martes, 26 de mayo de 2015

DIALOGO DE CUCOS



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Efectivamente, un dialogo -yo lo llamo de cucos (Cuculus canorus)- imposible, en ocasiones, porque ambas partes pretendidamente interlocutores, utilizan lenguajes distintos y practican el intrusismo. En efecto, el lenguaje del experimentador es comedido y carente de metáforas.  De él se sirve para describir con fría precisión los fenómenos observados que explica por hipótesis que la experiencia confirmó estando presto a sustituirla por cualquier otra si se adapta mejor a los hechos. Es humilde e innovador consciente de que el conocimiento científico también tiene fecha de caducidad. Su finalidad es dar razón por causas formales y materiales quedando reservado el estudio de las causas eficiente y final (entendidas como causas extrínsecas no mensurables), al conocimiento especulativo, a la filosofía (cuando tal conocimiento se presenta como incontrovertible lo denominamos conocimiento religioso por ser, para los  creyentes, conocimiento revelado). Esta, la filosofía, suele recurrir a un lenguaje, por subjetivo, de interpretación laboriosa, en ocasiones incomprensible (¿hablamos del de Hegel?). El especulador suele ser vanidoso y poco dado a la innovación una vez da con una teoría que, según él, permite la adecuada comprensión de los fenómenos por más que carezca del imprescindible contraste experimental y solo este autorizado a exponer sobre causas eficientes y finales. Como vemos, sobre el papel, los ámbitos son distintos y complementarios. Tan es así que multitud de científicos son religiosos porque, al no bastarles los datos especulativos, han encontrado la respuesta a sus preguntas acerca de las causas eficiente y final (del por qué y del para qué del universo) en la revelación.  Basta citar los casos de Newton, Einstein, Planck, Heisenberg y Schrödinger. Es cierto que otros recurren a la filosofía que, asimismo,  busca, desde la razón, explicar por causas eficientes y finales. Es el caso del ateo Monod, premio Nobel de Fisiología y Medicina, año 65. Hasta acá, bien. Si los ámbitos de ambos saberes, pues, son respetados no habrá fricciones, pero no siempre es así y los conocimientos especulativo y religioso invaden el dominio de la ciencia a la que, como el cuco, intentan desplazar. No creo necesario extenderme en lo que ha sido habitual en la historia de la ciencia en Occidente, la confrontación permanente y cruenta con la Iglesia - y no siempre la católica (¿hablamos de Calvino y de M. Servet?) -. Pero, también, aunque en grado menor, ha recibido andanadas desde la filosofía radical. Hay está el marxismo y su materialismo dialéctico que, presa de una soberbia incalificable, pretendió barrer a la ciencia negando el segundo principio de la termodinámica que es un torpedo en la línea de flotación de la ascendente evolución dialéctica. A su vez, científicos hay que niegan al saber especulativo la competencia en el terreno de lo no mensurable. Son los cientificistas que miran por encima del hombro a poetas y filósofos.  Recuerdo ahora lo que Schopenhauer decía de los químicos metidos a filósofos: “Alguien debería decirles a esos señores de tubos de ensayo y retortas que la química por sí sola capacita para ser boticario pero no filósofo”.  Creen que todo es química e ignoran la fuerza del espíritu. Lo he dicho en alguna ocasión: la hipótesis “Dios es el primer motor” no es científica porque Dios no es mensurable, pero en absoluto es absurda. De hecho, el gran Pasteur decía “Poca ciencia aleja de Dios. Mucha acerca a Él”.  Demos, pues, a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar y todo irá bien, excluida la política, naturalmente. ¡Qué Dios os guarde españoles! Amén.



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