miércoles, 20 de mayo de 2015

ACERCA DE LA TRIBUTACIÓN



Jose Francisco Luz Gómez de Travecedo

La conformación del Estado no es indiferente a nuestros intereses, en absoluto. La evolución desde la condición de súbdito a  la de ciudadano ha costado ríos de sangre, pero todo puede perderse. La experiencia muestra que todo aquello que supone orden racional exige esfuerzo y control. El desinterés y la abulia pueden dar al traste en un instante con lo que costó siglos construir. Son legión los detractores del Estado de derechos individuales que es como decir del Estado de los ciudadanos. Detractores que no ceden en su labor de menoscabar los derechos fundamentales del hombre en cuanto tienen ocasión. Detractores que, so pretexto de implantar los derechos sociales, no dudan en quebrantar los derechos ciudadanos. Por ejemplo, el derecho a la propiedad. 
Veamos que dicen diversos textos acerca de la propiedad privada.
En la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, leemos:
Artículo 17
"Por ser la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, salvo cuando la necesidad publica, legalmente comprobada, lo exija de modo evidente y con la condición de que haya una justa y previa indemnización".
Tras su lectura es crucial retener en la memoria el carácter natural, inherente al hombre, del derecho de propiedad y su cualidad de ilimitado. Lo primero implica que el derecho no fue otorgado, concedido, por acuerdo de todos –en consecuencia no puede ser negado ni aun por acuerdo de todos- y lo segundo, que salvo por singulares y comprobadas legalmente razones sociales, en absoluto por razones arbitrarias, el derecho es de carácter irrestricto, carece de limitación. Repárese en que, aún en estos casos, la propiedad no es menguada total o parcialmente sino permutada por otra u otras en un acto de compensación justa y previa.
El artículo puede completarse con este otro:
Artículo 2
"La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión".
Es decir, los poderes públicos se constituyen para defender estos derechos naturales e imprescriptibles.
Pero veamos que dice la Declaración de los Derechos del Hombre de 10 de diciembre de 1948:
Artículo 17
1.- Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
2.- nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.
Una vez más, el rechazo de la arbitrariedad y el tono tajante de su definición.
En la Constitución española del 78 se dice:
Artículo 33
1.- Se reconoce el derecho a la propiedad privada y a la herencia.
2.- La función social de estos derechos delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes.
3.- nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad publica o interés social mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por la leyes.
Artículo que pone en guardia. Artículo que impone límites a la propiedad y a los derechos naturales del hombre. Eso sí, con arreglo a leyes y con indemnización. Constitución socialista que antepone los derechos sociales a los del ciudadano. Derechos sociales que no define, que no limita por tanto, y que deja al arbitrio de los políticos en su loca carrera hacia el triunfo electoral. Tampoco exige que la indemnización sea justa y previa. Una constitución que considera, por lo que hace al derecho de propiedad, un derecho concedido por acuerdo, un derecho estatutario y no, un derecho natural e imprescriptible.
Yo me pregunto: ¿para un Estado así constituido, para el que los derechos son sometidos al interés social, somos personas? Es decir: ¿en cuanto hombres, nacemos con derechos, somos personas, o, por el contrario, somos solo ciudadanos a los que la sociedad, el cuerpo social, indulgente, otorga derechos por gracia?
A juzgar por la redacción, lo segundo. ¿Quién puede ya asegurar que la libertad, la seguridad y la resistencia a la opresión no estén limitados por su función social?
Anteponer el grumo social, lo social, a los individuos es tan peligroso como anteponer las entelequias a la realidad.
Lo social carece de entidad propia, es ente de razón y, por tanto, dependiente de quien lo crea. Carece de sentidos, de corazón y de razón. Alguien debe prestárselos, alguien debe de pensar, hablar y ejecutar por ello. ¿Quién? El grupo de presión de cada momento que margina al individuo hasta negarle, como vemos, su condición de persona, sus derechos, cuando estos no sirven al interés del grupo dominante.
De nuevo, ese redomado pillo que es el ser humono, integrante con los grandes simios de la familia homínidos, ha encontrado un modo de burlar el interés general. La verdad es que queda bien: lo despojamos de sus derechos por el bien de todos... Fantástico, pero no deja de ser un despojo, un expolio, una vileza, un acto de lesa humanidad.
Por tanto: a nadie ha de sorprender la alegría con la que nuestros políticos meten su mano es nuestros bolsillos una y otra vez. Es por acción social dirán, su coartada. ¡Caramba, caramba! Yo pensaba que los hombres idearon el Estado de derechos para prosperar de modo particular y a discreción... Me equivocaba, para algunos, los hombres se uncieron al carro de lo común para tirar de él en la dirección que otros determinan y, ¡ay de ti si te niegas!, porque el zurriago te espera. Que lo diga, si no,   Thoreau  que fue encarcelado por negarse a pagar los impuestos destinados a costear la guerra contra México. Fue encarcelado una sola noche, pero porque otro pagó por él.
Los derechos o son absolutos o no lo son. Solo cabe su menoscabo en la medida en que los ciudadanos convengan en razón de los beneficios recibidos a cambio. Bien entendido que por propia voluntad, motu proprio, y con carácter temporal; asimismo, bien entendido que respetando la máxima de Thoreau: “Cualquier hombre que tenga más razón que sus prójimos ya constituye una mayoría de uno”.
No poner por artículo constitucional  un tope definitivo al IRPF, al esfuerzo fiscal, como sucede en el Estado español, supone en la practica la negación del derecho de propiedad. El Estado pertrechado de razones de benevolencia incomprensible y sectaria se cree con derecho total sobre nosotros y empuja y empuja y nos lleva a la quiebra. Como antaño, por razones patrióticas, igualmente incomprensibles y sectarias, nos llevaba a la trinchera y de allí a la muerte. Sin duda, se creía dueño de nuestras vidas como hoy se considera dueño de nuestra faltriquera.
Somos muchos los que estamos hartos de la defraudación del Estado, de cómo éste gasta nuestro dinero sin dar explicaciones convincentes y eludiendo presentar a los contribuyentes la oportuna declaración de sus ingresos y gastos –me apresuro a declarar que los presupuestos son solo papel mojado, no me sirven- debidamente fundados y, por supuesto, devolviendo a los contribuyentes los gastos no justificados. Es un proceso paralelo al  de la declaración de los ciudadanos pero en sentido inverso.
Creo que en el fondo subyace el apetito simiesco de todo grupo en el poder por imponer su credo, pero también creo que se han perdido, astutamente, de vista los principios que motivan la vida en común, en estado civil: la defensa frente a los violentos de los derechos del hombre en tanto que persona, entre otros el derecho de propiedad.
Propiedad privada no es aquello que un hombre toma, arrebata, a a los demás. Propiedad privada es aquello que un hombre crea con su esfuerzo y sudor. Aquello que un hombre moldea a golpe de ilusión y tenacidad. Aquello que generó con privaciones en la esperanza de donarlo a sus hijos o utilizarlo en su vejez. Por tanto, quitárselo por ordeno y mando, de modo arbitrario, es como despojarle de una parte de si, de sus mejores años y deseos. Es despreciarlo y subyugarlo. Es  en rigor  un atentado de lesa humanidad.
No carece de gracia que a estas practicas tributarias se apunten los marxistas  (y, con ellos, todos los demás). Aquellos que se indignaban al leer la afirmación de Ricardo (Teoría Laboral del Valor): “El valor en cambio de un producto consiste en el esfuerzo invertido en su elaboración”. Es decir, el patrón, al percibir las plusvalías, le robaba al trabajador el fruto de su trabajo, su sudor y su sangre.  Afirmación que indujo a Thomas Hodgskin a escribir El Trabajo Defendido contra las Pretensiones del Capital. Obra que influyó en el incipiente socialismo de su tiempo y, sin duda en Karl Marx.
La deriva hacia lo social de cualquier formación política acabara con los derechos humanos. Hasta tal punto es esto cierto que si instáramos a sus dirigentes a que optaran entre derechos humanos y sociales contestarían que lo harían por los segundos. Esta afirmación permite pensar que en cuanto pudieran nos llevarían de nuevo a la granja de Orwell. Granja igualitaria, sí, pero donde unos son más iguales que otros. Así las cosas, dos proposiciones son dignas de ser tenidas siempre en cuenta:
.- En política, como en todo, el fin no justifica los medios. en expresión feliz de A. Camus, en política son los medios los que justifican los fines.
.- En democracia para evitar su degeneración en oclocracia, los derechos humanos son el último baluarte del ciudadano. Sin su respeto a ultranza el hombre está perdido.  
Apelo pues a la reflexión acerca del modelo estatal. Para ello es preciso contestar a esta pregunta: ¿ha de ser el Estado para el hombre o éste para el Estado? Bien entendido que, de ser esto último, el hombre-tesela  en el gran mosaico del Estado, deberá prestarse a ser manipulado y ubicado allí donde los dirigentes decidan por él.



2 comentarios:

  1. Gracias Chusé. Supongo que el escrito, que he rectificado en algún punto, será farragoso, tedioso, pero o hacemos reflexión política o los políticos nos llevan al huerto. Todos emitimos juicios con enorme facilidad, pero ignoran que estos, para ser legítimos, deben brotar de la consideración sosegada de los temas. Es necesario andar recogidos por los claustros de la meditación y dejar, siquiera sea por un momento, el mundo y su bullicio aturdidor. Un abrazo.

    ResponderEliminar