miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿QUIEN ES LA ÚLTIMA?



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

La vida, una previsión absolutamente incierta, ha hecho de mi un amo de casa. Esta condición, generalmente femenina, me ha hecho conocer como siente la que tradicionalmente se ocupó en España de la tareas de la casa, la mujer. Ahora sé de su gran esfuerzo, de su enorme capacidad de servicio, de su frustración y de sus prisas. Ahora sé de su gran mérito. Alardean algunos de su manejo de los tiempos, pero nadie para ello como las amas de casa que no se permiten ni un minuto de tiempo muerto.
Gran esfuerzo que no acaba en todo el día; no bien acabas una tarea cuando comienzas la siguiente en un largo rosario que dura toda la vida. Basta hacer las camas para terminar con la riñonada hecha ciscos y excuso decir como te sientes cuando doblado más que un cruasán intentas barrer las pelusas que, malditas, se acumulan debajo de ellas. Sin duda, las puñeteras tienen vida propia y se mofan de nosotros cuando intentamos una y otra vez llevarlas al recogedor. Como insectos vivarachos vuelan de un lado a otro poniendo a prueba nuestra paciencia. Menos mal que la técnica nos ha dotado del aspirador que esgrimimos ante ellas con sonrisa sádica: ¡ajá, os cacé malditas!,  gritamos momentos antes de enredarnos con el cable y casi tirar al suelo la bonita lámpara de IKEA, recién comprada. Tras esta cacería, ¿se imaginan cómo se endereza uno? Es verdad que siempre es posible mover la cama, a riesgo de romper algo, pero... ¿Y el centro, que hay con el jodido centro que siempre queda cubierto? Porque en nuestros reducidos dormitorios no hay manera de desplazar la cama por completo. La historia pues parece inevitable.  Por cierto, en los casos exitosos tengan cuidado con la lámpara, lo más probable es que se den con ella en la cocorota.
A continuación, el jodido polvo que es una constante en nuestras vidas. Tal parece que nos haya tomado afecto y no esté nunca dispuesto a abandonarnos. Tan solo amaga, pero siempre vuelve. Le das con la bayeta y de momento parece haberse ido, pero, ¡qué va!, te das la vuelta y ahí lo tienes de nuevo. ¡Qué amor, señor! Tan solo quiere más a la pantalla del televisor. Allí no se deposita, se adhiere con un empeño más que loable. Se parece a uno de esos papeles Cello que solo logras desprender pasándoselo a otro porque de uno es imposible: pasa de dedo a dedo y de mano a mano adherido a nosotros como nuestra sombra. Por cierto, una de las pocas cosas que tenemos en propiedad plena. Podría el fisco llevarse parte de ella, esa parte de la sombra que no nos gusta: la nariz prominente, la oronda barriga, las piernas torcidas... Porque queramos o no, la sombra es nuestra fotografía solar.
El polvo viene a confirmar que la vida es un valle de lágrimas para el ama de casa. El mundo podría haber sido concebido de tal modo que el polvo lejos de buscar acomodo en nuestros hogares buscara la calle con desespero, pero no, erre que erre, busca el calor del hogar y corre a acumularse allí donde un rayo de sol lo hace más patente, para nuestra desesperación y censura: ¡Huy!, nena, hoy no hemos pasado la bayeta...¡, nos dicen con retintín. ¡Maldita sea, ya te daría yo con la bayeta! A ti, al polvo y a las pelusas que, como no, ahí están acompañando al polvo en un matrimonio que solo rompe la pantalla del televisor. ¡Que pesadez!
¿Han pensado lo que supone quitar el polvo subidos a una escalera? Porque esto no solo es pesado es una temeridad y más a ciertas edades. Es corriente que en un intento por abarcar una mayor superficie nos estiremos más de los debido y la escalera, convertida en un potro salvaje, nos lleve de un lado a otro en un viaje hacia la estabilidad que no termina nunca y, a veces, muchas, da con nosotros en tierra con el magullamiento consiguiente o con algo peor.
Y, ¡bendito sea Dios!, si no rompemos algo, si “bayetazo” viene y “bayetazo” va, no nos cargamos el detallito de Murano o la torre Eiffel, baratos recuerdos de nuestros viajes, hasta entonces prácticamente ignorados. ¡Qué disgusto, señor! ¿Y ahora qué digo? Porque, naturalmente, eran muy estimados, ¡oh sorpresa!, y se nos espetará que andamos atolondrados y siempre con prisas. Lo de siempre.
Viene luego, el “friegue”. Otra tortura para la espalda que durante minutos interminables ha de soportarnos asomados a la pila. Platos y más platos y cubiertos y más cubiertos entre ollas y sartenes en un tótum revolútum embebido en agua grasienta que sube y sube porque el sumidero a medio obstruir por mil deshechos no da abasto. Total, a zambullir las manos con el riesgo cierto de que el agua nos entre en el guante protector que, como es natural, nos hemos de quitar para desalojar el agua. ¿Creen que es posible? ¡Maldita sea! Como si de una segunda piel se tratara se pega a la mano y es preciso tirar con fuerza con el riesgo de que salga despedido y nos salpique con agua sucia o se cargue algo. Les aseguro que es “diver” pero sin ninguna gracia. Máxime, si no caemos en la cuenta de que todo sólido sumergido en agua hace subir el nivel de esta con el riesgo cierto de desbordamiento y mojadura del mueble de cocina que teníamos limpio del día anterior. ¡Joder!
Pasar el mocho parece tarea menor pero no crean, no crean, que tiene guasa. Desde la caída al suelo del pajolero palo, que no hay manera de sujetar en parte alguna, con las naturales salpicaduras y el inevitable doblamiento del cuerpo para recogerlo, ¿y van...?, hasta el volcado del cubo con el vertido consiguiente del agua y tendremos suerte si, ensimismados en las tareas por realizar aún, no metemos directamente la pata en el cubo. Incidentes que, por supuesto, son infrecuentes, pero cuando acontecen ponen a prueba nuestra paciencia y aún la del santo Job.
Tendría ahora que hablar de sacar brillo a los metales, del lavado y planchado, del orden en la casa, de la costura, de...
Sumen a esto, el cuidado y atención de los menores, esas tiernas criaturas que son como heridas que uno se hace con la esperanza de una buena cicatrización que, en ocasiones, tal vez demasiadas, nunca llega. Esos hijos a los que las tablas de la ley ordenan respetar a los padres. ¿Por qué será? Tal vez porque la filiación, la consanguinidad, no asegura nada y es preciso recordarlo de continuo. No así a los padres, que llegan a avalar a los hijos prestatarios con sus escasas pertenencias a riesgo de quedarse en la calle. Como ha sucedido, sucede y sucederá.
No. No tengo buena opinión de los hijos pese a que los míos han resultado excelentes, pero creo que hoy, como nunca, se alzan acreedores ante los padres a los que exigen todo de modo coactivo: o das o atente a las consecuencias. En la realidad, son columpios que solo se mueven hacia uno en la medida en que les damos marcha. Es desistir y el columpio se para. Actitud absolutamente previsible en estos jóvenes especímenes de la familia homínidos y más concretamente del genero homo. Comportamiento de raíz atávica que les lleva a mirar hacia lo propio, hacia delante, olvidando que los padres quedaron atrás, que son agua pasada que no mueve ya molino. Esta bien. Así es la vida. Ellos tendrán de sus hijos lo que ahora dan. Mientras, tendremos que alimentarlos, así tengan la edad que tengan, porque la justicia así lo estima. Una justicia que huele en ocasiones demasiado a incienso y  que unce padres a hijos e hijos a padres en una maniobra absolutamente contraria al necesario arbitrio de todo ser humano en cuestiones de comportamiento ético. Con Kant, soy de la opinión de que el hombre es un fin en si mismo, en absoluto un medio. Esto se concreta en que nadie es muleta para nadie. Nadie, salvo que voluntariamente lo disponga así, esta obligado a sostener a nadie, la esclavitud fue abolida y no puede recrearse por motivo alguno siquiera sea por razones filantrópicas. La filantropía, como la caridad antaño, pertenecen al mundo de la ética y son, por tanto, cuestiones que a cada cual competen. Pretender lo contrario, levantarlas como banderas, imponerlas como normas de comportamiento obligado, recrear el catecismo, es llevarnos al mundo conventual del que nos liberamos y al que regresaremos al menor descuido por nuestra parte.
Pero, en fin, volvamos a nuestra condición de amas y amos de casa. Si algo llevo con enorme pesar es aguardar mi turno en la carnicería o en la pescadería, que tanto da. Resulta inaguantable y habitual esperar a que la señora que nos antecede, habitualmente se trata de una mujer, termine su compra. Tal parece que el establecimiento haya abierto para ella. Pasa olímpicamente de los demás y pide y pide hasta agotar nuestra paciencia. Diálogos como este, que me ponen a prueba, suelen ser habituales:
     –¿Quién es la última?
     –Yo.
      –Buenos días doña Rosario. ¿Qué desea hoy?
      ­–Buenos días Matilde. ¿Qué tal la niña?
      –Bien. Aún con décimas pero ya va al colegio. Le diré que se ha interesado por ella.
       –Pobreta. Ya sabes, estos críos lo pillan todo.
       –Ya lo puede decir, ya, doña Rosario. Que usted con cuatro...
El dialogo de salutación suele prolongarse algunos minutos con nuestra natural exasperación, porque tenemos prisa, la tarea aguarda.
Pero doña Rosario que no parece advertir nuestra mirada de reprobación, mía y del resto de la cola,  pasa a realizar el pedido:
     –¿Qué tal tienes hoy las chuletas guapa?
     –Magníficas, doña Rosario. ¿Cuánto le pongo?
     –Cuarta y mitad, pero no me las sajes muy gordas que la vez pasada hice corto?
Matilde se apresta al corte y previamente se coloca con parsimonia el guante metálico de protección y afila el cuchillo con la chaira en una ceremonia que no parece tener fin... Mira a un lado y otro con aire de distracción, como quien esta de paso, pero en absoluto hacia mi. Vería en mi cara signos inequívocos de irritación y en mi cuerpo un cierto balanceo expresivo de que me estoy cargando, pero ella a lo suyo.
     –Pero mujer –le increpa doña Rosario–, quítame la grasa, es todo grasa lo que me pones.
Matilde contrariada le responde que el trozo es perfecto y que no ha tenido quejas de anteriores clientes, pero que si lo desea le cortara las chuletas de otro.
    –Pues mejor hija, mejor –dice agarrando el bolso contra su pecho.
Mientras Matilde va a la cámara el tiempo pasa y la sangre comienza a hervir. Miro hacia otros cliente buscando apoyo, pero parecen pasar. Posiblemente, harán igual. Presto luego atención a doña Rosario que, dubitativa, pregunta:
    –¡Ay hija! Pues no se si pedirte unos huesos para el puchero porque lo tengo previsto para el fin de semana y los quiero frescos pero no sea que se te acaben.
La mujer se ensimisma unos segundos y prosigue:
    –Bueno. Ponme 2 y bien frescos que luego me enrancian el caldo.
Y ahora, y ahora y ahora... Una letanía de peticiones que no acaba nunca y que casi me llevan al homicidio. Me contengo a duras penas y... Lo que faltaba: Rosario animándola:
    –¿Quiere alguna cosa más?
    –¡Vaya hombre! Encima me la anima –grito colérico–. Por si no fuera bastante con haber hecho un pedido kilométrico, de esos que agotan las existencias, y eterno.   
Ambas me miran con cara de sorpresa y doña Rosario me espeta:
    –Pues si tenía prisa haberlo dicho hombre de Dios.
Me muerdo los labios para no decirle cuatro frescas y me voy; ya no sé ni lo que venía a comprar.
Aprovecho para sugerir a los vendedores que controlen este tipo de actitudes desgraciadamente habituales. Gentes que van a surtirse en cantidad y calidad, cueste lo que cueste, con independencia del daño que ocasionen a los que con prisas precisan el apaño diario. Gentes que miran para si y ponen a prueba nuestra paciencia. El derecho del turno es un derecho a comprar sí, pero de todos y a comprar al detalle, no al por mayor. ¿Recuerdan ustedes lo que sucedía con las cabinas telefónicas? Los había que olvidaban que su misión era permitir la comunicación imprescindible y, en absoluto, la distracción comunicativa. Resultaba exasperante tener que solicitar ayuda y aguardar a que otro terminara de despedirse de su Rosita que debía tener la cara como una carpa de circo a juzgar por los besos que le mandaba.
Al ama de casa con toda mi admiración y respeto.




martes, 18 de noviembre de 2014

IN DUBIO PRO REO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

Creo que estamos equivocados respecto de la presunción de inocencia, otro modo de decir in dubio pro reo.
Es esta una asunción válida en el ámbito de la justicia. También el onus probandi o carga de la prueba y el principio de legalidad. Son estos como axiomas o puntos de partida para la confección del teorema judicial. Siendo de asunción general aseguran la misma justicia para todos. Tan importante es esto para la justicia toda, de aquí y de allá, que la presunción de inocencia es un derecho humano más en la Declaración de Derechos Humanos de diciembre de 1948, pero, como digo, no nos equivoquemos y, astutamente, recurramos a este principio como excusa, en el plano político y otros, para soslayar cualquier conato de control de los individuos. Se diría que del in dubio pro reo se pretende deducir la natural bondad del ser humano o, dicho a la andaluza, el to er mundo e güeno. En absoluto. Fuera del ámbito judicial mejor marchan las cosas si aceptamos que mientras no se demuestre lo contrario todo ser humono bajo sospecha es culpable. No lo digo yo. Lo dice Hobbes para el que el hombre es lobo para el hombre y solo la guerra media entre los hombres. No aceptar esto es renegar de la condición animal del ser humono y andar sorprendido de tanta brutaliad en los humonos. No aceptar esto es hablar de los actos humonos, de la humanidad, como expresiones de la benevolencia humona, del buen salvaje de Rousseau.
Me pregunto que son para las personas que así piensan, las bellas almas de Nietzsche, individuos como Hitler, Moussolini, Stalin y otros. ¿Enfermos? ¿Degenerados?
En absoluto. Carabinas, como tu y como yo, que apuntaron y dispararon en la dirección equivocada.
Llegados  a este punto quiero hacer ver que tales fieras pudieron hacer su mortífera tarea gracias a la cadena del mal, en el concepto de Anna Arendt. Esta cadena jerárquica es imprescindible por dos razones:
Una. Porque pone distancia entre el inductor del crimen y la víctima e interpone esos eslabones que son los sicarios. El mecanismo de inhibición natural, la yugular presentada por la victima, es imposible pues y bel crimen se produce. Naturalmente, por lo expuesto, a medida que se avanza en la cadena los eslabones son más y más sádicos al ser menos sensibles a tal mecanismo de inhibición. No es lo mismo mandar sacar los ojos que sacarlos. Sin duda, los oficiales de las SS que daban el tiro de gracia en las fosas de ejecución eran mucho peores que sus mandos superiores. Posiblemente, auténticos psicópatas a sueldo.
Dos. Porque proporciona la coartada moral que se precisa para cometer tales actos de lesa humanidad. Adolf Eichmann no mataba, no asesinada, simplemente cumplía órdenes. La consideración ética del hecho era indiferente, el mal era algo sin importancia, banal.  Era un probo oficial al servicio de sus superiores. Como se consideraba Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, y tantos otros. Por cierto, magnífica labor del matrimonio Klarsfeld, los cazanazis, que gracias al escrache lograron sus magníficos resultados. Sin esta técnica, que originó protestas internacionales, asesinos como Kurt Lishka y otros no hubieran sido detenidos, juzgados y condenados.
Quiero, por último, hacer ver que el animal humono requiere estrictos controles y más si anda próximo a la caja de caudales y aún más si estos son públicos que es tanto como decir de nadie; en expresión, en absoluto afortunada, de aquella ministra socialista, tiene guasa, de nombre Carmen Calvo Poyato cuya aportación vino a completar la filosofía política de insignes pensadores como Hobbes, Locke y Montesquieu: el dinero público no es de nadie. ¡Joder, joder! Por algo fue ministra de cultura.


jueves, 13 de noviembre de 2014

¿UN ÉXITO?


José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

Me restriego la cara, me froto los ojos y me pellizco las orejas. Intento despertar porque, sin duda, aún duermo, aún no me he despertado del todo. Así me explico lo que leo: que el resultado de la votación del día 9N  ha sido un éxito. ¡Un éxito!
Veamos los resultados: en números redondos, aceptando la pulcritud del procedimiento, votaron 2,3 millones. De ellos, un 80% se pronunciaron a favor de la independencia. O sea, 1,8 millones de votos. Es decir, un 25% del censo electoral. Pero si descontamos a los menores de edad y a los extranjeros, ese 25% mengua hasta valores ridículos en absoluto acordes con el aparato y las declaraciones contrarias a el Estado español de estos meses.
¿Por qué no reconocer que ha sido un fiasco, un fracaso en toda regla? ¿Por qué no reconocer que las ideas de patria y sentimiento nacional son ya agua pasada que no mueve molino salvo para los de siempre, aquellos que aupados en la chepa de otros se desplazan con comodidad, para aquellos que saben pescar en aguas revueltas?
Es ya intolerable que se niegue una y otra vez la realidad pero que esta mentira se utilice como argumento para una salida negociada...
¿Cómo pretender que el gobierno del Estado que esta para hacer cumplir la ley pacte la disolución del Estado arrogándose el poder soberano e incurriendo en delito de leso Estado? Es tan estúpido como pretender que la Iglesia Católica acepte el aborto por razones de anacronismo. Estúpido.
¿Un grupo de cócoras, personas molestas e impertinentes en demasía, aquí y allá, hablan de modo discrecional carente de toda sensatez acerca de un problema político, dicen, y raudo el Estado debe correr a solucionarlo? Que son minoría: ¿qué importa? Ellos han decidido hablar por todos, decidir por todos, pero también que sean los otros lo que pechen con las consecuencias. Podríamos decir que incurren en sinécdoque política al hacer equivalente la parte al todo, la facción al conjunto de los ciudadanos. Ellos son Cataluña. Cataluña dicen, en lugar de nosotros decimos, quiere ser independiente.
¡Ah, el día en que los clérigos dejen de hablar en nombre de Dios y los políticos en nombre del pueblo...¡   
No. No se trata de un asunto político porque no atañe al cuerpo político en su conjunto. Se trata de un asunto de orden constitucional que un sector de la autonomía catalana pretende quebrantar.
Imaginemos la escena. En un vagón de un tren con destino X, un grupo minoritario decide que no quiere seguir viajando a dicho destino y pretenden, por razones arbitrarias, que el vagón sea desenganchado y dejado en vía muerta hasta tanto llegue su locomotora, pero, además, que el resto de los ocupantes corran su misma suerte. ¿Cómo puede verse aquí un problema que no sea de índole delictiva? La imposición de un grupo sectario sobre los demás. Un delito de suplantación de personalidad, un secuestro de la opinión pública. Un ataque a los derechos humanos...
Un delito, pues, de lesa ciudadanía a la que se atropella y enchiquera contra su voluntad. Inaudito y más que haya quien no vea esto con claridad. Empezando por el presidente del gobierno que debió argumentar contra tales pretensiones hace tiempo y llevar el tema a los foros internacionales. Debió hacer ver en Europa y en las Naciones Unidas lo que aquí se estaba urdiendo, una operación de marginación de la mayoría por un grupo de muy honorables burgueses servidos por una trupe de adictos gracias a la transferencia de la competencia educativa del Estado. Debió, valiente, recorrer Cataluña exponiendo al pueblo llano las consecuencias para ellos de una acción que solo a la alta burguesía catalana favorecía e interesaba, como siempre: desde la de Pau Claris que tiene el triste mérito de hacer francesa a Cataluña (entregó el principado a Luis XIII) hasta la de Companys pasando por la federalista de 1873  y la de Maciá. Acciones que lograron en total 12 días de independencia. Un éxito, pero, eso si, tras cada levantamiento, nuevas ventajas y competencias. Lo tienen bien aprendido, incordia y obtendrás beneficios. Algo, mucho, de esto hay tras los hechos actuales. Y debió hacer saber que su mano no temblaría en la aplicación de la ley.
Creo que si la teoría que los apoya es el derecho de autodeterminación de los pueblos, como ellos lo interpretan, estarán dispuestos a aceptar, ipso facto, el derecho de autodeterminación de los pueblos propiamente dichos. Esto es, permitir que los ayuntamientos de Cataluña no desafectos sigan formando parte del Estado. Principiando por los del  Valle de Arán que se ha manifestado aragonés y por tanto español. Por cierto, segregado de Aragón y adjuntado a Cataluña aprovechando la Generalitat el vacío de poder tras la muerte sin descendencia de Martín el Humano. ¿No resulta esto razonable? Desde luego, Cataluña sería un auténtico mosaico, pero así están las cosas. 
Por último, no se me alcanza la razón por la que el 9N fue considerado el día perfecto para tan pintoresca consulta. Tal parece un irritante sarcasmo que el día en que se celebraba la caída del muro de Berlín y Merkel hablaba de una “Europa unida y edificada sobre valores comunes” aquí se intentara levantar uno. ¡Qué paradoja!


lunes, 10 de noviembre de 2014

ANTROPOLOGÍA


José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

A vueltas con la corrupción. De norte a sur y de este a oeste el Estado huele a albañal. Por él sale a diario una caterva de políticos que mueve primero a sorpresa y luego a indignación y, también a diario, se nos dice que son minoría. Según las últimas noticias, más de 1900 imputados, políticos o no, en causas abiertas por corrupción. ¡Caramba! No parecen pocos cuando no debería haber ni uno solo. Pero, además, ¿es el número definitivo? Porque no hace mas que crecer. Posiblemente este sea mucho mayor ya que los corruptos son como las magdalenas sobre el papel, crean cerco. Resulta imposible creer que en el campo de maniobra del corrupto no existan voluntades que haya que vencer, corromper, de algún modo: dádivas, coacción, adulación, etc. Parece difícil admitir tanta candidez por parte de la costra política que luego de decir que se trata de una minoría se tumba a verlas venir.
Esta pasividad en el control, esta falta de nariz (¿no huelen a chamusquina, a quemado?) y ceguera de la costra política que permanentemente mira para otro lado y se niega a aceptar los hechos explica que, de modo habitual, nos enteremos por la prensa, muy politizada hoy en día, de tales corruptelas; sobre todo cuando atañen al partido contrario. Porque asistimos a una guerra mediática de trincheras, como se ha dicho...
Este estado de cosas viene propiciado por la natural propensión del animal humono al envilecimiento en el ámbito de un hedonismo imbuido ya desde el nacimiento y de una falta de armadura ética que impida una búsqueda del placer a costa de los demás.
¿Con estos mimbres qué cesto medianamente atractivo es posible confeccionar?
Por otra parte, ¿qué cesto se pretende? ¿Uno, para el hombre, de modo que este pueda en libertad buscar su esencia, su realización personal según su libre albedrio o, por el contrario, uno, pese al hombre, donde este sea mero engranaje en una maquinaria que otros manejan, eso sí en favor del bien general? 
En el primer caso el modelo, el cesto, queda abierto, indefinido, siempre por terminar. Sera siempre el resultado de mil interéses en interactuación permanente a veces conflictiva. La historia es una espiral y el retorno a situaciones similares es siempre posible. El cambio es continuo e impredecible y da emoción a la vida. 
En el segundo  caso el modelo, el cesto, queda nítidamente perfilado, acabado por la ingeniería social. Es el 1984 de Orwell.  La historia es una línea con punto final, se acaba. El cambio es imposible y por tanto el progreso. La vida carece de aliciente porque ni aun los cambios intelectuales son admitidos. Solo cabe nacer y morir y entrambos vegetar.
Cualquiera que sea el modelo propuesto cabe preguntarse: ¿cuál le acomoda al hombre? ¿El hombre en tanto que animal qué hábitat prefiere? ¿Hacia que escenario vital le impele su pulsión biológica? ¿Dónde se sentirá a gusto? ¿Tolera la jaula, el espacio cerrado, limitado, sin horizontes vitales? ¿Ha nacido para la reclusión, el pensamiento único y la conducta estereotipada? ¿Ha nacido para vivir en comunidad haciendo votos de castidad, obediencia y pobreza? ¿Hemos nacido para el convento, el dogma y la reverencia? ¿Qué prevalece en nosotros, el yo o el tu, el nosotros o el vosotros, el egoísmo o la alteridad? ¿Es el hombre un pillo redomado, sagaz y astuto en la búsqueda de su interés? ¿Es el hombre un ser capaz de adicción y susceptible de adoctrinamiento? ¿Es naturalmente bueno y qué es ser bueno, bueno para qué?
Pues bien que yo sepa nunca, jamás, al político de turno se le ocurrió pensar, ni atisbó siquiera, que tales preguntas deben ser contestadas previamente a la consideración de cualquier modelo social. Los griegos clásicos que demostraron saber todo sobre el alma humana ya advirtieron en el siglo de Pericles que la corrupción del político era segura sin control e idearon la elección por sorteo, para integrar la Bulé y la Eliaia, y la duración anual de los cargos. Por su parte, la Roma republicana exigía seguir el llamado Cursus Honorum que impedia el acceso a las altas magistraturas a los bisoños.
Frente a esto, en el ingenuo Estado español, basta con ser nacional y tener el certificado de estudios primarios para encumbrarte a los más altos cargos de la política. Ni se exige honestidad demostrada en el desempeño de la función pública ni aptitud alguna para ello. Creo recordar a este respecto que el presidente de algún parlamento autonómico era de profesión jardinero e incluso algún ministro, electricista. ¿Dónde vamos que no sea al desastre?
Por eso Francia, en 1945, creó la ENA, Escuela Nacional de la Administración. Escuela por la que han pasado una gran parte de los políticos nacionales y de los altos funcionarios. Escuela en la que es de suponer reciben un baño de capacitación y comportamiento ético para el desempeño de sus funciones político/administrativas.
Harían bien nuestros políticos en tomar buena nota de lo que digo y consultar a los expertos en el animal humono. Ahí están los antropólogos y los etólogos y los psicólogos para ilustrar acerca del hombre y del hábitat ideal para él. Para dar a conocer a todos aquellos que tienen por vocación montarnos la vida según su modelo social, si tales pretensiones son viables y saludables para el hombre. Posiblemente también nos hablen  de lo que los antiguos griegos ya sabían que el hombre tiene la mano larga y la modestia corta y que el poder crea adicción porque es la más poderosa de las drogas y su ejercicio termina, irremediablemente, por provocar la hybris, la desmesura, que era una suerte de enfermedad mental que los dioses deparaban a los que pensaban destruir por haber traspasado los límites impuestos a los hombres. Hoy no tenemos dioses que destruyan a los transgresores, pero sí, responsables políticos que deberían vigilar para que no se den tales desmesuras adoptando las medidas oportunas y castigando con el debido rigor a los hybridosos, a los transgresores de la ley.