Jose Francisco Luz Gómez de Travecedo.
Es demasiado. La omnipresencia de la
política y los políticos resulta ya insoportable. Están en todo y todo lo
perturban. Llevados del paternalismo, convencidos de que resultan
imprescindibles, terminan siendo una losa que impide cualquier iniciativa de la
sociedad civil, de los ciudadanos.
Los padres que protegen en exceso a los
hijos acaban por convertirlos en sujetos dependientes, incapaces de tomar
decisiones por si mismos. Sustituyan a padres por políticos y a hijos por
ciudadanos y comprenderán a donde conducen estas actitudes: a un tipo de
ciudadano indolente y sin opinión que
todo lo espera del Estado porque así se ha querido.
Una suerte de ciudadano comodón, idóneo
para el político, que a todo dice amén y al que es fácil convencer con
cualquier milonga. La milonga, por caso, de que el reino de los cielos es
terrenal y solo basta con realizar las debidas reformas, entiéndase reparto,
para que de nuevo el mana, esta vez brotando de la tierra, llene nuestras
bocas. ¡Qué va!
La verdad es que su cometido es limitado
puesto que son meros mandatarios; es decir, encargados por el pueblo soberano
de la consecución del interés general. Pero no. Ellos han mal interpretado las
cosas y se tildan de señorías y pisan moqueta y usan coches oficiales en un
estúpido, por vano y anacrónico, remedo
de las cortes antañonas. Mientras... Mientras el tercer estado de último nivel,
les sans culottes, le sonríe
bobalicón a la espera de algún doblón que ruede desde sus repletas
faltriqueras.
Causa sonrojo ver como se adornan. Con que
fatuidad se atribuyen cargos y más cargos de más que pomposa denominación. Los onerosos
organigramas hoy del más modesto de los ayuntamientos mueven a risa cuando no,
a indignación. ¡Rediós!
Cuánto gasto inútil, cuánta verborrea
vacua, cuánta costosa ceremonia donde figuran solo a título de comparsas de una
representación que hoy como ayer solo sirve para embaucar a un pueblo
desbravado que, a pesar de los pesares, pesca siempre, erre que erre, en los
mismos caladeros.
¿Creen que con semejante costra política y
tal pueblo dócil que viene suspendiendo el juicio desde hace decenios, que se
deja pastorear y llevar de aquí para allí, que permite ser sustituido por una
casta política que le dice donde debe vivaquear y que artículo constitucional
debe ser reformado, incluso que título de la Constitución debe ser alterado, en
un indecente alarde de usurpación de la personalidad, se puede llegar muy
lejos?
¿Creen razonable que se haga creer a los
ciudadanos que son pueblo, nación (artículos 1 y 2 del Título Preliminar de la
vigente Constitución española), para, acto seguido, disgregarlos,
descoyuntarlos, reagruparlos, encasillarlos, enchiquerarlos, dislocarlos, en 17
estatutos autonómicos con capacidad legislativa que han terminado impidiendo
que tal pueblo hable con una sola voz en la lengua de todos, la lengua del
Estado?
¿Creen razonable que políticos del Estado
estén, por razones que solo a las castas burguesas afectan, en la tarea de corromperlo,
de ir a un Estado de ficción que permita el ser y no ser autonómico: ser Estado
en casa y no serlo fuera; es decir, en casa hago cuanto me plazca y no pago
factura alguna porque en el exterior sigo siendo integrante del Estado?
¿Creen que puede admitirse, salvo que se
haya perdido el juicio, que la disgregación del Estado conviene a todos, como
dicen; que ese Estado falsificado que es el Estado autonómico beneficia por
igual al pueblo soberano? ¿Beneficia, por ejemplo, a todos aquellos ciudadanos
que buscan un puesto en la función pública cuando los baremos excluyen de facto
al extraño a la comunidad autónoma? Es público y notorio que el cuerpo de
maestros nacionales ha pasado a la historia. Antes fue posible concurrir a la
adjudicación de plazas en todo el territorio nacional, ahora solo a las
autonómicas que, por ser escasas y sometidas a baremos que benefician al
propio, hacen casi imposible el logro de una plaza para los ajenos. ¿Es esto
beneficiar al pueblo o tomar el pelo? ¿Es beneficiar al pueblo la creación de
las cortes autonómicas con un incremento colosal de los gastos públicos en
detrimento de la acción social y otras? ¿Es de interés popular que según sea tu
lugar de residencia recibas un trato sanitario u otro; o sea, la discriminación
por sistema?
¿Tiene sentido, porque así lo quiere la
gloria autonómica, que debamos costear hasta 57 universidades públicas que solo
generan frustración?
¿No son capaces de entender sus señorías
(!) que para que la administración sea eficiente e igual para todos basta con
acercar la ventanilla al ciudadano, máxime cuando hoy la ventanilla es
electrónica?
Cuando estamos en la ilusión colectiva por
hacer Europa, por ampliar nuestro espacio vital, por tender las manos, por
encima de los absurdos límites, por despojarnos de ya caducas condiciones
políticas que antaño nos sirvieron, cuando en eso estamos: ¿qué es esta disgregadora pretensión que obra contra el pueblo sino odiosa marcha atrás?...
¿Llegan a entrever siquiera que el Estado
de derecho exige la independencia real del poder judicial? ¿Consideran que el
poder legislativo debe, asimismo, ser independiente del poder ejecutivo? ¿O,
por el contrario, consideran que en el Estado español la separación de poderes
es magnífica y asegura una perfecta salud política?
Acaso no estén para estas cosas, como
diría Rajoy. Tampoco, quizá, para preguntarse como en una democracia
representativa todos los escaños parlamentarios tienen una posadera asignada,
aún aquellos que corresponden a esa proporción del electorado que no quiso votar
por no sentirse representada. Tampoco, por lo que vemos, para considerar la
legitimidad de una representación que, de hecho, no es sino una usurpación de
soberanía que por definición es inalienable. Lo dice de manera rotunda Rousseau:
“La soberanía no puede estar representada, por la misma razón que no puede
ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad
general no es representable: es ella misma, o es otra; no hay término medio.
Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser, sus representantes: no
son sino comisarios; no pueden acordar nada definitivamente .Toda ley no
ratificada en persona por el pueblo es nula; no es una ley.”
No quieren
entender, pues, que solo terminan representando a su partido y más exactamente
a su secretario general, solo. No piensan en absoluto, ¡para qué?, en lo
absurdo que resulta ser comisarios de una provincia y acatar la disciplina de
partido, sea o no conforme a los intereses de sus clientes.
¿Qué patraña es esta que nosotros, la
izquierda genuina, llevamos tal mal?
No han comprendido, ni lo aceptarían, que
su papel es limitado, que se reduce a escuchar a S. M. el Pueblo Soberano que,
a través de las organizaciones civiles, les hará llegar su encargo. Pero no.
Adoptando una actitud en absoluto democrática son ellos los que, en un
ejercicio de prepotencia sectaria, imponen su credo a los ciudadanos y, por ejemplo, dicen, el
título VIII de la Constitución es papel mojado (!).
Olvidan que solo los cambios
constitucionales que prevengan de la revolución, enemiga siempre de las
sociedades basadas en la soberanía popular, son admisibles tras constatar que
el peligro existe de modo evidente y luego de consultar al soberano, al pueblo.
Son ellos los que, deseosos de hacer de su
capa un sayo, en aras de su comodidad, imponen su ley a la ciudadanía olvidando
que la ley que no obedece al interés general y respeta los derechos humanos es
ley sectaria, imposición de un colectivo a la mayoría. Algo inadmisible.
Son ellos los que disponen del espacio y
del dinero públicos, que no son de nadie en extravagante expresión de una
ministra de cultura, Dña. Carmen, Calvo Poyato.
Son ellos los que han sido debidamente
descritos por Rousseau en el capítulo XV del Contrato Social: De los diputados
o representantes.
Creen que son imprescindibles y orgullosos
lucen su bienestar y vana verborrea. Pavos reales se ocultan tras su fatua
perorata y son incapaces de decir algo medianamente interesante: su locución es
aburrida y anacrónica, pero terminada esta tienen donde bien cenar y bien
alojarse, transportados en flamantes y blindados autos oficiales (en el 2012,
22.500, además de los vehículos al servicio de las empresas de titularidad
pública, que suponían un costo de alrededor de 1000 millones de €/año) y
protegidos por lo que eufemísticamente denominan escoltas (Según noticia de
mayo del 2014, unos 3000 procedentes de los Cuerpos de Seguridad del Estado y
otros 1500 procedentes de compañías privadas. Costo: unos 1500 millones de
€/año). ¡Qué desfachatez!
Claro que si consideramos que para ser
político solo se precisa ser español y tener el certificados de estudios
primarios...
Pero yo les digo: ¡a otro perro con esos
huesos!
Lo digo con todo el rigor taxonómico: el hombre milita en la familia homínidos junto a chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. Es pues un astuto animal de armas tomar. Por eso lo denominamos también, ser humono. ¿Se explican ahora sus continuas fechorías? Es necesario atarlo corto, pero también al que ata corto. Desde luego, creo poco en los hombres y, también, que es la mujer incomparablemente superior al hombre. ¡Ojalá, tomen pronto el relevo!
ResponderEliminar