martes, 16 de diciembre de 2014

¿QUÉ HAY DE OKUN?



José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

¿Qué hay de Okun señor presidente? ¿Y qué hay de Say, Phillips, Laffer y demás? ¿Qué hay de la escuela monetarista y sus representantes? ¿Qué hay, en definitiva, de la ciencia económica más allá de Keynes?
Visto lo visto comprendo el supino desprecio que sienten los políticos por aquellos que saben; a los que tildan con desdén de tecnócratas. ¡Claro! Como que vienen y, con su saber, te aguan la fiesta de las promesas.
     -Eso no es posible –dice el tecnócrata-; ya se intentó y no condujo sino al fracaso.
     -¡Maldita sea! –exclama el político al tiempo que recompone su postura y, sotto voce, se cisca en la puñetera madre del impertinente  tecnócrata.
Escucho a políticos y tertulianos en los medios de comunicación y soy incapaz de vislumbrar un mínimo de sensatez en tanta y tanta verborrea.
Cuando se trata de temas que son del ámbito de la ciencia, desde luego los económicos lo son, es preciso, indispensable, hablar con conocimiento, con episteme. La doxa, la opinión ya no sirven. Desde la introducción del método experimental en medicina por Claude Bernard, la medicina dejo de ser opinable. También la economía.
En el terreno de la ciencia ya no vale hacer las cosas por decreto sino con arreglo a los hechos fehacientes y los hechos a los que nos referimos vienen expresados desde hace tiempo por leyes económicas que responden a la realidad y no pueden ser ignoradas o, peor aún, despreciadas.
Resulta incomprensible escuchar aquí y allá, siempre, constantemente, que la receta que nos hará salir de la cumbre es la de Keynes. Al parecer para la inmensa mayoría Keynes es un hito, antes de él la nada, tras él la economía. 
Sí, es cierto que dio la coartada a los gobiernos para que intervinieran de modo determinante  en los aspectos económicos de sus países. Consideró que la política monetaria y fiscal de los gobiernos no era trivial en absoluto y que obrando sobre los factores determinantes de la demanda agregada: consumo, inversión, gasto público y exportaciones, se podía incidir en los niveles de empleo y producción. Así,  si la demanda es insuficiente, el gobierno puede estimular el consumo reduciendo impuestos, menguar los tipos de interés con vistas a impulsar la inversión, aumentar el gasto público e incluso devaluar la moneda para incrementar las exportaciones. Gasto en definitiva. El gasto es la palabra clave: si el gasto es insuficiente habrá mengua de la producción y despidos, si el gasto supera al correspondiente a la producción habrá inflación.
Estabilizar el gasto se ha convertido en el motivo de la política económica de los gobiernos. Para ello, obran sobre factores de la demanda agregada en un intento de estabilizar el paro, y si se puede reducirlo, porque es ya un objetivo político prioritario.
El problema es que estas políticas dan por supuesto que lo producido es siempre apetecido por lo consumidores, que la oferta es ajena a los vaivenes económicos y no consideran que, como afirmaba Say, la oferta crea su propia demanda. Además, cualquier actuación sobre los cuatro elementos enunciados repercute en los demás siendo impredecible el resultado de las medidas adoptadas.
La economía será siempre un producto de la interactuación oferta/demanda y obrando exclusivamente sobre la demanda, lo que los gobiernos pueden hacer, se corre el riesgo cierto de disolver la economía y la división del trabajo.
¿Por qué es imposible comprender que el pleno empleo obedece al equilibrio, inestable siempre, entre la producción y el consumo y que es preferible esperar a que el mercado se regule de modo autónomo y mientras crear trabajo recurriendo a los ahorros conseguidos en las épocas de prosperidad económica? Por cierto, algo que proponía Keynes: ahorrar en los momentos de bonanza.
Pero no. Una y otra vez, erre que erre, la consigna es impulsar el gasto como sea aún a costa de una deuda en incremento continuo. En absoluto, favorecer la reestructuración empresarial y mientras combatir las repercusiones del momento en la microeconomía con acción social merced a los ahorros conseguidos. Algo imposible en un Estado que ha venido despilfarrando el dinero de modo escandaloso y que ha engordado hasta hacerse insostenible.
Por otra parte, resulta increíble que con crecimientos como los anunciados por el presidente pueda crearse empleo. Repito, imposible. Los estudios realizados por F. Becquer en España y publicados en la Revista del Instituto de Estudios Económicos (2011) muestran como solo crecimientos a partir del 2,8% crean empleo y a razón de un 1% por cada 2% de incremento del PIB (consideraciones aparte acerca de la pendiente de las rectas de regresión en los incrementos y decrementos del PIB). Mientras, se sigue destruyendo empleo. Sería, pues, de agradecer que no nos sigan tomando el pelo y recurran al lenguaje técnico. Resulta, también, increíble que con aumentos continuos de la cifra de parados, el PIB se venga manteniendo estable. Según Eurostat, en Grecia, entre los años 2007 y 2012, ambos inclusive, el paro aumento hasta el 24,3% con una caída del PIB del 20,1%. En ese mismo periodo, en España, ¡oh, maravilla!, el paro creció hasta el 25% y, sin embargo, el PIB solo menguó el 3,6%. O sea, el descenso de la población activa no afecta al PIB, salvo que seamos un país de destripaterrones. ¡Inaudito! Naturalmente, tal estabilidad del PIB conviene al gobierno que puede alardear de una deuda pública razonable y de una presión fiscal perfectamente aceptable con margen de maniobra incluso. De nuevo, una vez más, dejen hablar a los tecnócratas que nos podrán explicar, si pueden, por qué en España la ley de Okun no se cumple.
Pero es que además de ignorar a Say y a Okun, no comprenden la relación de  Phillips y creen que la sola inflación es buena para crear empleo. No saben que la subida de salarios ajustada a los precios acaba con ella. Una vez más la política, desoyendo a los técnicos, perturba a los fenómenos económicos y hace más difícil la recuperación.
¿Laffer? ¿Quién es Laffer dirán estos políticos ignorantes que pagan mil y un consejeros y solo oyen lo que les acomoda?
Laffer ha demostrado que a partir de cierto nivel de presión fiscal se recauda menos, pero no, aquí el político bobo piensa que cuanto más aumenta el impuesto más se recauda. Pues bien. Se ha constatado en España. La brutal presión fiscal del gobierno de Rajoy no ha conseguido aumentar los impuestos sino menguarla de modo continuo. Es verdad que esta ley ha sido discutida y su comprobación no ha sido posible en la practica en los E.E.U.U. aunque en países de alta presión fiscal, Suecia, “existen algunas pruebas de que puede haberse producido el fenómeno de la curva de Laffer”. ¿Pero en España se ha comprobado que no se cumple? No. ¿Acaso porque la tributación es baja?
Decir que la presión fiscal es España es baja es faltar a la verdad. Por dos razones: una, porque hay serias dudas, por lo expuesto, de que el PIB oficial sea el real y dos, porque el gravamen se hace sobre las personas y no, sobre el PIB. Por eso el verdadero indicador de la presión fiscal es el esfuerzo fiscal. Escamotearlo es otro hecho más de nuestros costosos políticos en parte por astucia, en parte por supino desconocimiento de la nomenclatura económica.
Cuando el esfuerzo fiscal, es decir el porcentaje de la renta per capita destinado a pagar a la Hacienda Pública, es  un 20% superior a la media Europea, entonces, tal vez la curva de Laffer funcione y sea una perentoria exigencia la bajada de impuestos.
Los políticos españoles se mueven,  como siempre en el mundo ideal, en el limbo, y son incapaces de tomar tierra. Al parecer eso es ser rastrero y denigrante. Ellos están para concebir, para idear. Rechazan las soluciones del que sabe porque los problemas reales les son ajenos. En un alarde de oportunismo interesado nos pintan un mundo, el suyo, que nada tiene que ver con el real, pero en el que ellos se mueven cómodamente. Un mundo hecho de retórica vana y de lugares comunes, de estereotipos y clichés caducos. Son viejos en su actitud paternalista y en su conducta dieciochesca. Miran al pasado decimonónico y nos mantienen en un permanente trance constitucionalista. Su perorata es evangélica y tiene un enorme tufo clerical. Tras la loa permanente a las bienaventuranzas desde el atril ornado con siglas de partido que más parece un púlpito, nos hablan del amor entre los hombres y de la necesidad imperiosa de la justicia social. No tienen programa, tienen los evangelios como referencia y al igual que los popes antaño estigmatizan al que no comulga con su catecismo, cualquiera de los manuales al uso acerca de la educación para la ciudadanía. Hizo daño la iglesia que nos tornó neuróticos, presas de una rígida corteza moral, pero no nos harán menos daño esta nuevas proclamas políticas que no llevan de cabeza al mundo feliz de Huxley. 


miércoles, 10 de diciembre de 2014

HARTAZGO



Jose Francisco Luz Gómez de Travecedo.

Es demasiado. La omnipresencia de la política y los políticos resulta ya insoportable. Están en todo y todo lo perturban. Llevados del paternalismo, convencidos de que resultan imprescindibles, terminan siendo una losa que impide cualquier iniciativa de la sociedad civil, de los ciudadanos.
Los padres que protegen en exceso a los hijos acaban por convertirlos en sujetos dependientes, incapaces de tomar decisiones por si mismos. Sustituyan a padres por políticos y a hijos por ciudadanos y comprenderán a donde conducen estas actitudes: a un tipo de ciudadano indolente y sin opinión  que todo lo espera del Estado porque así se ha querido.
Una suerte de ciudadano comodón, idóneo para el político, que a todo dice amén y al que es fácil convencer con cualquier milonga. La milonga, por caso, de que el reino de los cielos es terrenal y solo basta con realizar las debidas reformas, entiéndase reparto, para que de nuevo el mana, esta vez brotando de la tierra, llene nuestras bocas. ¡Qué va!
La verdad es que su cometido es limitado puesto que son meros mandatarios; es decir, encargados por el pueblo soberano de la consecución del interés general. Pero no. Ellos han mal interpretado las cosas y se tildan de señorías y pisan moqueta y usan coches oficiales en un estúpido, por vano y anacrónico,  remedo de las cortes antañonas. Mientras... Mientras el tercer estado de último nivel, les sans culottes, le sonríe bobalicón a la espera de algún doblón que ruede desde sus repletas faltriqueras.
Causa sonrojo ver como se adornan. Con que fatuidad se atribuyen cargos y más cargos de más que pomposa denominación. Los onerosos organigramas hoy del más modesto de los ayuntamientos mueven a risa cuando no, a indignación. ¡Rediós!
Cuánto gasto inútil, cuánta verborrea vacua, cuánta costosa ceremonia donde figuran solo a título de comparsas de una representación que hoy como ayer solo sirve para embaucar a un pueblo desbravado que, a pesar de los pesares, pesca siempre, erre que erre, en los mismos caladeros.
¿Creen que con semejante costra política y tal pueblo dócil que viene suspendiendo el juicio desde hace decenios, que se deja pastorear y llevar de aquí para allí, que permite ser sustituido por una casta política que le dice donde debe vivaquear y que artículo constitucional debe ser reformado, incluso que título de la Constitución debe ser alterado, en un indecente alarde de usurpación de la personalidad, se puede llegar muy lejos?
¿Creen razonable que se haga creer a los ciudadanos que son pueblo, nación (artículos 1 y 2 del Título Preliminar de la vigente Constitución española), para, acto seguido, disgregarlos, descoyuntarlos, reagruparlos, encasillarlos, enchiquerarlos, dislocarlos, en 17 estatutos autonómicos con capacidad legislativa que han terminado impidiendo que tal pueblo hable con una sola voz en la lengua de todos, la lengua del Estado?
¿Creen razonable que políticos del Estado estén, por razones que solo a las castas burguesas afectan, en la tarea de corromperlo, de ir a un Estado de ficción que permita el ser y no ser autonómico: ser Estado en casa y no serlo fuera; es decir, en casa hago cuanto me plazca y no pago factura alguna porque en el exterior sigo siendo integrante del Estado?
¿Creen que puede admitirse, salvo que se haya perdido el juicio, que la disgregación del Estado conviene a todos, como dicen; que ese Estado falsificado que es el Estado autonómico beneficia por igual al pueblo soberano? ¿Beneficia, por ejemplo, a todos aquellos ciudadanos que buscan un puesto en la función pública cuando los baremos excluyen de facto al extraño a la comunidad autónoma? Es público y notorio que el cuerpo de maestros nacionales ha pasado a la historia. Antes fue posible concurrir a la adjudicación de plazas en todo el territorio nacional, ahora solo a las autonómicas que, por ser escasas y sometidas a baremos que benefician al propio, hacen casi imposible el logro de una plaza para los ajenos. ¿Es esto beneficiar al pueblo o tomar el pelo? ¿Es beneficiar al pueblo la creación de las cortes autonómicas con un incremento colosal de los gastos públicos en detrimento de la acción social y otras? ¿Es de interés popular que según sea tu lugar de residencia recibas un trato sanitario u otro; o sea, la discriminación por sistema?
¿Tiene sentido, porque así lo quiere la gloria autonómica, que debamos costear hasta 57 universidades públicas que solo generan frustración?
¿No son capaces de entender sus señorías (!) que para que la administración sea eficiente e igual para todos basta con acercar la ventanilla al ciudadano, máxime cuando hoy la ventanilla es electrónica?
Cuando estamos en la ilusión colectiva por hacer Europa, por ampliar nuestro espacio vital, por tender las manos, por encima de los absurdos límites, por despojarnos de ya caducas condiciones políticas que antaño nos sirvieron, cuando en eso estamos: ¿qué es esta disgregadora pretensión que obra contra el pueblo sino odiosa marcha atrás?...
¿Llegan a entrever siquiera que el Estado de derecho exige la independencia real del poder judicial? ¿Consideran que el poder legislativo debe, asimismo, ser independiente del poder ejecutivo? ¿O, por el contrario, consideran que en el Estado español la separación de poderes es magnífica y asegura una perfecta salud política?
Acaso no estén para estas cosas, como diría Rajoy. Tampoco, quizá, para preguntarse como en una democracia representativa todos los escaños parlamentarios tienen una posadera asignada, aún aquellos que corresponden a esa proporción del electorado que no quiso votar por no sentirse representada. Tampoco, por lo que vemos, para considerar la legitimidad de una representación que, de hecho, no es sino una usurpación de soberanía que por definición es inalienable. Lo dice de manera rotunda Rousseau: “La soberanía no puede estar representada, por la misma razón que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad general no es representable: es ella misma, o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser, sus representantes: no son sino comisarios; no pueden acordar nada definitivamente .Toda ley no ratificada en persona por el pueblo es nula; no es una ley.”
No quieren entender, pues, que solo terminan representando a su partido y más exactamente a su secretario general, solo. No piensan en absoluto, ¡para qué?, en lo absurdo que resulta ser comisarios de una provincia y acatar la disciplina de partido, sea o no conforme a los intereses de sus clientes.
¿Qué patraña es esta que nosotros, la izquierda genuina, llevamos tal mal?
No han comprendido, ni lo aceptarían, que su papel es limitado, que se reduce a escuchar a S. M. el Pueblo Soberano que, a través de las organizaciones civiles, les hará llegar su encargo. Pero no. Adoptando una actitud en absoluto democrática son ellos los que, en un ejercicio de prepotencia sectaria, imponen su credo  a los ciudadanos y, por ejemplo, dicen, el título VIII de la Constitución es papel mojado (!).
Olvidan que solo los cambios constitucionales que prevengan de la revolución, enemiga siempre de las sociedades basadas en la soberanía popular, son admisibles tras constatar que el peligro existe de modo evidente y luego de consultar al soberano, al pueblo.
Son ellos los que, deseosos de hacer de su capa un sayo, en aras de su comodidad, imponen su ley a la ciudadanía olvidando que la ley que no obedece al interés general y respeta los derechos humanos es ley sectaria, imposición de un colectivo a la mayoría. Algo inadmisible.
Son ellos los que disponen del espacio y del dinero públicos, que no son de nadie en extravagante expresión de una ministra de cultura, Dña. Carmen, Calvo Poyato. 
Son ellos los que han sido debidamente descritos por Rousseau en el capítulo XV del Contrato Social: De los diputados o representantes.
Creen que son imprescindibles y orgullosos lucen su bienestar y vana verborrea. Pavos reales se ocultan tras su fatua perorata y son incapaces de decir algo medianamente interesante: su locución es aburrida y anacrónica, pero terminada esta tienen donde bien cenar y bien alojarse, transportados en flamantes y blindados autos oficiales (en el 2012, 22.500, además de los vehículos al servicio de las empresas de titularidad pública, que suponían un costo de alrededor de 1000 millones de €/año) y protegidos por lo que eufemísticamente denominan escoltas (Según noticia de mayo del 2014, unos 3000 procedentes de los Cuerpos de Seguridad del Estado y otros 1500 procedentes de compañías privadas. Costo: unos 1500 millones de €/año). ¡Qué desfachatez!
Claro que si consideramos que para ser político solo se precisa ser español y tener el certificados de estudios primarios...
Pero yo les digo: ¡a otro perro con esos huesos!


miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿QUIEN ES LA ÚLTIMA?



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

La vida, una previsión absolutamente incierta, ha hecho de mi un amo de casa. Esta condición, generalmente femenina, me ha hecho conocer como siente la que tradicionalmente se ocupó en España de la tareas de la casa, la mujer. Ahora sé de su gran esfuerzo, de su enorme capacidad de servicio, de su frustración y de sus prisas. Ahora sé de su gran mérito. Alardean algunos de su manejo de los tiempos, pero nadie para ello como las amas de casa que no se permiten ni un minuto de tiempo muerto.
Gran esfuerzo que no acaba en todo el día; no bien acabas una tarea cuando comienzas la siguiente en un largo rosario que dura toda la vida. Basta hacer las camas para terminar con la riñonada hecha ciscos y excuso decir como te sientes cuando doblado más que un cruasán intentas barrer las pelusas que, malditas, se acumulan debajo de ellas. Sin duda, las puñeteras tienen vida propia y se mofan de nosotros cuando intentamos una y otra vez llevarlas al recogedor. Como insectos vivarachos vuelan de un lado a otro poniendo a prueba nuestra paciencia. Menos mal que la técnica nos ha dotado del aspirador que esgrimimos ante ellas con sonrisa sádica: ¡ajá, os cacé malditas!,  gritamos momentos antes de enredarnos con el cable y casi tirar al suelo la bonita lámpara de IKEA, recién comprada. Tras esta cacería, ¿se imaginan cómo se endereza uno? Es verdad que siempre es posible mover la cama, a riesgo de romper algo, pero... ¿Y el centro, que hay con el jodido centro que siempre queda cubierto? Porque en nuestros reducidos dormitorios no hay manera de desplazar la cama por completo. La historia pues parece inevitable.  Por cierto, en los casos exitosos tengan cuidado con la lámpara, lo más probable es que se den con ella en la cocorota.
A continuación, el jodido polvo que es una constante en nuestras vidas. Tal parece que nos haya tomado afecto y no esté nunca dispuesto a abandonarnos. Tan solo amaga, pero siempre vuelve. Le das con la bayeta y de momento parece haberse ido, pero, ¡qué va!, te das la vuelta y ahí lo tienes de nuevo. ¡Qué amor, señor! Tan solo quiere más a la pantalla del televisor. Allí no se deposita, se adhiere con un empeño más que loable. Se parece a uno de esos papeles Cello que solo logras desprender pasándoselo a otro porque de uno es imposible: pasa de dedo a dedo y de mano a mano adherido a nosotros como nuestra sombra. Por cierto, una de las pocas cosas que tenemos en propiedad plena. Podría el fisco llevarse parte de ella, esa parte de la sombra que no nos gusta: la nariz prominente, la oronda barriga, las piernas torcidas... Porque queramos o no, la sombra es nuestra fotografía solar.
El polvo viene a confirmar que la vida es un valle de lágrimas para el ama de casa. El mundo podría haber sido concebido de tal modo que el polvo lejos de buscar acomodo en nuestros hogares buscara la calle con desespero, pero no, erre que erre, busca el calor del hogar y corre a acumularse allí donde un rayo de sol lo hace más patente, para nuestra desesperación y censura: ¡Huy!, nena, hoy no hemos pasado la bayeta...¡, nos dicen con retintín. ¡Maldita sea, ya te daría yo con la bayeta! A ti, al polvo y a las pelusas que, como no, ahí están acompañando al polvo en un matrimonio que solo rompe la pantalla del televisor. ¡Que pesadez!
¿Han pensado lo que supone quitar el polvo subidos a una escalera? Porque esto no solo es pesado es una temeridad y más a ciertas edades. Es corriente que en un intento por abarcar una mayor superficie nos estiremos más de los debido y la escalera, convertida en un potro salvaje, nos lleve de un lado a otro en un viaje hacia la estabilidad que no termina nunca y, a veces, muchas, da con nosotros en tierra con el magullamiento consiguiente o con algo peor.
Y, ¡bendito sea Dios!, si no rompemos algo, si “bayetazo” viene y “bayetazo” va, no nos cargamos el detallito de Murano o la torre Eiffel, baratos recuerdos de nuestros viajes, hasta entonces prácticamente ignorados. ¡Qué disgusto, señor! ¿Y ahora qué digo? Porque, naturalmente, eran muy estimados, ¡oh sorpresa!, y se nos espetará que andamos atolondrados y siempre con prisas. Lo de siempre.
Viene luego, el “friegue”. Otra tortura para la espalda que durante minutos interminables ha de soportarnos asomados a la pila. Platos y más platos y cubiertos y más cubiertos entre ollas y sartenes en un tótum revolútum embebido en agua grasienta que sube y sube porque el sumidero a medio obstruir por mil deshechos no da abasto. Total, a zambullir las manos con el riesgo cierto de que el agua nos entre en el guante protector que, como es natural, nos hemos de quitar para desalojar el agua. ¿Creen que es posible? ¡Maldita sea! Como si de una segunda piel se tratara se pega a la mano y es preciso tirar con fuerza con el riesgo de que salga despedido y nos salpique con agua sucia o se cargue algo. Les aseguro que es “diver” pero sin ninguna gracia. Máxime, si no caemos en la cuenta de que todo sólido sumergido en agua hace subir el nivel de esta con el riesgo cierto de desbordamiento y mojadura del mueble de cocina que teníamos limpio del día anterior. ¡Joder!
Pasar el mocho parece tarea menor pero no crean, no crean, que tiene guasa. Desde la caída al suelo del pajolero palo, que no hay manera de sujetar en parte alguna, con las naturales salpicaduras y el inevitable doblamiento del cuerpo para recogerlo, ¿y van...?, hasta el volcado del cubo con el vertido consiguiente del agua y tendremos suerte si, ensimismados en las tareas por realizar aún, no metemos directamente la pata en el cubo. Incidentes que, por supuesto, son infrecuentes, pero cuando acontecen ponen a prueba nuestra paciencia y aún la del santo Job.
Tendría ahora que hablar de sacar brillo a los metales, del lavado y planchado, del orden en la casa, de la costura, de...
Sumen a esto, el cuidado y atención de los menores, esas tiernas criaturas que son como heridas que uno se hace con la esperanza de una buena cicatrización que, en ocasiones, tal vez demasiadas, nunca llega. Esos hijos a los que las tablas de la ley ordenan respetar a los padres. ¿Por qué será? Tal vez porque la filiación, la consanguinidad, no asegura nada y es preciso recordarlo de continuo. No así a los padres, que llegan a avalar a los hijos prestatarios con sus escasas pertenencias a riesgo de quedarse en la calle. Como ha sucedido, sucede y sucederá.
No. No tengo buena opinión de los hijos pese a que los míos han resultado excelentes, pero creo que hoy, como nunca, se alzan acreedores ante los padres a los que exigen todo de modo coactivo: o das o atente a las consecuencias. En la realidad, son columpios que solo se mueven hacia uno en la medida en que les damos marcha. Es desistir y el columpio se para. Actitud absolutamente previsible en estos jóvenes especímenes de la familia homínidos y más concretamente del genero homo. Comportamiento de raíz atávica que les lleva a mirar hacia lo propio, hacia delante, olvidando que los padres quedaron atrás, que son agua pasada que no mueve ya molino. Esta bien. Así es la vida. Ellos tendrán de sus hijos lo que ahora dan. Mientras, tendremos que alimentarlos, así tengan la edad que tengan, porque la justicia así lo estima. Una justicia que huele en ocasiones demasiado a incienso y  que unce padres a hijos e hijos a padres en una maniobra absolutamente contraria al necesario arbitrio de todo ser humano en cuestiones de comportamiento ético. Con Kant, soy de la opinión de que el hombre es un fin en si mismo, en absoluto un medio. Esto se concreta en que nadie es muleta para nadie. Nadie, salvo que voluntariamente lo disponga así, esta obligado a sostener a nadie, la esclavitud fue abolida y no puede recrearse por motivo alguno siquiera sea por razones filantrópicas. La filantropía, como la caridad antaño, pertenecen al mundo de la ética y son, por tanto, cuestiones que a cada cual competen. Pretender lo contrario, levantarlas como banderas, imponerlas como normas de comportamiento obligado, recrear el catecismo, es llevarnos al mundo conventual del que nos liberamos y al que regresaremos al menor descuido por nuestra parte.
Pero, en fin, volvamos a nuestra condición de amas y amos de casa. Si algo llevo con enorme pesar es aguardar mi turno en la carnicería o en la pescadería, que tanto da. Resulta inaguantable y habitual esperar a que la señora que nos antecede, habitualmente se trata de una mujer, termine su compra. Tal parece que el establecimiento haya abierto para ella. Pasa olímpicamente de los demás y pide y pide hasta agotar nuestra paciencia. Diálogos como este, que me ponen a prueba, suelen ser habituales:
     –¿Quién es la última?
     –Yo.
      –Buenos días doña Rosario. ¿Qué desea hoy?
      ­–Buenos días Matilde. ¿Qué tal la niña?
      –Bien. Aún con décimas pero ya va al colegio. Le diré que se ha interesado por ella.
       –Pobreta. Ya sabes, estos críos lo pillan todo.
       –Ya lo puede decir, ya, doña Rosario. Que usted con cuatro...
El dialogo de salutación suele prolongarse algunos minutos con nuestra natural exasperación, porque tenemos prisa, la tarea aguarda.
Pero doña Rosario que no parece advertir nuestra mirada de reprobación, mía y del resto de la cola,  pasa a realizar el pedido:
     –¿Qué tal tienes hoy las chuletas guapa?
     –Magníficas, doña Rosario. ¿Cuánto le pongo?
     –Cuarta y mitad, pero no me las sajes muy gordas que la vez pasada hice corto?
Matilde se apresta al corte y previamente se coloca con parsimonia el guante metálico de protección y afila el cuchillo con la chaira en una ceremonia que no parece tener fin... Mira a un lado y otro con aire de distracción, como quien esta de paso, pero en absoluto hacia mi. Vería en mi cara signos inequívocos de irritación y en mi cuerpo un cierto balanceo expresivo de que me estoy cargando, pero ella a lo suyo.
     –Pero mujer –le increpa doña Rosario–, quítame la grasa, es todo grasa lo que me pones.
Matilde contrariada le responde que el trozo es perfecto y que no ha tenido quejas de anteriores clientes, pero que si lo desea le cortara las chuletas de otro.
    –Pues mejor hija, mejor –dice agarrando el bolso contra su pecho.
Mientras Matilde va a la cámara el tiempo pasa y la sangre comienza a hervir. Miro hacia otros cliente buscando apoyo, pero parecen pasar. Posiblemente, harán igual. Presto luego atención a doña Rosario que, dubitativa, pregunta:
    –¡Ay hija! Pues no se si pedirte unos huesos para el puchero porque lo tengo previsto para el fin de semana y los quiero frescos pero no sea que se te acaben.
La mujer se ensimisma unos segundos y prosigue:
    –Bueno. Ponme 2 y bien frescos que luego me enrancian el caldo.
Y ahora, y ahora y ahora... Una letanía de peticiones que no acaba nunca y que casi me llevan al homicidio. Me contengo a duras penas y... Lo que faltaba: Rosario animándola:
    –¿Quiere alguna cosa más?
    –¡Vaya hombre! Encima me la anima –grito colérico–. Por si no fuera bastante con haber hecho un pedido kilométrico, de esos que agotan las existencias, y eterno.   
Ambas me miran con cara de sorpresa y doña Rosario me espeta:
    –Pues si tenía prisa haberlo dicho hombre de Dios.
Me muerdo los labios para no decirle cuatro frescas y me voy; ya no sé ni lo que venía a comprar.
Aprovecho para sugerir a los vendedores que controlen este tipo de actitudes desgraciadamente habituales. Gentes que van a surtirse en cantidad y calidad, cueste lo que cueste, con independencia del daño que ocasionen a los que con prisas precisan el apaño diario. Gentes que miran para si y ponen a prueba nuestra paciencia. El derecho del turno es un derecho a comprar sí, pero de todos y a comprar al detalle, no al por mayor. ¿Recuerdan ustedes lo que sucedía con las cabinas telefónicas? Los había que olvidaban que su misión era permitir la comunicación imprescindible y, en absoluto, la distracción comunicativa. Resultaba exasperante tener que solicitar ayuda y aguardar a que otro terminara de despedirse de su Rosita que debía tener la cara como una carpa de circo a juzgar por los besos que le mandaba.
Al ama de casa con toda mi admiración y respeto.




martes, 18 de noviembre de 2014

IN DUBIO PRO REO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

Creo que estamos equivocados respecto de la presunción de inocencia, otro modo de decir in dubio pro reo.
Es esta una asunción válida en el ámbito de la justicia. También el onus probandi o carga de la prueba y el principio de legalidad. Son estos como axiomas o puntos de partida para la confección del teorema judicial. Siendo de asunción general aseguran la misma justicia para todos. Tan importante es esto para la justicia toda, de aquí y de allá, que la presunción de inocencia es un derecho humano más en la Declaración de Derechos Humanos de diciembre de 1948, pero, como digo, no nos equivoquemos y, astutamente, recurramos a este principio como excusa, en el plano político y otros, para soslayar cualquier conato de control de los individuos. Se diría que del in dubio pro reo se pretende deducir la natural bondad del ser humano o, dicho a la andaluza, el to er mundo e güeno. En absoluto. Fuera del ámbito judicial mejor marchan las cosas si aceptamos que mientras no se demuestre lo contrario todo ser humono bajo sospecha es culpable. No lo digo yo. Lo dice Hobbes para el que el hombre es lobo para el hombre y solo la guerra media entre los hombres. No aceptar esto es renegar de la condición animal del ser humono y andar sorprendido de tanta brutaliad en los humonos. No aceptar esto es hablar de los actos humonos, de la humanidad, como expresiones de la benevolencia humona, del buen salvaje de Rousseau.
Me pregunto que son para las personas que así piensan, las bellas almas de Nietzsche, individuos como Hitler, Moussolini, Stalin y otros. ¿Enfermos? ¿Degenerados?
En absoluto. Carabinas, como tu y como yo, que apuntaron y dispararon en la dirección equivocada.
Llegados  a este punto quiero hacer ver que tales fieras pudieron hacer su mortífera tarea gracias a la cadena del mal, en el concepto de Anna Arendt. Esta cadena jerárquica es imprescindible por dos razones:
Una. Porque pone distancia entre el inductor del crimen y la víctima e interpone esos eslabones que son los sicarios. El mecanismo de inhibición natural, la yugular presentada por la victima, es imposible pues y bel crimen se produce. Naturalmente, por lo expuesto, a medida que se avanza en la cadena los eslabones son más y más sádicos al ser menos sensibles a tal mecanismo de inhibición. No es lo mismo mandar sacar los ojos que sacarlos. Sin duda, los oficiales de las SS que daban el tiro de gracia en las fosas de ejecución eran mucho peores que sus mandos superiores. Posiblemente, auténticos psicópatas a sueldo.
Dos. Porque proporciona la coartada moral que se precisa para cometer tales actos de lesa humanidad. Adolf Eichmann no mataba, no asesinada, simplemente cumplía órdenes. La consideración ética del hecho era indiferente, el mal era algo sin importancia, banal.  Era un probo oficial al servicio de sus superiores. Como se consideraba Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, y tantos otros. Por cierto, magnífica labor del matrimonio Klarsfeld, los cazanazis, que gracias al escrache lograron sus magníficos resultados. Sin esta técnica, que originó protestas internacionales, asesinos como Kurt Lishka y otros no hubieran sido detenidos, juzgados y condenados.
Quiero, por último, hacer ver que el animal humono requiere estrictos controles y más si anda próximo a la caja de caudales y aún más si estos son públicos que es tanto como decir de nadie; en expresión, en absoluto afortunada, de aquella ministra socialista, tiene guasa, de nombre Carmen Calvo Poyato cuya aportación vino a completar la filosofía política de insignes pensadores como Hobbes, Locke y Montesquieu: el dinero público no es de nadie. ¡Joder, joder! Por algo fue ministra de cultura.