José Francisco Luz Gómez de Travecedo.
A vueltas con la corrupción. De norte a
sur y de este a oeste el Estado huele a albañal. Por él sale a diario una
caterva de políticos que mueve primero a sorpresa y luego a indignación y,
también a diario, se nos dice que son minoría. Según las últimas noticias, más
de 1900 imputados, políticos o no, en causas abiertas por corrupción. ¡Caramba!
No parecen pocos cuando no debería haber ni uno solo. Pero, además, ¿es el
número definitivo? Porque no hace mas que crecer. Posiblemente este sea mucho
mayor ya que los corruptos son como las magdalenas sobre el papel, crean cerco.
Resulta imposible creer que en el campo de maniobra del corrupto no existan
voluntades que haya que vencer, corromper, de algún modo: dádivas, coacción, adulación,
etc. Parece difícil admitir tanta candidez por parte de la costra política que
luego de decir que se trata de una minoría se tumba a verlas venir.
Esta pasividad en el control, esta falta
de nariz (¿no huelen a chamusquina, a quemado?) y ceguera de la costra política
que permanentemente mira para otro lado y se niega a aceptar los hechos explica
que, de modo habitual, nos enteremos por la prensa, muy politizada hoy en día,
de tales corruptelas; sobre todo cuando atañen al partido contrario. Porque
asistimos a una guerra mediática de trincheras, como se ha dicho...
Este estado de cosas viene propiciado por
la natural propensión del animal humono
al envilecimiento en el ámbito de un hedonismo imbuido ya desde el nacimiento y
de una falta de armadura ética que impida una búsqueda del placer a costa de
los demás.
¿Con estos mimbres qué cesto medianamente
atractivo es posible confeccionar?
Por otra parte, ¿qué cesto se pretende?
¿Uno, para el hombre, de modo que este pueda en libertad buscar su esencia, su
realización personal según su libre albedrio o, por el contrario, uno, pese al
hombre, donde este sea mero engranaje en una maquinaria que otros manejan, eso
sí en favor del bien general?
En el primer caso el modelo, el cesto, queda
abierto, indefinido, siempre por terminar. Sera siempre el resultado de mil
interéses en interactuación permanente a veces conflictiva. La historia es una
espiral y el retorno a situaciones similares es siempre posible. El cambio es
continuo e impredecible y da emoción a la vida.
En el segundo caso el modelo, el cesto, queda nítidamente
perfilado, acabado por la ingeniería social. Es el 1984 de Orwell. La historia es una línea con punto final, se
acaba. El cambio es imposible y por tanto el progreso. La vida carece de
aliciente porque ni aun los cambios intelectuales son admitidos. Solo cabe
nacer y morir y entrambos vegetar.
Cualquiera que sea el modelo propuesto
cabe preguntarse: ¿cuál le acomoda al hombre? ¿El hombre en tanto que animal
qué hábitat prefiere? ¿Hacia que escenario vital le impele su pulsión
biológica? ¿Dónde se sentirá a gusto? ¿Tolera la jaula, el espacio cerrado,
limitado, sin horizontes vitales? ¿Ha nacido para la reclusión, el pensamiento
único y la conducta estereotipada? ¿Ha nacido para vivir en comunidad haciendo
votos de castidad, obediencia y pobreza? ¿Hemos nacido para el convento, el
dogma y la reverencia? ¿Qué prevalece en nosotros, el yo o el tu, el nosotros o
el vosotros, el egoísmo o la alteridad? ¿Es el hombre un pillo redomado, sagaz
y astuto en la búsqueda de su interés? ¿Es el hombre un ser capaz de adicción y
susceptible de adoctrinamiento? ¿Es naturalmente bueno y qué es ser bueno,
bueno para qué?
Pues bien que yo sepa nunca, jamás, al
político de turno se le ocurrió pensar, ni atisbó siquiera, que tales preguntas
deben ser contestadas previamente a la consideración de cualquier modelo
social. Los griegos clásicos que demostraron saber todo sobre el alma humana ya
advirtieron en el siglo de Pericles que la corrupción del político era segura
sin control e idearon la elección por sorteo, para integrar la Bulé y la
Eliaia, y la duración anual de los cargos. Por su parte, la Roma republicana
exigía seguir el llamado Cursus Honorum
que impedia el acceso a las altas magistraturas a los bisoños.
Frente a esto, en el ingenuo Estado
español, basta con ser nacional y tener el certificado de estudios primarios
para encumbrarte a los más altos cargos de la política. Ni se exige honestidad
demostrada en el desempeño de la función pública ni aptitud alguna para ello.
Creo recordar a este respecto que el presidente de algún parlamento autonómico
era de profesión jardinero e incluso algún ministro, electricista. ¿Dónde vamos
que no sea al desastre?
Por eso Francia, en 1945, creó la ENA,
Escuela Nacional de la Administración. Escuela por la que han pasado una gran
parte de los políticos nacionales y de los altos funcionarios. Escuela en la
que es de suponer reciben un baño de capacitación y comportamiento ético para
el desempeño de sus funciones político/administrativas.
Harían bien nuestros políticos en tomar buena nota de lo que digo y consultar a los expertos en el
animal humono. Ahí están los
antropólogos y los etólogos y los psicólogos para ilustrar acerca del hombre y
del hábitat ideal para él. Para dar a conocer a todos aquellos que tienen por
vocación montarnos la vida según su modelo social, si tales pretensiones son
viables y saludables para el hombre. Posiblemente también nos hablen de lo que los antiguos griegos ya sabían que
el hombre tiene la mano larga y la modestia corta y que el poder crea adicción
porque es la más poderosa de las drogas y su ejercicio termina, irremediablemente,
por provocar la hybris, la desmesura,
que era una suerte de enfermedad mental que los dioses deparaban a los que
pensaban destruir por haber traspasado los límites impuestos a los hombres. Hoy
no tenemos dioses que destruyan a los transgresores, pero sí, responsables
políticos que deberían vigilar para que no se den tales desmesuras adoptando
las medidas oportunas y castigando con el debido rigor a los hybridosos, a los transgresores de la
ley.
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