DERECHOS SOCIALES
José Francisco Luz Gómez de Travecedo
Más que nunca se oye hablar de los derechos sociales. Desde la radio y la televisión se alude constantemente a ellos y a su reducción (recortes). Casi siempre en tono lacrimógeno e imperativo que tiene la virtud de retrotraernos a los tiempos en los que desde los púlpitos eclesiales se nos sermoneaba instándonos a la caridad bajo amenaza de severísimos castigos en esta vida y la otra. Amén.
Más que nunca se oye hablar de los derechos sociales. Desde la radio y la televisión se alude constantemente a ellos y a su reducción (recortes). Casi siempre en tono lacrimógeno e imperativo que tiene la virtud de retrotraernos a los tiempos en los que desde los púlpitos eclesiales se nos sermoneaba instándonos a la caridad bajo amenaza de severísimos castigos en esta vida y la otra. Amén.
Como dardos se arrojaban sobre nosotros
las obras de misericordia a las que nos debíamos por el inexcusable amor al
prójimo. Naturalmente, nos sentíamos abrumados por su incumplimiento
sistemático y anhelábamos a la salida la presencia de un pobre al que poder atender
con unas monedas y calmar así nuestra inquietud. Pequeño yo, pensaba que los
indigentes tenían la bendita función de justificarnos y poder así cenar algo
más tranquilos.
Lo que no decía el predicador era que
tales obligaciones lo eran exclusivamente de los cristianos y de que estos
debían amar al prójimo como a sí mismos.
Este como a sí mismos ponía límites a
la acción social por cuanto es imposible desvivirse, matarse, como se
pretendía, por los demás. ¿O piensan acaso que quien se desvive por los demás
se ama a sí mismo? Creo que en la medida en que nos amamos nos queremos vivos y
bien vivos. Claro que posiblemente se entendía que por amarse bien el cristiano
se ha de entender el sacrificio en el altar de los demás, la postergación del
propio interés en beneficio de los otros que, estos si, lo conservan con
tenacidad. De hecho, amarse, buscar la consecución de los propios intereses era
propio del egoísta, ser en nada ejemplar, en absoluto el arquetipo del buen
cristiano que debía compartir todo hasta la extenuación. Bien. No deja de ser
un modo de vivir religioso cuya justificación no es, por tanto, humana sino
divina. Es la Revelación la que sustenta tales pretensiones conductuales y, por
tanto, es cuestión de fe.
Por esto, por ser la acción filantrópica
básicamente una cuestión religiosa (la entraña, la biología, nos impele a
cuidar de nuestros hijos y poco más), resulta un sarcasmo que desde posiciones
laicas se nos quiera imponer el deber social y, asimismo, hasta la extenuación.
En este caso por extenuación entiendo hasta la enajenación de los derechos
individuales. Derechos sociales frente a derechos individuales. He aquí la
cuestión.
El Estado de derecho de Robert Von Mohl es un estado de derechos humanos. El
derecho humano como el último baluarte, la torre del homenaje, contra las
acometidas del grupo. La línea roja que asegura nuestra existencia contra el
poderío de las mayorías. Sin derechos humanos el Estado, que nace como un
intento organizativo que asegure la vida del hombre y su prosperidad según éste
entienda, no se sostiene.
Por esto atacar los derechos humanos es
socavar, minar, la estructura del Estado de derecho, hacerlo tambalearse para
derribarlo después. La alternativa: el llamado Estado democrático donde rigen
los derechos sociales en detrimento de los individuos que no son ya personas ni
ciudadanos sino individuos al servicio de la colectividad.
Estoy absolutamente convencido de que si a
algún emergente dirigente partidario de tal Estado democrático se le preguntara
hasta donde llegaría en caso de menoscabo de los derechos sociales, este
contestaría que hasta la confiscación de los bienes particulares cualquiera que
fuera su origen y la condición del propietario. Es decir, hasta la comuna.
Desde la ciudad utópica de Tomás Moro
hasta la ciudad nueva de Owen pasando por los falansterios de Fourier y la
ciudad del sol de Tommaso Campanella mucho se ha escrito acerca de la sociedad
ideal pero los intentos de ejecución se cuentan por fracasos. Motivo:
considerar al hombre como naturalmente bueno, bueno en el concepto cristiano,
claro. Especie singular, en absoluto animal, de estirpe divina.
Realmente, el hombre es un animal capaz de
deambulación y fonación dotado de la capacidad de aprehender, pero, como animal,
provisto de una entraña genética que lo hace agresivo en cuanto ve peligrar
territorio y jerarquía. Es así y solo una sociedad donde los individuos
interactúan libremente y carece de un plan preestablecido, la sociedad de
Hayek, puede, con los debidos controles: leyes, perdurar sin la represión de
los poderes públicos. Hay que leer a zoólogos como Frans de Waal en La Política
de los Chimpancés, para entender al hombre y lo que cabe esperar de él. Hay que
leer a Freud cuyo modelo mental que permitió explicar las neurosis recurrió por
primera vez a la pulsión biológica, a la entraña pasional, al Ello.
Dejemos, pues, de idear cobijos para el
hombre. La sociedad futura será, seguro, una sociedad más sana, menos tensa,
porque es condición humana la búsqueda
del sosiego, pero más allá de esto… ¿Qué se puede decir?
El enorme peligro de encorsetar al hombre,
negándole sus derechos, es deparar neurosis individual y colectiva y hacer
fuerte al Estado. Recuerdo, al respecto, las palabras de T. Jefferson, 3º
presidente de los EEUU: Un gobierno suficientemente
grande como para darte todo lo que quieras, es lo suficientemente fuerte como
para quitarte todo lo que tienes.
Si lo hombres organizados son temibles para el hombre y
debe ser instaurado un Estado de orden inquebrantable: ¿Quién nos defenderá de otros
hombres ahora políticos y justificados con la coartada de hacer por los
ciudadanos?
No entiendo, pues, los insensatos y reiterados intentos
por construir, sin el hombre, la jaula del hombre, el paraíso terrenal, el
Edén. Pues no ha de ser el pájaro para la jaula sino esta para aquel.
La historia política será siempre el forcejeo de unos contra otros; por eso es fundamental establecer barreras de contención, los derechos humanos, que impidan la aniquilación del hombre, del ciudadano, por lo más fuertes. La política esta para defender al débil de las acechanzas del poderoso. Esta es la razón del Estado de derecho y por la que permanecemos vigilantes.
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