José
Francisco Luz Gómez de Travecedo
No
puede ser. El ojo miope del político que solo alcanza los 4 años y aún con
dificultades impide que este pueda tomar decisiones ponderadas. Movido por unas
irrefrenables ansias de triunfo electoral es incapaz de considerar pros y
contras. Es inútil hacerle ver que toda solución de un problema comporta de
modo indefectible nuevos problemas acaso peores que el que precipitadamente fue
resuelto. Por poner un ejemplo, el alargamiento de la vida humana ha traído
como consecuencia la mayor incidencia y prevalencia de enfermedades propias de
la edad senil con la consiguiente repercusión familiar y social en un Estado de
bienestar. El automóvil ha venido a solucionar un problema de tiempo y espacio
pero exige todos los años, como tributo, el sacrificio de hasta un millón de
personas en todo el mundo. Es otro ejemplo, uno más entre tantos.
Así
las cosas, ¿cuántos políticos piensan en las consecuencias a largo plazo de sus
actos, cuántos? Ninguno. Su miopía unida a la total impunidad de que gozan lo
hacen imposible.
Pese
a todo la sociedad prospera; es decir, camina hacia estados de distensión que
facilitan la vida de los ciudadanos y evitan los estallidos sociales, pero no
será por ellos, sino por las acometidas de la sociedad civil que se revela una
y otra vez contra la opresión de los poderes públicos siempre dados al
conservadurismo más recalcitrante. Lo vemos en la España de hoy, la España,
todavía, de la inmunidad parlamentaria y la fusión de poderes, donde los
partidos hegemónicos defienden el bipartidismo a ultranza y realizan recortes
sociales antes que políticos: el Estado autonómico y sus dispendios ni
tocarlos. Consideremos a este respecto,
la historia de las mujeres en pos de la conquista de sus derechos. Recordemos a
Emily Davison que en el derby de Epson, en 1913, atropellada por un caballo,
pago con su vida sus intentos de llamar la atención acerca de la marginación de
las mujeres a las que una concepción machista de las cosas mantenía apartadas de
la vida social y política que les negaba el derecho al sufragio y las
encadenaba al hogar.
Aquí
y allá, en todo tiempo, la renovación política ha venido de la mano de los
ciudadanos que se han jugado la vida y la libertad en pos de sus ideales. El
caso de la revolucionaria girondina Olympe de Gouges y su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, escrito en 1791 es otro
ejemplo magnífico de la esclerosis habitual de los regímenes políticos.
Así
pues, miopía, impunidad y conservadurismo caracterizan a la clase política que
más que casta termina siendo una apestosa costra bajo la cual la vida saludable
resulta imposible. El político ha terminado siendo bacteria anaerobia que todo
lo putrefacta y destruye. Bacteria de la descomposición que allí donde anida
produce gas fétido. Resulta digno de análisis que los casos de corrupción, por
sistema, sean descubiertos por la prensa en una más que loable tarea de
higiénica ventilación. El hecho de la
inexistente separación de poderes en el Estado español es la prueba de lo que
digo. Un país donde el legislativo nombra al ejecutivo y este le mete mano al
judicial (sic).
Miopía
y falta de consideración a largo plazo que les lleva, cegados por el brillo del
poder, a no ponderar en absoluto sus decisiones. Dado que el anticiclón de las
Azores asegura buen tiempo, por ganar votos, no dudarían ni un momento en
colocarlo sobre la península sin reparar en las consecuencias a corto y largo
plazo. Habría que hacerles saber que la más mínima intervención en un sistema
físico no lineal puede generar consecuencias impensables, que “Si agita hoy,
con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede modificar los sistemas
climáticos de Nueva York el mes que viene”. Tendríamos que informarles acerca
de la teoría del caos; tal vez así entenderían que sus deseos de permanente
dirigismo son de consecuencias imprevisibles acaso desastrosas.