José Francisco Luz Gómez de Travecedo.
Creo que estamos equivocados respecto de
la presunción de inocencia, otro modo de decir in dubio pro reo.
Es esta una asunción válida en el ámbito
de la justicia. También el onus probandi o
carga de la prueba y el principio de
legalidad. Son estos como axiomas o puntos de partida para la confección del
teorema judicial. Siendo de asunción general aseguran la misma justicia para
todos. Tan importante es esto para la justicia toda, de aquí y de allá, que la
presunción de inocencia es un derecho humano más en la Declaración de Derechos
Humanos de diciembre de 1948, pero, como digo, no nos equivoquemos y,
astutamente, recurramos a este principio como excusa, en el plano político y
otros, para soslayar cualquier conato de control de los individuos. Se diría
que del in dubio pro reo se pretende
deducir la natural bondad del ser humano o, dicho a la andaluza, el to er mundo e güeno. En absoluto. Fuera
del ámbito judicial mejor marchan las cosas si aceptamos que mientras no se
demuestre lo contrario todo ser humono
bajo sospecha es culpable. No lo digo yo. Lo dice Hobbes para el que el hombre
es lobo para el hombre y solo la guerra media entre los hombres. No aceptar
esto es renegar de la condición animal del ser humono y andar sorprendido de tanta brutaliad en los humonos. No aceptar esto es hablar de
los actos humonos, de la humanidad, como expresiones de la
benevolencia humona, del buen salvaje
de Rousseau.
Me pregunto que son para las personas que
así piensan, las bellas almas de Nietzsche, individuos como Hitler, Moussolini,
Stalin y otros. ¿Enfermos? ¿Degenerados?
En absoluto. Carabinas, como tu y como yo,
que apuntaron y dispararon en la dirección equivocada.
Llegados
a este punto quiero hacer ver que tales fieras pudieron hacer su
mortífera tarea gracias a la cadena del
mal, en el concepto de Anna Arendt. Esta cadena jerárquica es
imprescindible por dos razones:
Una. Porque pone distancia entre el
inductor del crimen y la víctima e interpone esos eslabones que son los
sicarios. El mecanismo de inhibición natural, la yugular presentada por la
victima, es imposible pues y bel crimen se produce. Naturalmente, por lo
expuesto, a medida que se avanza en la cadena los eslabones son más y más
sádicos al ser menos sensibles a tal mecanismo de inhibición. No es lo mismo
mandar sacar los ojos que sacarlos. Sin duda, los oficiales de las SS que daban
el tiro de gracia en las fosas de ejecución eran mucho peores que sus mandos
superiores. Posiblemente, auténticos psicópatas a sueldo.
Dos. Porque proporciona la coartada moral
que se precisa para cometer tales actos de lesa humanidad. Adolf Eichmann no
mataba, no asesinada, simplemente cumplía órdenes. La consideración ética del
hecho era indiferente, el mal era algo sin importancia, banal. Era un probo oficial al servicio de sus
superiores. Como se consideraba Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, y tantos
otros. Por cierto, magnífica labor del matrimonio Klarsfeld, los cazanazis, que gracias al escrache
lograron sus magníficos resultados. Sin esta técnica, que originó protestas
internacionales, asesinos como Kurt Lishka y otros no hubieran sido detenidos,
juzgados y condenados.
Quiero, por último, hacer ver que el
animal humono requiere estrictos
controles y más si anda próximo a la caja de caudales y aún más si estos son
públicos que es tanto como decir de nadie; en expresión, en absoluto
afortunada, de aquella ministra socialista, tiene guasa, de nombre Carmen Calvo
Poyato cuya aportación vino a completar la filosofía política de insignes
pensadores como Hobbes, Locke y Montesquieu: el dinero público no es de nadie. ¡Joder, joder! Por algo fue
ministra de cultura.
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