José
Francisco Luz Gómez de Travecedo.
¿Qué
hay de Okun señor presidente? ¿Y qué hay de Say, Phillips, Laffer y demás? ¿Qué
hay de la escuela monetarista y sus representantes? ¿Qué hay, en definitiva, de
la ciencia económica más allá de Keynes?
Visto
lo visto comprendo el supino desprecio que sienten los políticos por aquellos
que saben; a los que tildan con desdén de tecnócratas. ¡Claro! Como que vienen
y, con su saber, te aguan la fiesta de las promesas.
-Eso no es posible –dice el tecnócrata-; ya
se intentó y no condujo sino al fracaso.
-¡Maldita sea! –exclama el político al
tiempo que recompone su postura y, sotto
voce, se cisca en la puñetera madre del impertinente tecnócrata.
Escucho
a políticos y tertulianos en los medios de comunicación y soy incapaz de
vislumbrar un mínimo de sensatez en tanta y tanta verborrea.
Cuando
se trata de temas que son del ámbito de la ciencia, desde luego los económicos
lo son, es preciso, indispensable, hablar con conocimiento, con episteme. La
doxa, la opinión ya no sirven. Desde la introducción del método experimental en
medicina por Claude Bernard, la medicina dejo de ser opinable. También la
economía.
En
el terreno de la ciencia ya no vale hacer las cosas por decreto sino con arreglo
a los hechos fehacientes y los hechos a los que nos referimos vienen expresados
desde hace tiempo por leyes económicas que responden a la realidad y no pueden
ser ignoradas o, peor aún, despreciadas.
Resulta
incomprensible escuchar aquí y allá, siempre, constantemente, que la receta que
nos hará salir de la cumbre es la de Keynes. Al parecer para la inmensa mayoría
Keynes es un hito, antes de él la nada, tras él la economía.
Sí,
es cierto que dio la coartada a los gobiernos para que intervinieran de modo
determinante en los aspectos económicos
de sus países. Consideró que la política monetaria y fiscal de los gobiernos no
era trivial en absoluto y que obrando sobre los factores determinantes de la
demanda agregada: consumo, inversión, gasto público y exportaciones, se podía
incidir en los niveles de empleo y producción. Así, si la demanda es insuficiente, el gobierno
puede estimular el consumo reduciendo impuestos, menguar los tipos de interés
con vistas a impulsar la inversión, aumentar el gasto público e incluso
devaluar la moneda para incrementar las exportaciones. Gasto en definitiva. El
gasto es la palabra clave: si el gasto es insuficiente habrá mengua de la
producción y despidos, si el gasto supera al correspondiente a la producción
habrá inflación.
Estabilizar
el gasto se ha convertido en el motivo de la política económica de los
gobiernos. Para ello, obran sobre factores de la demanda agregada en un intento
de estabilizar el paro, y si se puede reducirlo, porque es ya un objetivo
político prioritario.
El
problema es que estas políticas dan por supuesto que lo producido es siempre
apetecido por lo consumidores, que la oferta es ajena a los vaivenes económicos
y no consideran que, como afirmaba Say, la oferta crea su propia demanda.
Además, cualquier actuación sobre los cuatro elementos enunciados repercute en
los demás siendo impredecible el resultado de las medidas adoptadas.
La
economía será siempre un producto de la interactuación oferta/demanda y obrando
exclusivamente sobre la demanda, lo que los gobiernos pueden hacer, se corre el
riesgo cierto de disolver la economía y la división del trabajo.
¿Por
qué es imposible comprender que el pleno empleo obedece al equilibrio,
inestable siempre, entre la producción y el consumo y que es preferible esperar
a que el mercado se regule de modo autónomo y mientras crear trabajo
recurriendo a los ahorros conseguidos en las épocas de prosperidad económica?
Por cierto, algo que proponía Keynes: ahorrar en los momentos de bonanza.
Pero
no. Una y otra vez, erre que erre, la consigna es impulsar el gasto como sea
aún a costa de una deuda en incremento continuo. En absoluto, favorecer la
reestructuración empresarial y mientras combatir las repercusiones del momento
en la microeconomía con acción social merced a los ahorros conseguidos. Algo
imposible en un Estado que ha venido despilfarrando el dinero de modo
escandaloso y que ha engordado hasta hacerse insostenible.
Por
otra parte, resulta increíble que con crecimientos como los anunciados por el presidente pueda
crearse empleo. Repito, imposible. Los estudios realizados por F. Becquer en
España y publicados en la Revista del Instituto de Estudios Económicos (2011)
muestran como solo crecimientos a partir del 2,8% crean empleo y a razón de un
1% por cada 2% de incremento del PIB (consideraciones aparte acerca de la
pendiente de las rectas de regresión en los incrementos y decrementos del PIB).
Mientras, se sigue destruyendo empleo. Sería, pues, de agradecer que no nos
sigan tomando el pelo y recurran al lenguaje técnico. Resulta, también,
increíble que con aumentos continuos de la cifra de parados, el PIB se venga
manteniendo estable. Según Eurostat, en Grecia, entre los años 2007 y 2012,
ambos inclusive, el paro aumento hasta el 24,3% con una caída del PIB del
20,1%. En ese mismo periodo, en España, ¡oh, maravilla!, el paro creció hasta
el 25% y, sin embargo, el PIB solo menguó el 3,6%. O sea, el descenso de la
población activa no afecta al PIB, salvo que seamos un país de destripaterrones. ¡Inaudito! Naturalmente, tal estabilidad del
PIB conviene al gobierno que puede alardear de una deuda pública razonable y de
una presión fiscal perfectamente aceptable con margen de maniobra incluso. De
nuevo, una vez más, dejen hablar a los tecnócratas que nos podrán explicar, si
pueden, por qué en España la ley de Okun no se cumple.
Pero
es que además de ignorar a Say y a Okun, no comprenden la relación de Phillips y creen que la sola inflación es
buena para crear empleo. No saben que la subida de salarios ajustada a los
precios acaba con ella. Una vez más la política, desoyendo a los técnicos,
perturba a los fenómenos económicos y hace más difícil la recuperación.
¿Laffer?
¿Quién es Laffer dirán estos políticos ignorantes que pagan mil y un consejeros
y solo oyen lo que les acomoda?
Laffer
ha demostrado que a partir de cierto nivel de presión fiscal se recauda menos,
pero no, aquí el político bobo piensa que cuanto más aumenta el impuesto más se
recauda. Pues bien. Se ha constatado en España. La brutal presión fiscal del
gobierno de Rajoy no ha conseguido aumentar los impuestos sino menguarla de
modo continuo. Es verdad que esta ley ha sido discutida y su comprobación no ha
sido posible en la practica en los E.E.U.U. aunque en países de alta presión
fiscal, Suecia, “existen algunas pruebas de que puede haberse producido el
fenómeno de la curva de Laffer”. ¿Pero en España se ha comprobado que no se
cumple? No. ¿Acaso porque la tributación es baja?
Decir
que la presión fiscal es España es baja es faltar a la verdad. Por dos razones:
una, porque hay serias dudas, por lo expuesto, de que el PIB oficial sea el
real y dos, porque el gravamen se hace sobre las personas y no, sobre el PIB.
Por eso el verdadero indicador de la presión fiscal es el esfuerzo fiscal.
Escamotearlo es otro hecho más de nuestros costosos políticos en parte por
astucia, en parte por supino desconocimiento de la nomenclatura económica.
Cuando
el esfuerzo fiscal, es decir el porcentaje de la renta per capita destinado a pagar a la Hacienda Pública, es un 20% superior a la media Europea, entonces,
tal vez la curva de Laffer funcione y sea una perentoria exigencia la bajada de
impuestos.
Los
políticos españoles se mueven, como
siempre en el mundo ideal, en el limbo, y son incapaces de tomar tierra. Al
parecer eso es ser rastrero y denigrante. Ellos están para concebir, para
idear. Rechazan las soluciones del que sabe porque los problemas reales les son
ajenos. En un alarde de oportunismo interesado nos pintan un mundo, el suyo,
que nada tiene que ver con el real, pero en el que ellos se mueven cómodamente.
Un mundo hecho de retórica vana y de lugares comunes, de estereotipos y clichés
caducos. Son viejos en su actitud paternalista y en su conducta dieciochesca.
Miran al pasado decimonónico y nos mantienen en un permanente trance
constitucionalista. Su perorata es evangélica y tiene un enorme tufo clerical.
Tras la loa permanente a las bienaventuranzas desde el atril ornado con siglas
de partido que más parece un púlpito, nos hablan del amor entre los hombres y
de la necesidad imperiosa de la justicia social. No tienen programa, tienen los
evangelios como referencia y al igual que los popes antaño estigmatizan al que
no comulga con su catecismo, cualquiera de los manuales al uso acerca de la
educación para la ciudadanía. Hizo daño la iglesia que nos tornó neuróticos,
presas de una rígida corteza moral, pero no nos harán menos daño esta nuevas
proclamas políticas que no llevan de cabeza al mundo feliz de Huxley.