miércoles, 12 de febrero de 2014

SECESION



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Ayer la aristocracia y hoy la burguesía catalanas se muestran contrarias a la adopción de un plan de vida en común. No lo han querido nunca. De hecho, se ensalza la figura de Wifredo el Piloso, último conde nombrado por la monarquía franca, Carlos el Calvo, como el fundador de la casa condal de Barcelona. ¡Por fin eran ellos, sin injerencias de los de fuera! Se dio luego la feliz circunstancia de la muerte de Alfonso I el Batallador sin descendencia. Su hermano, el rey Ramiro II lo suple y gracias a su matrimonio con Inés de Poiteau asegura la sucesión dinástica en la persona de doña Petronila. Magnífica ocasión para Cataluña, también para Castilla cuya pretensión se desestimó,  que vio en la unión por matrimonio de ambas dinastías una formidable ocasión de prosperar: se bloqueaba a un temible competidor por la izquierda y se lograba un colaborador de peso.  El matrimonio entre Ramón Berenguer IV y Petronila, a la sazón muy niña, 14 años, se celebró en Lérida en 1150.   Con el hijo de ambos, Alfonso II, se inicia, en 1164, la Corona de Aragón y allí se acabó el reino que solo logró Teruel tras su conquista en 1171 por Alfonso II y el señorío de Azagra (Albarracín), en 1284. A cambio perdió, entre otras, las tierras conquistadas por Alfonso II: Ulldecona, Horta de san Juan, etc., que permitían la salida marítima de Aragon   que concluyó siendo un mediterráneo afectado por tanto y para siempre por la servidumbre de paso (que digan si no, países como Bolivia y el Paraguay también sin puerta al mar). El centro de gravedad de la Corona se desplaza a Cataluña como lo demuestra el recorte territorial y el hecho del nacimiento, residencia y enterramiento de sus monarcas que en su mayoría están enterrados en el monasterio de Poblet en Tarragona. Además, el Archivo. ¿Cabe imaginar que de predominar el reino sobre el condado estos hechos se hubieran producido? En absoluto. La realidad, chocante, es que, salvo por la ceremonia de coronación que se realizaba en Zaragoza, el reino rendía vasallaje al condado. Son cosas de la artería propia del ser humano, un simio de cuidado. Las cosas van bien y resulta cómodo tener la corte cerca, en casa. Recordemos que nada más firmadas las capitulaciones matrimoniales entre el rey Ramiro y el conde Ramón Berenguer IV, la criatura fue enviada al condado para su preparación, adoctrinamiento, como futura reina de la Corona de Aragón. Este estado de cosas, esta prevalencia del condado sobre la corona que aseguraba la estabilidad de la unión y era conditio sine qua non,  sin duda explica que a poco de morir Martín el Humano en 1410, en el interregno, la Generalitat decidiera, motu proprio, segregar de Aragón al valle de Arán e incorporarlo al principado de Cataluña. Ha sido siempre así: momentos de vacío de poder han sido juiciosamente aprovechados. Como cuando con ocasión de las guerras con Francia, al parecer hartos los campesinos por las tropelías de la tropas reales y no sentir, en absoluto la causa, se produce el alzamiento de estos que al grito de ¡Viva la fe de Cristo!, ¡Viva la tierra, muera el mal gobierno!, inician una  prolongada revuelta conocida como guerra de Cataluña, 1640 a 1652, que aprovecha Pau Clarís para declarar, la república catalana que sobrevivió… 7 días. De nuevo, uso provechoso de hechos lamentables, pero sin medir las consecuencias. Fracasada la república, en una huida con la cabeza vuelta hacia atrás, se entrega el condado al rey de Francia, Luis XIII, que pasa a ser conde Barcelona, luego lo sería, en 1943, el prepotente Luis XIV. ¡Quien lo diría!  El resultado, marginación de los dirigentes catalanes que son sustituidos por una legión de afrancesados obedientes al virrey francés de S.M.R. Luis I de Barcelona. Cataluña, por la miopía de sus dirigentes solo atentos a sus intereses, quedó convertida en una dependencia francesa, costeadora de un ejercito de ocupación debiendo, además, doblegarse a las pretensiones mercantiles de Francia con grave perjuicio para los mercaderes locales. El asunto termina con el asedio de Barcelona y la rendición de la plaza en 1652. Por fin, se firma en 1659 la Paz de los Pirineos perdiendo el principado de Cataluña el Rosselló y la Cerdanya cuya constitución catalana, los usatges, deroga, Luis XIV, otrora Luis II de Barcelona, que prohíbe también el uso del catalán en los actos públicos y oficiales. A esto lleva la obcecación pueril en conseguir de inmediato sin prever las consecuencias a corto y largo plazo.
La muerte del rey Carlos II, el Hechizado, sin descendencia ocasiona la guerra de sucesión entre las potencias partidarias del Archiduque Carlos de Austria y el eje hispanofrancés más Baviera y Saboya, que apoyaban al pretendiente de la Casa de Borbón, el futuro Felipe V de España. Temiendo lo peor el Principado se encastilla y de nuevo vemos a Barcelona sitiada entre el 25 julio de 1713 y el 11 de septiembre de 1714 en que la plaza se rindió a las fuerzas del cerco. La consecuencia para el Principado fue la abolición de las instituciones catalanas tras la promulgación de los Decretos de Nueva Planta en 1716. También del acabamiento del modelo monárquico español de tipo federal al desaparecer la Corona de Aragón. Visto lo sucedido, un nuevo fracaso con pésimas consecuencias fruto de la falta de ponderación a cuenta de una irresistible fobia a todo lo que no fuera catalán.
Corriendo el tiempo, una nueva ocasión se presentó: la instauración de la segunda república española. En la confusión inicial de la transición Macíà se adelanta y proclama el nacimiento de la República Catalana como Estado integrante de la Federación de Repúblicas Ibéricas. Es decir, la independencia. Duró tres días. De nuevo, la prisa, el ansía de poder. Las consecuencias, la recuperación del gobierno de la generalidad de Cataluña y el estatuto de Nuria. Algo es algo.  
Vino luego la guerra civil y tras ella la dictadura que favoreció el desarrollo de una España heterogénea: agrícola y turística en el Sur (pantanos) e industrial en el Norte (infraestructuras) con los consiguientes flujos de población. Llegados a este punto es casi imperioso decir que, además,  las grandes inversiones del Estado se centraron en Cataluña y País Vasco, pero como resulta imposible acordar con los que piensan que la gallina fue antes que los huevos, callaremos. Si se aceptará que, puesto que el trueque entre una regiones y otras no existía, la muy superior plusvalía de los productos manufacturados, fomentaba el enriquecimiento de unas zonas en detrimento de las otras. Digamos que se estableció una relación comercial de grande a chico o de metrópoli a colonia. Hecho posible gracias a la existencia de unas fronteras compartidas que impedían comprar fuera productos más competitivos. Se entendía, era lo propio de un Estado autárquico entonces y autonómico desde la Constitución de diciembre de 1978 que en Cataluña parece que gustó y con una participación del 67,91% del censo electoral fue aceptada por un 90,46% de los votos emitidos. Por cierto. En Euzcadi gusto muy poco. La participación fue del 44,66% y la aceptación supuso el 69,11% de los votos escrutados. Es decir, apenas un 20% del total del censo. ¡Y esto sin ikastolas! ¿Extraña, pues, que PP y PSOE retrocedan?
Volviendo a Cataluña. Esto es lo que hay. El problema radica en que los tiempos han cambiado. Hoy la soberanía ya no radica en una mayor o menor casta dirigente. El Estado romántico basado en las ideas de nación y patria, propias de un pensamiento mágico, ya no tiene, no debería al menos, tener vigencia. Su tiempo se acabó afortunadamente. La Declaración de Derechos Humanos de 1798 le dio el golpe de muerte. Desde entonces ya no cuenta el agregado, el colectivo, el hombre masa integrante de un todo moldeado por un grupo de iluminados, habitualmente charlatanes que hacen del patriotismo su recurso oratorio de cara a conseguir sus propósitos hegemónicos. Ya no sirve el clarín, la trompeta que a todos estremece y mueve en la misma dirección, hacia el enemigo, el otro, al que se debe excluir o eliminar. Ahora cuenta el ciudadano dotado de derechos y que exige un lebensraum, un espacio vital. En absoluto un corral, se llame como se llame. Es un ciudadano para un territorio amplio donde poder moverse a la búsqueda de su excelencia. Un ciudadano que quiere hablar por sí, contar su verdad, que esta harto de permitir que otros hablen por él. Que no se siente parte, engranaje, de ninguna maquinaria hecha para triturar la opinión del disidente. Ahora cuenta Europa y los europeos. Es tiempo de apertura y abatimiento progresivo de las fronteras, es tiempo de individuación.
Los estados históricos ya no sirven. Su misma creación supuso la eliminación histórica de sus elementos integrantes que quedaron subsumidos en la nueva identidad. ¿Dónde los antiguos condados catalanes que integrados bajo la égida del condado de Barcelona pasaron a constituir el Principado de Cataluña?
¿Es posible un Estado social independiente? ¿Es posible, sin menoscabo serio de las prestaciones públicas, un Estado  histórico europeo independiente? ¿Es posible un Estado catalán sin menoscabo de las prestaciones sociales cuando su deuda se incrementa de continuo y su deuda es rechazada por los mercados en razón del riesgo que supondría adquirirla? ¿Se declarará, como antaño, vasallo, esta vez de Bruselas en una cómico intento de lograr la plena soberanía para luego venderla? Son hechos y hay que mencionarlos. No quiero pensar lo que hoy sería una España sin Europa. El desastre. Por razones económicas y de concepto. De concepto, porque el Estado sirve al individuo y hay marcos de convivencia mucho mejores, el Estado plurinacional. Los ciudadanos no quieren realizarse como nacionales de esta o aquella realidad histórica, e histérica, sino como personas, como individuos llamados a seguir su senda, según sus criterios. Ya el banderín y los himnos no inflaman de pasión como antaño. Ahora es el turno de la igualdad de oportunidades y de la no exclusión del menor, de don nadie. Es el tiempo de la igualdad de todos ante la ley, de la ley como expresión del interés general. Se acabó la extorsión de los poderosos, de esos embaucadores que, como Hitler y Mussolini antaño, hablan a los pueblos, de las glorias pasadas que ellos y solo ellos sabrán revivir.
Esto es vivir en los tiempos actuales, este es el signo de los tiempos. Se acabaron las patrias y surgió el ciudadano.
Pero seamos pedestres, pisemos suelo. Aún aceptando que el pueblo catalán decida contra la Constitución española… ¿Qué porcentaje es el determinante: la mayoría simple de los votos emitidos o algo superior, cuánto? ¿La mayoría simple del censo electoral o algo superior, cuánto? Si ellos afirman que no parece democrático obligar a una unión no deseada a un 20% de los españoles: ¿obligarán a ser catalanes a cualquier porcentaje del censo que se manifieste en contra? ¿Es eso ser demócratas, o los invitarán a emigrar? ¿Parece democrático obligar a los araneses a ser catalanes contra su voluntad, o a aquel municipio o provincia que no se declare catalán y quiera ser español?  
Para evitar suspicacias pese a lo dicho, deseo aclarar que el que esto escribe, europeo, hace ya tiempo que viene declarándose luzlandés. Concuerdo con Cyrano de Bergerac en  que: “Un hombre honesto no es ni francés, ni alemán ni español, es ciudadano del mundo y su patria está en todas partes”. Hablo, pues, con propiedad; en absoluto con carnet de identidad española.
Para terminar. Estos hechos, esta marcha atrás, estos intentos de darle la vuelta a la clepsidra una y otra vez para que todo siga igual, no me extrañan. Al europeo le costo entrar en el Renacimiento, en la modernidad. También le costará entrar en Europa. Hoy, una avanzadilla, unos pocos, creemos en Ella, pero seremos más. No nos guía patria alguna, tan solo el ansia de nuevos espacios donde podamos oler el aire fresco de lo ajeno, de lo distinto, de lo otro. Creemos que el contacto y la convivencia por encimas de las lindes tradicionales nos enriquece y eleva. En esa esperanza…



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