lunes, 21 de julio de 2014

A VUELTAS CON LOS DERECHOS SOCIALES


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Resulta evidente la necesidad en cada hombre y mujer de hallarse a si mismo, de lograr la identificación consigo mismo. Siquiera sea, por la sensación de tranquilidad que procura. Es también palmario que muchos, demasiados, andan descarriados a la búsqueda de tal estado de sosiego. No se conocen, no saben de sí, pero sufren la inquietud de quien camina a ciegas. Hombres y mujeres son, por esto,  presa fácil de quienes les prometen el ansiado respiro: la idílica sociedad donde impera el pleno derecho a todo. También a la felicidad. El problema estriba en que siempre se ha de pagar un precio: sometimiento a las ordenes recibidas que la natural rebeldía del ser humano, terco como una mula, antes o después, le obligará a indagar si tal conducta exigida le agrada o no. Entonces la disidencia esta a la vuelta de la esquina. Naturalmente, esto se intenta evitar con el oportuno adoctrinamiento merced al uso de los consabidos libros aleccionadores. Antes el catecismo y la Formación del Espíritu Nacional, hoy los manuales de Educación para la Ciudadanía.
El hombre, huyendo del estado de naturaleza, y por decisión propia recurre al contrato, al pacto social. Lo hace desde su libertad y para proteger su vida, la familia y su propiedad. Luego, adquirida la condición de ciudadano, el individuo conviene en la necesidad de cooperar en toda una serie de servicios comunes que a TODOS benefician. Esa colaboración imprescindible en la tarea de prosperar personalmente supone derechos pero también deberes. Derechos/deberes consiguientes a la constitución del nuevo orden civilizado que llamamos Estado. Podrían calificarse de derechos/deberes secundarios o sociales que afectando a todos, en tanto que ciudadanos, emanan de la propia decisión de estos. Serian el derecho/deber a la asistencia sanitaria, a la justicia y a la educación.
Otra cosa muy distinta, es el derecho social (se omite por sistema toda referencia al deber social que comporta) que otorga el político de turno en su afán electoral y que, en la práctica, supone el beneficio de un sector poblacional concreto a costa del esfuerzo de los demás. A costa del esfuerzo de todos y esto es inadmisible salvo si cuenta con la aceptación unánime de la ciudadanía.
No es aceptable en absoluto que el Estado de derecho, un orden para preservar los derechos/deberes humanos y sociales compatibles, se convierta en una ratonera, donde, atrapados, observamos como cargan sobre nuestras espaldas todo tipo de deberes sociales sean o no asumidos de forma unánime. O sea, un fraude, un timo, una estafa.
El Estado, llevado a hombros por todos nosotros en la dirección que la política impone, ha adoptado un papel que no le corresponde y sí, a la sociedad civil que languidece en un rincón. Es el Estado paternalista que nos tutela y amenaza con su poder.
La tutela es admisible, por quien corresponde, para preservar al menor o al incapacitado, pero en absoluto cuando se trata de ciudadanos de pleno derecho. Mala fama tienen las tutelas más allá de lo razonable que solo estropean a los individuos y los tornan incapaces de tomar sus propias decisiones y de pechar con las consecuencias. ¿Para qué si, haga lo que haga, tendré una justificación ajena a mí y que, en consecuencia, otros soportarán?
La explosión demográfica supone en estos momentos, el nacimiento de unos 250.000 niños por día. De estos, una gran mayoría nacidos en el tercer mundo. En 1930, poblaban la tierra 2000 millones de personas, hoy somos unos 6000 millones y la ONU considera que, dada la tasa de crecimiento actual, en el 2050 seremos entre 9000 y 11.500 millones de habitantes. ¿Dónde vamos? ¿En este mundo de make-up y de exculpación sistemática, se oye alguna voz contra tanto irresponsable procreando sin freno en la seguridad de que otros se harán cargo de sus niños?
Hoy se calcula que 1000 millones de personas padecen hambre: pues bien, mañana serán 250.000 más y en un mes 7 millones y medio más y en un año 84 millones más (¡el doble de la población española!). Frente a estos hechos espeluznantes, el análisis simplista de más de una asociación que, al enumerar las causas del problema, ignora la terrorífica explosión demográfica. Tal vez porque considera que una mejor producción y reparto de los alimentos permitiría alimentar al doble de la población mundial. Pues el doble esta a la vuelta de la esquina, hacia el 2050, ¿y luego qué? ¿Quién es capaz de frenar una masa humana de 12000 millones de personas, quien? Y, más aún, ¿para qué tanta población?
El hambre y el paro, las necesidades todas del hombre y los problemas medioambientales hoy nos angustian pero el día de mañana serán sencillamente insoportables.
No obstante, los mensajes mesiánicos no cesan. Como el avestruz que mete la cabeza en la arena y no ve, como el individuo aterrorizado afecto de visión de túnel que no percibe la llegada lateral del enemigo, son muchos los que miran para otro lado y lejos de plantearse el problema real: una falta total de responsabilidad de unos progenitores, los varones básicamente, que ni se cuestionan el futuro de sus vástagos -acaso porque Dios o el Estado proveerá-, ni buscan soluciones inmediatas a corto y largo plazo (prevención); piensan que hay para todos y solo se necesita un cambio del modelo productivo.
Mientras tanto somos los progenitores responsables los que, llegado el caso, pedimos permiso de espacio para nuestros descendientes; los que no compramos viviendas y nos atenemos a un modesto alquiler; los que carecemos de coche y utilizamos los servicios públicos; los que pagamos los tributos del que ya es nuestro señor, el Estado; los que procuramos ahorrar con espíritu de hormiga en la seguridad de que no tenemos derecho alguno en época de vacas flacas a colgarnos de los demás; los que nos pertrechamos, para evitar apuros de malos tiempos, con seguros y más seguros que religiosamente abonamos; los que estamos ya a punto de quebrar de indignación por tanto mensaje lacrimógeno solicitando, más bien exigiendo, la obra de beneficencia; los que nos oponemos a vivir en una granja de Owen mientras los cerdos se ceban a nuestra costa; mientras tanto digo, somos, seremos, el perchero que todo lo aguanta. Hasta que se rompa y el bonito Estado social se desplome sobre tanto ingenuo y, por supuesto, también sobre nuestras cabezas.          





martes, 8 de julio de 2014

DERECHOS SOCIALES

DERECHOS SOCIALES

José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Más que nunca se oye hablar de los derechos sociales. Desde la  radio y la televisión se alude constantemente a ellos y a su reducción (recortes). Casi siempre en tono lacrimógeno e imperativo que tiene la virtud de retrotraernos a los tiempos en los que desde los púlpitos eclesiales se nos sermoneaba instándonos a la caridad bajo amenaza de severísimos castigos en esta vida y la otra. Amén.
Como dardos se arrojaban sobre nosotros las obras de misericordia a las que nos debíamos por el inexcusable amor al prójimo. Naturalmente, nos sentíamos abrumados por su incumplimiento sistemático y anhelábamos a la salida la presencia de un pobre al que poder atender con unas monedas y calmar así nuestra inquietud. Pequeño yo, pensaba que los indigentes tenían la bendita función de justificarnos y poder así cenar algo más tranquilos.
Lo que no decía el predicador era que tales obligaciones lo eran exclusivamente de los cristianos y de que estos debían amar al prójimo como a sí mismos. Este como a sí mismos ponía límites a la acción social por cuanto es imposible desvivirse, matarse, como se pretendía, por los demás. ¿O piensan acaso que quien se desvive por los demás se ama a sí mismo? Creo que en la medida en que nos amamos nos queremos vivos y bien vivos. Claro que posiblemente se entendía que por amarse bien el cristiano se ha de entender el sacrificio en el altar de los demás, la postergación del propio interés en beneficio de los otros que, estos si, lo conservan con tenacidad. De hecho, amarse, buscar la consecución de los propios intereses era propio del egoísta, ser en nada ejemplar, en absoluto el arquetipo del buen cristiano que debía compartir todo hasta la extenuación. Bien. No deja de ser un modo de vivir religioso cuya justificación no es, por tanto, humana sino divina. Es la Revelación la que sustenta tales pretensiones conductuales y, por tanto, es cuestión de fe.
Por esto, por ser la acción filantrópica básicamente una cuestión religiosa (la entraña, la biología, nos impele a cuidar de nuestros hijos y poco más), resulta un sarcasmo que desde posiciones laicas se nos quiera imponer el deber social y, asimismo, hasta la extenuación. En este caso por extenuación entiendo hasta la enajenación de los derechos individuales. Derechos sociales frente a derechos individuales. He aquí la cuestión. 
El Estado de derecho de Robert  Von Mohl es un estado de derechos humanos. El derecho humano como el último baluarte, la torre del homenaje, contra las acometidas del grupo. La línea roja que asegura nuestra existencia contra el poderío de las mayorías. Sin derechos humanos el Estado, que nace como un intento organizativo que asegure la vida del hombre y su prosperidad según éste entienda, no se sostiene.
Por esto atacar los derechos humanos es socavar, minar, la estructura del Estado de derecho, hacerlo tambalearse para derribarlo después. La alternativa: el llamado Estado democrático donde rigen los derechos sociales en detrimento de los individuos que no son ya personas ni ciudadanos sino individuos al servicio de la colectividad.
Estoy absolutamente convencido de que si a algún emergente dirigente partidario de tal Estado democrático se le preguntara hasta donde llegaría en caso de menoscabo de los derechos sociales, este contestaría que hasta la confiscación de los bienes particulares cualquiera que fuera su origen y la condición del propietario. Es decir, hasta la comuna.
Desde la ciudad utópica de Tomás Moro hasta la ciudad nueva de Owen pasando por los falansterios de Fourier y la ciudad del sol de Tommaso Campanella mucho se ha escrito acerca de la sociedad ideal pero los intentos de ejecución se cuentan por fracasos. Motivo: considerar al hombre como naturalmente bueno, bueno en el concepto cristiano, claro. Especie singular, en absoluto animal, de estirpe divina.
Realmente, el hombre es un animal capaz de deambulación y fonación dotado de la capacidad de aprehender, pero, como animal, provisto de una entraña genética que lo hace agresivo en cuanto ve peligrar territorio y jerarquía. Es así y solo una sociedad donde los individuos interactúan libremente y carece de un plan preestablecido, la sociedad de Hayek, puede, con los debidos controles: leyes, perdurar sin la represión de los poderes públicos. Hay que leer a zoólogos como Frans de Waal en La Política de los Chimpancés, para entender al hombre y lo que cabe esperar de él. Hay que leer a Freud cuyo modelo mental que permitió explicar las neurosis recurrió por primera vez a la pulsión biológica, a la entraña pasional, al Ello.
Dejemos, pues, de idear cobijos para el hombre. La sociedad futura será, seguro, una sociedad más sana, menos tensa, porque es condición humana la búsqueda  del sosiego, pero más allá de esto… ¿Qué se puede decir?
El enorme peligro de encorsetar al hombre, negándole sus derechos, es deparar neurosis individual y colectiva y hacer fuerte al Estado. Recuerdo, al respecto, las palabras de T. Jefferson, 3º presidente de los EEUU: Un gobierno suficientemente grande como para darte todo lo que quieras, es lo suficientemente fuerte como para quitarte todo lo que tienes.
Si lo hombres organizados son temibles para el hombre y debe ser instaurado un Estado de orden inquebrantable: ¿Quién nos defenderá de otros hombres ahora políticos y justificados con la coartada de hacer por los ciudadanos?
No entiendo, pues, los insensatos y reiterados intentos por construir, sin el hombre, la jaula del hombre, el paraíso terrenal, el Edén. Pues no ha de ser el pájaro para la jaula sino esta para aquel.