José Francisco Luz Gómez de Travecedo
Si por solidaridad entendemos, como
quiere la RAE, la adhesión circunstancial
a la causa o a la empresa de otros, yo me declaro insolidario. Ya sé, ya sé
que peco, que falto al decálogo moral laico al uso que, por mandar, ordena
hasta practicar las obras de misericordia en un alarde de extrema incoherencia.
Bien es verdad que las denominan obras humanitarias. ¿Deberé, pues, recurrir a
la confesión laica de mis faltas y a solicitar la correspondiente absolución
laica luego de cumplir mi pena laica y haber escuchado la laica reconvención
del ético? Pregunta en absoluto inoportuna si tenemos presente que los intentos
por sustituir la religión divina, en nuestro medio la cristiana, por la humana son
continuos y absurdos. ¿O no es cierto lo del bautismo laico? ¿Serán, pues,
extrañas la confesión y absolución laicas? Tal parece que 20 siglos de
cristianismo europeo no han transcurrido en balde y hasta los laicos más
recalcitrantes rezuman religiosidad
por todos sus poros. Por supuesto, siempre que no se trate de granujas
redomados. Posibilidad esta más que digna de consideración. Sigo. Me declaro
insolidario, pero sí partidario de la cooperación entendida como la acción de obrar juntamente con otro u otros para un
mismo fin (de nuevo la RAE). Entre otras cosas, porque la eficacia de la
solidaridad es prácticamente nula. Los españoles en su mayoría, se declaran
solidarios y, sin embargo, según leemos en DEIA de 08-2005, “la población
activa española prefiere jubilarse pronto, en torno a los 57 años”, en la
Gaceta Sindical de 02-2001 que “solo el 3,7% alargan su vida laboral por encima
de la edad marcada como derecho para acceder a la jubilación” y según el “IV
Estudio Internacional de Jubilación, elaborado por el grupo AXA (sociedad de
seguros), solo el 23% de los españoles encuestados esta a favor de prolongar la
edad de jubilación”. ¿Dónde la solidaridad? ¿Dónde el problema? Sin duda,
en el concepto habitual, popular, del término: para la gente la solidaridad carece de doble sentido, es acción de dirección única,
hacia nosotros, en absoluto recíproca (véase la definición). La cooperación es,
por el contrario, siempre de doble dirección porque supone trabajo en común,
esfuerzo compartido en la consecución de objetivos comunes. Así, pues, yo
cooperador, formo parte de esa exigua minoría dispuesto a trabajar, en condiciones
de reciprocidad, cuanto sea necesario en aras del provecho común. ¿Se animan a
seguirme?
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