamente, no parecen desear ni unos ni otros). Se habría evitado así este mejunje constitucional que ha dado pie a un mosaico autonómico costosísimo y a un contagio, por contigüidad, del sentimiento separatista. Separatismo que debiera explicar por qué no está dispuesto, en aras de la plena soberanía, a excluirse de Europa.



1 comentario:

  1. La ambigüedad que promueve la confusión será siempre arma de timadores.

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