martes, 28 de enero de 2014

LIBERALISMO ECONÓMICO


José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Mi estimado español, señoría, permitidme que os continúe exponiendo, en este permanente cotejo entre vuestro país y el mío, las múltiples diferencias que observo. Tal parece que en el vuestro se propugna el liberalismo económico, al menos en el ámbito político. Liberalismo aceptado como un magnífico sistema para determinar el precio de los bienes de consumo mediante el tira y afloja que supone la ley de oferta y demanda. Mecanismo idóneo sobre el papel dado que no genera vencedores ni vencidos. Cada cuál obtiene parte de lo que quiere. Es la mano invisible de Smith que hace posible la distribución equitativa de los recursos. Pero no es así. Cuando se trata de bienes de consumo absolutamente imprescindibles la parte adquiriente se ve siempre sometida a extorsión. No es posible la libertad cuando se nos va la vida en la opción. Puedo poner ejemplos sencillos de ello: alimentación, energía y vivienda. ¿Quién deja de comprar pan porque sea caro o energía vital que proporciona calor, luz y fuerza? Quién en su sano juicio puede prescindir de la habitación?  En estos casos la mano invisible de Smith se mueve a favor de los ofertantes que imponen sus precios más allá de cualquier consideración racional, diríamos política.
Precisamente por ello, en mi país, ¡bendito país!, la acción de gobierno en su día logró constituir asociaciones de compradores y vendedores, demandantes y ofertantes, cuyo respectivos representantes acuerdan desde la libertad proporcionada por la fuerza de la unión, a un lado y otro de la mesa, el precio de los bienes de consumo inevitables.
Por el contrario, en vuestro país, mi estimado español, no solo no existe tal modo de resolver el problema sino que, además, para agravarlo, la parte ofertante, esta sí, se agrupa en corporaciones que, aún más poderosas, que sus integrantes, fijan el precio mínimo de tales bienes. La acción de gobierno es aquí, una vez más, absolutamente nula, ¡Dios que políticos sufrís! Siempre atentos  a sus ombligos, nunca mirando vuestro interés. Clase nefanda, torpe, que os ha llevado y os lleva a la ruina. Eso sí, mirando siempre por vuestro bien .
Puesto que hablamos de economía no quiero dejaros, señoría, sin antes deciros de la antigua letra de cambio. Ese documento mercantil tan utilizado en Luzlandia en momentos de reducción del crédito bancario. Yo os pregunto: ¿Por qué ha caído en desuso entre ustedes? ¿No resulta razonable que quien quiera venderos algo os fie? ¿Para qué la banca? ¿Quiere usted vender su coche? Pues fie al librado y hágale aceptar las pertinentes letras de cambio. ¿Quiere usted vender sus pisos? Pues fie al comprador y hágale firmar las correspondientes letras. Es fácil. Considere esto, señoría, y hágalo ver a sus compatriotas antes credirricos y  ahora credipobres.



1 comentario: