miércoles, 26 de febrero de 2014

LEVIATÁN



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Permitidme, señor, que os escriba de nuevo. Quisiera hoy haceros ver lo peligroso de ciertos calificativos. Benefactor, sin ir más lejos. Múltiples veces os he oído hablar de la necesidad del Estado benefactor, pero yo os digo que bastaría con un Estado que impidiera el mal. Esa es su misión fundamental, la de evitar, señor, que se dañe a los ciudadanos en sus vidas y en sus propiedades. Decía Hobbes, en su Leviatán  (1651), que el hombre en estado natural es un lobo para el hombre (Homo homini lupus est) y que la vida natural es solitaria y pobre, sucia, violenta y corta. También que, sólo la guerra entre los hombres (Bellum omnium contra omnes). Se concibe así el Estado como consiguiente al acuerdo humano que impidiera estas cosas. Un estado fuerte, temible: Leviatán, donde el hombre queda subsumido. Estado que, en tanto que formidable poder, ha suscitado sesudas reflexiones acerca de su control. Control que supone contrapesos, contrapoderes, suficientes porque, en caso contrario, se ira deslizando hacia la opresión del conciudadano que vera como poco a poco sus esfuerzos son menos para si y más para los demás. El Estado, en su origen ideado para evitar las fechorías de unos contra otros, hoy predica la beneficencia, se nos ha hecho benefactor. ¡Dios, que peligro, mi estimado español! Decidme: ¿qué es el bien? Contestadme, señor, en el supuesto caso de que haya un camino inequívoco para llegar a él (no lo hay): ¿hasta donde llegar? ¿Hasta donde sacrificar? ¿Quién decide ello? Preguntas por contestar que deberían haceros temblar porque tan pronto nos hablan del frío de otros, a nosotros nos quitan la manta. Tal vez por eso el lema de Suiza es: “Uno para Todos, Todos para Uno”. Tal vez por eso, señor, James Madison, tercer presidente de los EEUU, se horrorizó cuando el Congreso destinó a ayudas filantrópicas dinero público. Dijo: “Soy incapaz de encontrar el artículo de la Constitución que conceda al Congreso el derecho a gastar el dinero de su electorado en benevolencia”. Tal vez por eso, David Crockett, congresista norteamericano, afirmó: “Tenemos derecho, como individuos, a dar el dinero que queramos a la caridad; pero como miembros del congreso no tenemos derecho adueñarnos de un solo dólar del dinero público”. La consecuencia de vuestro Estado benefactor, señor, es un chorro de dinero público, de vuestro dinero, destinado a todo tipo de actividades aunque. eso sí, muy benefactoras todas. Algunas hilarantes (consulten Internet) si no fuera porque es a costa de vuestros esquilmados españoles tan obcecados que vuelven una y otra vez a tropezar en las mismas piedras. ¡Dios, que país el vuestro!



martes, 25 de febrero de 2014

AMOR



Victoria Paricio Gómez

Amarró el velero cerca de la cala
Bajó despacio por la playa, anochecía
Ella estaba allí, ella lo esperaba
Tumbada, desnuda…
Con paso firme se acerca, la descubre, la contempla, la desea
Sobre ella, la acaricia,
 Le susurra al oído
…en ti muero….
Ella sonríe, lo ama, le responde
….Si mi señor, dueño eres de mi alma…

Ella se siente bella frente a él
Ella quiere estar bella para cuando lo sienta a Él,
Ella no sabe, no lo puede saber,
Que verá amanecer 28 años
Hasta que ella sea de Él.

Amor arrodillado, preso del yugo de sus dueños,
Castigo de un alma en pena, angustiado grito de crueldad.
Amor puro y verdadero, preso del yugo de su soledad,
Castigo le dan los de su sangre, angustiado vómito de necedad

Amor vacío y desgranado, carcomido por los gusanos de sus entrañas
Aquellos que te abrazan como cobras
De tanto que te quieren, de tanto que te odian
Con las mismas fuerzas, por las que gritas
Por tu derecho, por tu verdad

Son sombras, se amontonan en una cueva sin claridad
Ellos brillan mientras yo me apago,
No puedo, luz esquiva que te ciega como llaga dolorosa
Me consumo, no sobreviviré,
Veo sus caras, son mi sangre, sin piedad dicen que me aman
Se llevan mi luz, mi vida, muero abatida, derrotada, consumida
Muero, me apago, me voy….ya no soy, ya no existo.


viernes, 21 de febrero de 2014

VA DE NARICES


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Me daba en la nariz que pronto, en cualquier lugar, el político asomaría la nariz. De buena mañana fue; me di de narices con él: un sujeto obeso de remachada nariz y en sus narices dime la vuelta dejándolo con un palmo de narices. Yo era consciente de que pretendía meter sus narices en mis asuntos, fisgonear en mis cosas, pero él me creía confiado, inocente. Seguramente, como todos los de su gremio, no veía más allá de sus narices y mi gesto lo sobresaltó. No quedaron ahí las cosas y siguiéndome me restregó el hecho por las narices sin sorprenderme en absoluto porque yo de tal individuo esperaba cualquier cosa. Me lo daba en la nariz. Pretendía engatusarme con esto y aquello; me hablaba de no sé qué aeropuerto para mi ciudad y de la necesidad del amor universal; me hacía comentarios acerca de algo así como una alianza de civilizaciones y de que pretendía hacerlo todo por mí, menos conducir. Todo, naturalmente, a cambio de mi voto. El tipo, que era gangoso, hablaba por las narices y me tenía hasta las narices. Se diría que ese era su auténtico propósito: hincharme las narices. De haber tenido largas narices, al observar que yo ponía cara de que me tocaba la nariz con su insistencia  y de que barruntaba su decido propósito de tocarse las narices a costa de los primos que camelara, habría salido de naja cuidando tan solo de no romperse las narices. Perseveró empero en su perorata de narices haciéndome ver que una nación de naciones es una nación al igual que una ristra de chorizos es un chorizo y un racimo de uvas, una uva y las doce tribus de narices, una nariz. Animoso me habló luego de no sé cuantos peregrinos asuntos y cuando se disponía a explicarme porque un partido ilegalizado desaparece como una pompa de jabón, ya no pude más y corrí calle abajo al tiempo que le gritaba: “Estoy de vosotros hasta las narices”.





VEDETTES



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

La celebración, a finales del año pasado, de un homenaje en Bilbao a nuestro ilustre paisano Juan José Arenas de Pablo, ingeniero de caminos, canales y puertos y catedrático de la E.T. S. de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad de Cantabria (Santander), me induce a escribir, en su homenaje, desde mi condición de hombre de la calle profano en la profesión estas líneas de reflexión acerca de la Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos.
Leía hace unos días en el Diario de Teruel, donde resido, l carta enviada por el representante en nuestra ciudad  del Colegio de Ingenieros de Caminos, canales y Puertos , J. Pérez Benedicto. Se lamentaba en ella de la sistemática postergación de sus colegas a la hora de valorar los méritos de los que trabajan en el diseño de construcciones en general. Pues bien, el problema se acrecienta no ya porque obras absolutamente ingenieriles sean presentadas por arquitectos; por ejemplo: el Muelle de Enlace de Santa Cruz de Tenerife (Herzog & De Meuron), la Terminal del Aeropuerto de Barajas (R. Rogers) y la estación intermodal de Zaragoza (F. Ferrater y J. M. Valero), sino porque ingenieros proyectistas de obras notables son tenidos por arquitectos. Es el caso del propio Pérez Benedicto y del ingeniero J. Manterola, autor de los puentes y pasarelas del tercer cinturón de Zaragoza, que fue presentado públicamente como arquitecto y motivó que yo enviara una carta de rectificación al Heraldo de Aragón.
A esto contribuye, sin duda, una notable modestia, no exenta de culpa, por parte de los ingenieros y un excesivo pavoneo por parte de algunos arquitectos vedettes que cuando menos silencian la colaboración imprescindible del ingeniero que “tanto en el campo del transporte (carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos) como en el de las obras hidráulicas, el medio ambiente, urbanismo, etc., tiene competencias plenas (Pérez Benedicto)”.
De este modo se fomenta la opinión general de que solo los arquitectos están capacitados para proyectar obras, sean públicas o no. Absurdo e injusto.
Los arquitectos, con excepciones, moldean, pero los ingenieros fundan. De ahí que los aspectos estéticos, formales, sean primordiales para el arquitecto siempre tentado de creerse un artista, un creador, algo divino; la hecho, la arquitectura se incluye en las Bellas Artes. Por el contrario, para el ingeniero, siempre con los pies en el suelo, los aspectos dinámicos son los fundamentales. El drama para este es que las formas son captadas por los sentidos, se ven y se tocan, pero las fuerzas no. Valoramos, pues, una obra por su equilibrio de formas, pero no por su equilibrio de fuerzas. Por eso, los grandes monumentos nos atraen por su vistosidad y prácticamente nunca por el equilibrio de fuerzas (y pares) que los sustenta.
No resulta descabellado pensar que, por lo que hace a la ciencia, la mente humana actual esta incapacitada para alumbrar hipótesis tras hipótesis. Es decir, que está limitada; también para alumbrar nuevas tipologías. Tal vez, por este motivo, la Bauhaus de Gropius concibe una arquitectura racional, funcional, en la que la forma se supedita a la función, al uso, de la edificación, arrumbando, por así decir, el talento artístico del proyectista al considerar que: “Si algo se proyecta para que responda a sus fines peculiares, podrá parecer bello por si mismo (Gombrich)”.
La arquitectura orgánica de Wright (ingeniero civil, por cierto) es otro ejemplo y, por supuesto, el célebre Panteón romano, obra de Apodoloro de Damasco, cuya cúpula, puro esqueleto (mera estructura) apenas velado por casetones, resulta bellísima. En el futuro, nuevas necesidades cada vez más exigentes en materiales, cálculo y tecnología, van a deparar sorpresas formales surgidas no tanto del talento artístico como del respeto a ellas. Algo de esto se aprecia hoy en la ingeniería de puentes y en la arquitectura apoyada en los paraboloides hiperbólicos de Torroja que hizo estética de la matemática: la matemática maravillosa de las cónicas y cuádricas.
Los puentes actuales, alardes de diseño y tecnología, son bellos “per se”, como lo es un felino en plena carrera, también un prodigio funcional.
La naturaleza, tan linda, no es fruto artístico, sino adaptativo, funcional. Con esta perspectiva, pues, poco fundamento tiene la vanagloria de las vedettes. Sobre todo cuando su brillo de oropel busca ocultar a los auténticos artífices de las obras firmadas.
La hora de la arquitectura funcional, de la ingeniería de caminos, canales y puertos parece haber llegado. ¿Los cogerá de sorpresa?



miércoles, 19 de febrero de 2014

UN ASUNTO DE NARICES

Toca hoy escribir sobre la nariz. No sobre mi nariz a la que estoy agradecido por su utilidad cuando era preciso “tener olfato”, “olerse la tostada”.  A ella debiera homenajear con esta carta, pero hoy quiero escribir sobre la nariz en general; la nariz órgano del olfato. De forma, aproximadamente, piramidal se nos presenta muy varia por lo que hace a su tamaño y a su forma. Por su magnitud, las hay menudas, prácticamente insignificantes, pudiendo alojar a duras penas las aberturas nasales. También las hay, pequeñas, algo mayores que las menudas, pero se notan bajo el pañuelo y sirven para sostener las gafas (¿Se ha preguntado la humanidad miope que sería de ella sin la nariz? ¿Cuándo le levantaremos el monumento que merece? ¿No es cierto que, asimismo, obra como órgano de la visión?). Continuemos. Las hay normales, anodinas o vulgares; las corrientes, las que no sirven para distinguirse en absoluto. Las hay, también, prominentes, muy aptas para “meter las narices”. Es la nariz que desearía tener todo entremetido por más que la misma le delatara. Por fin, quedan las grandes o nasos; las cantadas por  Quevedo. Estas son utilísimas por desempeñar su función en grado superlativo y no es cierto que resten atractivo. Por dos motivos: porque hay quienes se sienten atraídos por semejantes “tan dotados” (personajes entrañables como Cyrano y Pinocho, sin duda, deben parte de su atractivo a lo peculiar y desmedido de su probóscide) y porque una nariz así, al captar la atención, ayuda a que pase desapercibido el, habitualmente, feo rostro que la sustenta. Por último, por lo que hace a la forma: las hay respingonas que, en las mujeres, resultan coquetonas a condición de no tener excesiva curva porque, grotescas, otorgan cierto aspecto de ánade. Las hay aguileñas, las de los indios, así llamadas no porque las posean las águilas, que no tienen nariz, sino porque recuerdan su pico. Deben ser buenas para la caza del búfalo y barruntar la presencia del hombre blanco. De boxeador; esta no suele ser así de nacimiento porque el sujeto la consigue a fuerza de mamporros. Es, pues, nariz ganada a pulso que, en lugar de embrutecerlo, debiera embellecer el rostro del sufrido propietario. Todo lo contrario ocurre con otro tipo de nariz, la estética. Es también nariz adquirida pero, por en contrario, agradable, y muy provechosa para el cirujano. Se diría que este “se olía” el negocio. Quedan aún algunos  tipos más por ahí; de la del político ya escribiré otro día.



José Fco. Luz Gómez de Travecedo

lunes, 17 de febrero de 2014

AL DESASTRE


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Bien. Políticos y financieros, financieros y políticos, están empecinados en llevarnos al desastre. Parece que no hay posibilidad de vida razonable salvo en el crecimiento continuo. Allí y aca oímos, una y otra vez, la palabra crecimiento, ¡económico, claro!, ad nauseam. Es preciso prosperar, nos dicen, incrementar la calidad de vida. ¿Como? Consumiendo, naturalmente. Como ya escribí, el lema olímpico: Citius, altius, fortius preside como el Conócete a ti mismo  del frontón del templo de Apolo en Delfos, toda la actividad humana. Esta bien en el orden del conocimiento, que no tendrá fin, pero en la actividad empresarial... ¿Cómo pensar en el crecimiento permanente en un mundo absolutamente limitado? Y si es así, ¿qué hacemos? Porque, al parecer, si no crecemos morimos. O dicho de otro modo, vivir es un crecer sin limite. Afirmación absurda aun aplicada a la célula tumoral, esa experta en el crecimiento por multiplicación. ¿Entonces que? Entonces hay que parar. De lo contrario este enorme escenario, esta tramoya, apoyado en unos puntales que se acaban, se vendrá abajo sepultando a los actores y espectadores de un mundo fantástico; de una gigantesca representación cuya única verdad es que se trata de una farsa. Se ha creado en torno al consumo desaforado una compleja estructura social, por sus integrantes y sus dimensiones, que, sin duda, se quebrara en cuanto mengüen los recursos y se acentúen las consecuencias de la contaminación. Nuestros políticos y financieros creen que tienen tiempo, pero el tiempo de reacción, de respuesta, se acaba en la medida de la tasa de los cambios exponenciales. A este respecto, es imprescindible conocer las obras de Donela Meadows, Paul Ehrlich y, sobre todo, Al Gore cuya obra La Tierra en Juego me horripilo. También, por supuesto, la de sus oponentes entre los que se cuentan personajes de la talla de Bush. ¿Cómo es posible mitigar el hambre, combatir el pauperismo, si la población mundial entre los años 1970 y 2000 aumento en 2.400 millones?