martes, 16 de diciembre de 2014

¿QUÉ HAY DE OKUN?



José Francisco Luz Gómez de Travecedo.

¿Qué hay de Okun señor presidente? ¿Y qué hay de Say, Phillips, Laffer y demás? ¿Qué hay de la escuela monetarista y sus representantes? ¿Qué hay, en definitiva, de la ciencia económica más allá de Keynes?
Visto lo visto comprendo el supino desprecio que sienten los políticos por aquellos que saben; a los que tildan con desdén de tecnócratas. ¡Claro! Como que vienen y, con su saber, te aguan la fiesta de las promesas.
     -Eso no es posible –dice el tecnócrata-; ya se intentó y no condujo sino al fracaso.
     -¡Maldita sea! –exclama el político al tiempo que recompone su postura y, sotto voce, se cisca en la puñetera madre del impertinente  tecnócrata.
Escucho a políticos y tertulianos en los medios de comunicación y soy incapaz de vislumbrar un mínimo de sensatez en tanta y tanta verborrea.
Cuando se trata de temas que son del ámbito de la ciencia, desde luego los económicos lo son, es preciso, indispensable, hablar con conocimiento, con episteme. La doxa, la opinión ya no sirven. Desde la introducción del método experimental en medicina por Claude Bernard, la medicina dejo de ser opinable. También la economía.
En el terreno de la ciencia ya no vale hacer las cosas por decreto sino con arreglo a los hechos fehacientes y los hechos a los que nos referimos vienen expresados desde hace tiempo por leyes económicas que responden a la realidad y no pueden ser ignoradas o, peor aún, despreciadas.
Resulta incomprensible escuchar aquí y allá, siempre, constantemente, que la receta que nos hará salir de la cumbre es la de Keynes. Al parecer para la inmensa mayoría Keynes es un hito, antes de él la nada, tras él la economía. 
Sí, es cierto que dio la coartada a los gobiernos para que intervinieran de modo determinante  en los aspectos económicos de sus países. Consideró que la política monetaria y fiscal de los gobiernos no era trivial en absoluto y que obrando sobre los factores determinantes de la demanda agregada: consumo, inversión, gasto público y exportaciones, se podía incidir en los niveles de empleo y producción. Así,  si la demanda es insuficiente, el gobierno puede estimular el consumo reduciendo impuestos, menguar los tipos de interés con vistas a impulsar la inversión, aumentar el gasto público e incluso devaluar la moneda para incrementar las exportaciones. Gasto en definitiva. El gasto es la palabra clave: si el gasto es insuficiente habrá mengua de la producción y despidos, si el gasto supera al correspondiente a la producción habrá inflación.
Estabilizar el gasto se ha convertido en el motivo de la política económica de los gobiernos. Para ello, obran sobre factores de la demanda agregada en un intento de estabilizar el paro, y si se puede reducirlo, porque es ya un objetivo político prioritario.
El problema es que estas políticas dan por supuesto que lo producido es siempre apetecido por lo consumidores, que la oferta es ajena a los vaivenes económicos y no consideran que, como afirmaba Say, la oferta crea su propia demanda. Además, cualquier actuación sobre los cuatro elementos enunciados repercute en los demás siendo impredecible el resultado de las medidas adoptadas.
La economía será siempre un producto de la interactuación oferta/demanda y obrando exclusivamente sobre la demanda, lo que los gobiernos pueden hacer, se corre el riesgo cierto de disolver la economía y la división del trabajo.
¿Por qué es imposible comprender que el pleno empleo obedece al equilibrio, inestable siempre, entre la producción y el consumo y que es preferible esperar a que el mercado se regule de modo autónomo y mientras crear trabajo recurriendo a los ahorros conseguidos en las épocas de prosperidad económica? Por cierto, algo que proponía Keynes: ahorrar en los momentos de bonanza.
Pero no. Una y otra vez, erre que erre, la consigna es impulsar el gasto como sea aún a costa de una deuda en incremento continuo. En absoluto, favorecer la reestructuración empresarial y mientras combatir las repercusiones del momento en la microeconomía con acción social merced a los ahorros conseguidos. Algo imposible en un Estado que ha venido despilfarrando el dinero de modo escandaloso y que ha engordado hasta hacerse insostenible.
Por otra parte, resulta increíble que con crecimientos como los anunciados por el presidente pueda crearse empleo. Repito, imposible. Los estudios realizados por F. Becquer en España y publicados en la Revista del Instituto de Estudios Económicos (2011) muestran como solo crecimientos a partir del 2,8% crean empleo y a razón de un 1% por cada 2% de incremento del PIB (consideraciones aparte acerca de la pendiente de las rectas de regresión en los incrementos y decrementos del PIB). Mientras, se sigue destruyendo empleo. Sería, pues, de agradecer que no nos sigan tomando el pelo y recurran al lenguaje técnico. Resulta, también, increíble que con aumentos continuos de la cifra de parados, el PIB se venga manteniendo estable. Según Eurostat, en Grecia, entre los años 2007 y 2012, ambos inclusive, el paro aumento hasta el 24,3% con una caída del PIB del 20,1%. En ese mismo periodo, en España, ¡oh, maravilla!, el paro creció hasta el 25% y, sin embargo, el PIB solo menguó el 3,6%. O sea, el descenso de la población activa no afecta al PIB, salvo que seamos un país de destripaterrones. ¡Inaudito! Naturalmente, tal estabilidad del PIB conviene al gobierno que puede alardear de una deuda pública razonable y de una presión fiscal perfectamente aceptable con margen de maniobra incluso. De nuevo, una vez más, dejen hablar a los tecnócratas que nos podrán explicar, si pueden, por qué en España la ley de Okun no se cumple.
Pero es que además de ignorar a Say y a Okun, no comprenden la relación de  Phillips y creen que la sola inflación es buena para crear empleo. No saben que la subida de salarios ajustada a los precios acaba con ella. Una vez más la política, desoyendo a los técnicos, perturba a los fenómenos económicos y hace más difícil la recuperación.
¿Laffer? ¿Quién es Laffer dirán estos políticos ignorantes que pagan mil y un consejeros y solo oyen lo que les acomoda?
Laffer ha demostrado que a partir de cierto nivel de presión fiscal se recauda menos, pero no, aquí el político bobo piensa que cuanto más aumenta el impuesto más se recauda. Pues bien. Se ha constatado en España. La brutal presión fiscal del gobierno de Rajoy no ha conseguido aumentar los impuestos sino menguarla de modo continuo. Es verdad que esta ley ha sido discutida y su comprobación no ha sido posible en la practica en los E.E.U.U. aunque en países de alta presión fiscal, Suecia, “existen algunas pruebas de que puede haberse producido el fenómeno de la curva de Laffer”. ¿Pero en España se ha comprobado que no se cumple? No. ¿Acaso porque la tributación es baja?
Decir que la presión fiscal es España es baja es faltar a la verdad. Por dos razones: una, porque hay serias dudas, por lo expuesto, de que el PIB oficial sea el real y dos, porque el gravamen se hace sobre las personas y no, sobre el PIB. Por eso el verdadero indicador de la presión fiscal es el esfuerzo fiscal. Escamotearlo es otro hecho más de nuestros costosos políticos en parte por astucia, en parte por supino desconocimiento de la nomenclatura económica.
Cuando el esfuerzo fiscal, es decir el porcentaje de la renta per capita destinado a pagar a la Hacienda Pública, es  un 20% superior a la media Europea, entonces, tal vez la curva de Laffer funcione y sea una perentoria exigencia la bajada de impuestos.
Los políticos españoles se mueven,  como siempre en el mundo ideal, en el limbo, y son incapaces de tomar tierra. Al parecer eso es ser rastrero y denigrante. Ellos están para concebir, para idear. Rechazan las soluciones del que sabe porque los problemas reales les son ajenos. En un alarde de oportunismo interesado nos pintan un mundo, el suyo, que nada tiene que ver con el real, pero en el que ellos se mueven cómodamente. Un mundo hecho de retórica vana y de lugares comunes, de estereotipos y clichés caducos. Son viejos en su actitud paternalista y en su conducta dieciochesca. Miran al pasado decimonónico y nos mantienen en un permanente trance constitucionalista. Su perorata es evangélica y tiene un enorme tufo clerical. Tras la loa permanente a las bienaventuranzas desde el atril ornado con siglas de partido que más parece un púlpito, nos hablan del amor entre los hombres y de la necesidad imperiosa de la justicia social. No tienen programa, tienen los evangelios como referencia y al igual que los popes antaño estigmatizan al que no comulga con su catecismo, cualquiera de los manuales al uso acerca de la educación para la ciudadanía. Hizo daño la iglesia que nos tornó neuróticos, presas de una rígida corteza moral, pero no nos harán menos daño esta nuevas proclamas políticas que no llevan de cabeza al mundo feliz de Huxley. 


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