José Francisco Luz Gómez de Travecedo
Resulta evidente la necesidad en cada hombre y mujer de hallarse a si mismo, de lograr la identificación consigo mismo. Siquiera sea, por la sensación de tranquilidad que procura. Es también palmario que muchos, demasiados, andan descarriados a la búsqueda de tal estado de sosiego. No se conocen, no saben de sí, pero sufren la inquietud de quien camina a ciegas. Hombres y mujeres son, por esto, presa fácil de quienes les prometen el ansiado respiro: la idílica sociedad donde impera el pleno derecho a todo. También a la felicidad. El problema estriba en que siempre se ha de pagar un precio: sometimiento a las ordenes recibidas que la natural rebeldía del ser humano, terco como una mula, antes o después, le obligará a indagar si tal conducta exigida le agrada o no. Entonces la disidencia esta a la vuelta de la esquina. Naturalmente, esto se intenta evitar con el oportuno adoctrinamiento merced al uso de los consabidos libros aleccionadores. Antes el catecismo y la Formación del Espíritu Nacional, hoy los manuales de Educación para la Ciudadanía.
Resulta evidente la necesidad en cada hombre y mujer de hallarse a si mismo, de lograr la identificación consigo mismo. Siquiera sea, por la sensación de tranquilidad que procura. Es también palmario que muchos, demasiados, andan descarriados a la búsqueda de tal estado de sosiego. No se conocen, no saben de sí, pero sufren la inquietud de quien camina a ciegas. Hombres y mujeres son, por esto, presa fácil de quienes les prometen el ansiado respiro: la idílica sociedad donde impera el pleno derecho a todo. También a la felicidad. El problema estriba en que siempre se ha de pagar un precio: sometimiento a las ordenes recibidas que la natural rebeldía del ser humano, terco como una mula, antes o después, le obligará a indagar si tal conducta exigida le agrada o no. Entonces la disidencia esta a la vuelta de la esquina. Naturalmente, esto se intenta evitar con el oportuno adoctrinamiento merced al uso de los consabidos libros aleccionadores. Antes el catecismo y la Formación del Espíritu Nacional, hoy los manuales de Educación para la Ciudadanía.
El hombre, huyendo del estado de
naturaleza, y por decisión propia recurre al contrato, al pacto social. Lo hace
desde su libertad y para proteger su vida, la familia y su propiedad. Luego,
adquirida la condición de ciudadano, el individuo conviene en la necesidad de
cooperar en toda una serie de servicios comunes que a TODOS benefician. Esa
colaboración imprescindible en la tarea de prosperar personalmente supone
derechos pero también deberes. Derechos/deberes consiguientes a la constitución
del nuevo orden civilizado que llamamos Estado. Podrían calificarse de derechos/deberes
secundarios o sociales que afectando a todos, en tanto que ciudadanos, emanan
de la propia decisión de estos. Serian el derecho/deber a la asistencia
sanitaria, a la justicia y a la educación.
Otra cosa muy distinta, es el derecho
social (se omite por sistema toda referencia al deber social que comporta) que
otorga el político de turno en su afán electoral y que, en la práctica, supone
el beneficio de un sector poblacional concreto a costa del esfuerzo de los
demás. A costa del esfuerzo de todos y esto es inadmisible salvo si cuenta con
la aceptación unánime de la ciudadanía.
No es aceptable en absoluto que el Estado
de derecho, un orden para preservar los derechos/deberes humanos y sociales
compatibles, se convierta en una ratonera, donde, atrapados, observamos como
cargan sobre nuestras espaldas todo tipo de deberes sociales sean o no asumidos
de forma unánime. O sea, un fraude, un timo, una estafa.
El Estado, llevado a hombros por todos
nosotros en la dirección que la política impone, ha adoptado un papel que no le
corresponde y sí, a la sociedad civil que languidece en un rincón. Es el Estado
paternalista que nos tutela y amenaza con su poder.
La tutela es admisible, por quien
corresponde, para preservar al menor o al incapacitado, pero en absoluto cuando
se trata de ciudadanos de pleno derecho. Mala fama tienen las tutelas más allá
de lo razonable que solo estropean a los individuos y los tornan incapaces de
tomar sus propias decisiones y de pechar con las consecuencias. ¿Para qué si,
haga lo que haga, tendré una justificación ajena a mí y que, en consecuencia,
otros soportarán?
La explosión demográfica supone en estos
momentos, el nacimiento de unos 250.000 niños por día. De estos, una gran
mayoría nacidos en el tercer mundo. En 1930, poblaban la tierra 2000 millones
de personas, hoy somos unos 6000 millones y la ONU considera que, dada la tasa
de crecimiento actual, en el 2050 seremos entre 9000 y 11.500 millones de
habitantes. ¿Dónde vamos? ¿En este mundo de make-up y de exculpación sistemática,
se oye alguna voz contra tanto irresponsable procreando sin freno en la
seguridad de que otros se harán cargo de sus niños?
Hoy se calcula que 1000 millones de
personas padecen hambre: pues bien, mañana serán 250.000 más y en un mes 7
millones y medio más y en un año 84 millones más (¡el doble de la población
española!). Frente a estos hechos espeluznantes, el análisis simplista de más
de una asociación que, al enumerar las causas del problema, ignora la
terrorífica explosión demográfica. Tal vez porque considera que una mejor
producción y reparto de los alimentos permitiría alimentar al doble de la
población mundial. Pues el doble esta a la vuelta de la esquina, hacia el 2050,
¿y luego qué? ¿Quién es capaz de frenar una masa humana de 12000 millones de
personas, quien? Y, más aún, ¿para qué tanta población?
El hambre y el paro, las necesidades todas
del hombre y los problemas medioambientales hoy nos angustian pero el día de
mañana serán sencillamente insoportables.
No obstante, los mensajes mesiánicos no
cesan. Como el avestruz que mete la cabeza en la arena y no ve, como el individuo
aterrorizado afecto de visión de túnel que no percibe la llegada lateral del
enemigo, son muchos los que miran para otro lado y lejos de plantearse el
problema real: una falta total de responsabilidad de unos progenitores, los varones
básicamente, que ni se cuestionan el futuro de sus vástagos -acaso porque Dios
o el Estado proveerá-, ni buscan soluciones inmediatas a corto y largo plazo
(prevención); piensan que hay para todos
y solo se necesita un cambio del modelo
productivo.
Mientras tanto somos los progenitores
responsables los que, llegado el caso, pedimos permiso de espacio para nuestros
descendientes; los que no compramos viviendas y nos atenemos a un modesto
alquiler; los que carecemos de coche y utilizamos los servicios públicos; los
que pagamos los tributos del que ya es nuestro señor, el Estado; los que
procuramos ahorrar con espíritu de hormiga en la seguridad de que no tenemos
derecho alguno en época de vacas flacas a colgarnos de los demás; los que nos
pertrechamos, para evitar apuros de malos tiempos, con seguros y más seguros
que religiosamente abonamos; los que estamos ya a punto de quebrar de
indignación por tanto mensaje lacrimógeno solicitando, más bien exigiendo, la
obra de beneficencia; los que nos oponemos a vivir en una granja de Owen
mientras los cerdos se ceban a nuestra costa; mientras tanto digo, somos,
seremos, el perchero que todo lo aguanta. Hasta que se rompa y el bonito Estado
social se desplome sobre tanto ingenuo y, por supuesto, también sobre nuestras
cabezas.