José Francisco Luz Gómez de Travecedo
Bien.
Políticos y financieros, financieros y políticos, están empecinados en
llevarnos al desastre. Parece que no hay posibilidad de vida razonable salvo en
el crecimiento continuo. Allí y aca oímos, una y otra vez, la palabra
crecimiento, ¡económico, claro!, ad nauseam. Es preciso prosperar, nos
dicen, incrementar la calidad de vida. ¿Como? Consumiendo, naturalmente. Como
ya escribí, el lema olímpico: Citius, altius, fortius preside como el Conócete
a ti mismo del frontón del templo de
Apolo en Delfos, toda la actividad humana. Esta bien en el orden del
conocimiento, que no tendrá fin, pero en la actividad empresarial... ¿Cómo
pensar en el crecimiento permanente en un mundo absolutamente limitado? Y si es
así, ¿qué hacemos? Porque, al parecer, si no crecemos morimos. O dicho de otro
modo, vivir es un crecer sin limite. Afirmación absurda aun aplicada a la
célula tumoral, esa experta en el crecimiento por multiplicación. ¿Entonces
que? Entonces hay que parar. De lo contrario este enorme escenario, esta
tramoya, apoyado en unos puntales que se acaban, se vendrá abajo sepultando a
los actores y espectadores de un mundo fantástico; de una gigantesca
representación cuya única verdad es que se trata de una farsa. Se ha creado en
torno al consumo desaforado una compleja estructura social, por sus integrantes
y sus dimensiones, que, sin duda, se quebrara en cuanto mengüen los recursos y
se acentúen las consecuencias de la contaminación. Nuestros políticos y
financieros creen que tienen tiempo, pero el tiempo de reacción, de respuesta,
se acaba en la medida de la tasa de los cambios exponenciales. A este respecto,
es imprescindible conocer las obras de Donela Meadows, Paul Ehrlich y, sobre
todo, Al Gore cuya obra La Tierra en Juego me horripilo. También, por
supuesto, la de sus oponentes entre los que se cuentan personajes de la talla
de Bush. ¿Cómo es posible mitigar el hambre, combatir el pauperismo, si la
población mundial entre los años 1970 y 2000 aumento en 2.400 millones?
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