viernes, 14 de marzo de 2014

HYBRIS



José Francisco Luz Gómez de Travecedo

Lo fueron antes Hitler y Mussolini y Franco y Tito y Stalin. Lo fueron antes Idi Amin Dada, Jean Bedel Bokkasa, Margistu Haile Mariam, Pol Pot. Entre otros. Luego, Muamar el Gadadi y Hosni Mubarach. Ahora, Bashar al-Asad y, últimamente, Victor Yanukovich. Todos varones, todos. Lo que sigue a continuación le atañe, pues, al macho humano.
Me pregunto: ¿qué explica en ellos una conducta tan despiadada y cruel, tanta soberbia y desmesura, tanta prepotencia?
No es de ahora. Lo ha sido siempre. El poderoso termina imponiendo su ley, siempre, antes o después.
Sin duda, hay que bucear en la condición animal del hombre, en la entraña, en su biología, para comprender el fenómeno. Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (lobo es el hombre para el hombre y no hombre cuando desconoce quien es el otro) dijo Plauto y justificó el represor Estado de Hobbes. También: Bellum omniun contra omnes (guerra entre todos contra todos).
Esta conducta se ve favorecida por aquellas circunstancias que propician o permiten la impunidad y es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del prepotente. Por  esto es comportamiento propio del gobernante que en su demoledora vanidad se creyó incluso capaz de desafiar a los mismos dioses, pero estos se vengaban. El hombre que se desmanda y, por poderoso, atropella e invade el espacio vital ajeno, que obra con desmesura terminaba mal. Se consideraba que los dioses lo habían castigado. Ya en la Grecia clásica se decía que: “Aquel a quien los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco”. Era la hybris, la desmesura, la extralimitación. Por eso la democracia ateniense conocedora del animal humano coartaba la voluntad del gobernante: “… dividiendo los poderes, limitando a un año el periodo de sus gobernantes, prohibiendo toda reelección y escogiéndolos por sorteo para evitar la demagogia de los oradores y el soborno de los ricos”.
Esta pulsión del animal humano, esta propensión a avasallar, es pública y notoria: la historia humana es básicamente la crónica de una guerra que niega cualquier fundamento a la socorrida expresión: trato humano; como si humanidad fuera sinónimo de filantropía, de altruismo. Mas bien, lo contrario. Salvo que, naturalmente, neguemos la condición de humanos, la humanidad, a los susodichos gobernantes.
Dos mil años de Cristianismo nos han hecho olvidar nuestro entronque natural, nuestra plausible, razonable, genealogía. Seguimos pensando que somos de estirpe divina y mirándonos el ombligo, pero no es así salvo que hagamos a Dios un ser a imagen y semejanza del hombre.
Con independencia de las consideraciones genéticas que incluyen discrepancias acerca del porcentaje de ADN compartido con los chimpancés (presumido en un 97% tras técnicas de hibridación del ADN humano con el del chimpancé y hoy en día cifrado en un 98,4% tras haberse completado la secuenciación del ADN de los grandes simios) nada impide considerar al hombre un animal y ubicarlo según reglas taxonómicas. Pudo así Linneo nombrarlo científicamente homo sapiens y situarlo en la familia hominidae junto a los grandes simios. El criterio utilizado para esta clasificación fue el formal, la similitud estructural, pero es evidente que además de la forma entre las especies próximas existen parecidos comportamientos y que la conducta humana no se va mucho de la de sus parientes los grandes simios; sobre todo, en lo referente a la agresividad, de la de los chimpancés y, expresamente, excluyo al bonobo cuya sociedad matriarcal y modo de resolver los conflictos nos son, por desgracia, ajenos. A este respecto, son esclarecedores los estudios acerca de los chimpancés del biólogo Frans de Waal, en el zoológico de Arnhem. Sus conclusiones están recogidas en su famoso libro La Política de los Chimpancés. Él dice: “Cómo nosotros los monos luchan por el poder, disfrutan del sexo, quieren seguridad y afecto, matan por el territorio y valoran la confianza y la cooperación”.
Esta primitiva valoración de las conductas es un embrión de la conducta moral que ya en el hombre se convierte en un motivo de continua reflexión. Es pues el hombre un primate dotado por heredad de un mínimo moral que hace posible su condición de simio social.
Sí, pero de una sociedad arcaica y jerarquizada donde el macho alfa, macho preponderante, impone su rango con ferocidad mortal (en el citado libro se relata la muerte de un rival tras ser atacado y emasculado por otros machos, el alfa entre ellos) y astucia. Para esto da nuestra heredad, nuestra conducta básica: para mantenernos agrupados y jerarquizados defendiendo a dentelladas privilegio y territorio contra propios y extraños. Sociedad machista además.
¿Es extraño pues que la historia de la humanidad sea la que es: una permanente lucha a muerte por la hegemonía con espacios de paz, mas bien treguas, aprovechados para el rearme con ingenios aún más mortíferos si cabe?
Luchas entre tribus pero también luchas intestinas por el poder: guerras civiles y revoluciones que tanta sangre y destrucción provocaron siempre para nada que no hubiera podido lograrse de otro modo.
Así las cosas, con este mínimo moral que solo el pensamiento reflexivo puede mejorar, ese que tanto escasea por doquier: ¿es posible pensar en otro escenario que no sea el bélico?
Los susodichos políticos se comportaron de una manera absolutamente natural; fueron humanos primitivos esclavos de su pulsión ancestral : la posición alfa en el grupo y la defensa del territorio y su ampliación a cualquier precio. No pararon mientes en destruir cuanto se opuso a su ansia de dominio. Servidos por una tremenda máquina de matar fueron incontenibles y temibles tanto para los propios como para los extraños. Nada pudo oponerse a sus técnicas terroríficas Aislados de las víctimas por la cadena del mal, es decir, el ejercito de adoctrinados subordinados atentos solo  cumplir las órdenes de sus superiores, aquejados de lo que Hannah Arendt denominó la banalidad del mal, cualquier gesto inhibidor de la agresividad fue completamente neutralizado. Desde la altura del poder, aislados de sus víctimas, no podían ver su mirada de terror ni la mano tendida que solicita clemencia ni la sangre derramada ni los destripamientos que ocasionaba la metralla de sus proyectiles ni percibir el hedor de la muerte.
Es cierto, afortunadamente, que el hombre puede plantearse la moralidad de su conducta: si es provechosa o no, para él y los demás, y concluir con Confucio, ya en el 460 a. de C., que no debe hacerse a los demás lo que uno no desee para sí  y llegar al convencimiento, con Albert Camus, de que no es el fin el que justifica los medios sino estos el fin, pero también acordar con Maquiavelo, para el que la política nada tenía que ver con la moral, la ética o la religión. Quiero hacer ver aquí que existe una herencia ligada al pensamiento y a sus conclusiones. Que pensar éticamente y ordenar la conducta personal con arreglo a la reflexión es algo que también se transmite a la descendencia por mor del ejemplo y la palabra. Que es algo que se hereda. La filantropía, el pensar en los demás como personas, se hallen a la distancia que se hallen, esto es, sean más o menos próximos, más o menos prójimos, es una conquista que supone un salto cualitativo y, por tanto, un avance adaptativo en el camino para llegar a una sociedad equilibrada y feliz. El problema radica en que tales cambios se dan en un contado numero de personas que aún tienen escasa capacidad de influir. Mientras, es el hombre agresivo en busca de poder, adaptado perfectamente a una sociedad en la que subyace la violencia de todo tipo, el que medra. Es la sociedad fuertemente jerarquizada que permite todo tipo de fechorías posibles por lo comentado: la cadena del mal y la ausencia de reflexión ética que justifica la banalidad del mal. Esto es, la total falta de interés por las consecuencias últimas de las decisiones adoptadas siempre en provecho del magnate. La sociedad que quería y justificaba Maquiavelo. La que aún prospera.
Se explica así el comportamiento de los responsables de los ayuntamientos de Burgos y Alcázar de San Juan cuyas conductas nos sumen en la perplejidad cuando no, en la indignación más absoluta. Su contumacia, su tenacidad en mantenerse en los proyectos pese a la voluntad popular solo puede entenderse desde el concepto expuesto: la hybris. Naturalmente, cabe otras presuntas razones siempre a incluir en la consideración juiciosa de los actos del animal humano. Y más si se trata de un varón.
Hace tiempo que vengo sosteniendo que, dada la conducta agresiva del macho de la especie humana, tendente siempre a propasarse, a la desmesura, hasta tanto se operen (desde luego, por vía natural adaptativa) cambios genéticos provechosos para la convivencia feliz, debe ser la mujer, que esta dotada mejor que el hombre para el cuidado de la colectividad y sus relaciones con las demás, la que tome el mando. El varón tuvo su oportunidad y generó, y genera, innumerables conflictos que han traído muerte y devastación sin fin. Hoy, al menos en el mundo occidental, su conducta es menos cruenta porque ha encontrado nuevos modos de dominación: más sofisticados, más técnicos, menos primitivos: ayer se robaba la bolsa de modo manual y con intimidación, hoy con procedimientos de ingeniería financiera de los que es un ejemplo clásico el timo Ponzi (otro varón), el timo de la pirámide, pero en el fondo subyace siempre la apetencia del macho por lo ajeno ya sean personas o cosas. Llegados a este punto se me podrá objetar que ya hay mujeres en cualquier ámbito del quehacer humano, pero … ¿qué mujeres? En un mundo de hombres, de patriarcas, son estos los que eligen a sus mujeres y bien se cuidan de que estas sean afines; es decir, machistas. Es cosa digna de ver como las hijas de madres que, hartas de aguantar una situación matrimonial frustrante, dan el portazo y se largan, cargan sobre ellas reprochándoles su actitud que en nada tiene que ver con la abnegación y sumisión que se consideran propias de las buenas madres. ¿Cómo hemos de calificar esta actitud…? 
Son innumerables los casos de mujeres heroicas que pasaron por la vida para construir y, desde luego, escaso el de mujeres violentas y, aún en estos casos, habría que conocer los hechos de primera mano antes de juzgarlas, pero la actitud de la mujer en general ha sido encomiable. No podemos olvidar a esa gran mujer que fue Mary Wollstonecraft, impulsora del movimiento feminista, que ya en 1792 publicó su obra Vindicación de los Derechos de la Mujer y solicitó al Estado cambios en el modelo educativo que posibilitaran una enseñanza primaria gratuita y universal. Murió de fiebre puerperal, ese cuadro clínico de cuyos orígenes y prevención habló Semmelweis, la voz que nadie oyó. Tampoco olvidaremos a las porfiadas sufragistas americanas e inglesas, estas comandadas por Emmeline Pankhurst, y, en nuestro país a Clara Campoamor, que no cejaron hasta lograr el voto para la mujer. Para terminar, por ahora, quiero exponer la opinión que la mujer merecía, en 1931, a un distinguido catedrático de Patología de la Universidad de Madrid, Roberto Novoa Santos:
“Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos título y los mismos derechos políticos que al hombre? ¿Son organismos igualmente capacitados? (…) La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es todo sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación. (…) Es posible o seguro que hoy la mujer española, lo mismo la mujer campesina que la mujer urbana, está bajo la presión de las instituciones religiosas; (…) Y yo pregunto: ¿Cuál sería el destino de la República si en un futuro próximo, muy próximo, hubiésemos de conceder el voto a las mujeres? Seguramente una reversión, un salto atrás. Y es que a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica. Por eso creo que, en cierto modo, no le faltaba razón a mi amigo D. Basilio Álvarez al afirmar que se haría del histerismo ley. El histerismo no es una enfermedad , es la propia estructura de la  mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer. Y yo pregunto: ¿en qué despeñadero nos hubiésemos metido si en un momento próximo hubiéramos concedido el voto a la mujer? (…) ¿Nos sumergiríamos en el nuevo régimen matriarcal, tras la cual habría de estar siempre expectante la Iglesia católica española?”
Pobre hombre este Novoa Santos. Ignoraba lo de la inteligencia emocional de Goleman. Ignoraba que también que: Le coeur a ses raisons que la raison ne connaît point. Debiera haber leído a Pascal.

Esto se escribió en el primer tercio del siglo pasado, ayer aún, pero mucho me temo que es aún la opinión preponderante en los hombres. La misma concesión de la cuota es vejatoria para las mujeres que se ven así astutamente apartadas por el varón taimado de la posibilidad de ocular la totalidad de los puestos si los merecen resultando paradójico que la misma ley de igualdad recurra al criterio sexual para determinar a quien le toca plaza.
He titulado a este escrito Hybris pero debería haberlo llamado La Mujer. De cualquier modo, es la denuncia de una situación de atropello permanente, ya sea del pueblo ya sea de la mujer,  por la desmesura de aquello a los que corresponde velar por el derecho de las personas, cualquiera que sea su sexo.



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